Por Juan Ciucci
Con todo, han salido nuevamente sintiendo que debían manifestar públicamente su desacuerdo con el gobierno, y con un pedido de justicia de fondo un tanto difuso. “Somos golpistas frustrados, porque cuántos dicen que vamos haciendo y ella sigue”, dice una señora, entre divertida y resignada.
Por el afán de ver de cerca lo que pasaba, terminé empapado junto a los tantos que salieron a pedir algo. Transitando con ellos esas calles tan conocidas por otras marchas, sintiendo casi culpa de compartir ese espacio. Pensando si alguien conocido allí me viera y qué pensaría de mi participar. O algún desconocido que creyera que yo también eso, algo comparto, no sé qué.
Cantan “¡Argentina!” y no lo canto, no puedo cantarlo, creo saber de cuál hablan. Cantan el himno y tampoco, vuelve a sonar clásico, vetusto, institucional. Uno grita “¡Viva la Patria!” y menos, claro; veo banderas y las siento ajenas. Me recuerda a cómo recuperó el kirchnerismo esos símbolos, tantos años perdidos.
Es claro que mi mirada construye el relato, pero en este #18F no encuentro nada que me sorprenda. Está sí la empecinada voluntad de marchar, en esta tardenoche que quería bañarnos, lenta pero consecuentemente. Hay una alegría de ese mojarnos, de estar con el cuerpo en la calle, manifestando. Calculo que son las masas con que Luis Alberto Romero soñaba. Pero no puedo evitar ver que son las mismas de siempre, digamos, ese núcleo duro que se opone; más una cuantas personas sueltas.
Aquellas caras, ropas y pancartas que los cacerolazos nos han ido convidando. Pero sin el odio rancio que se respiraba entonces, sino más bien una solicitud contenida, sin provocaciones o injurias, o no tantas. Justicia y Nunca más, cantan. Muchos chicos, jóvenes, ancianas empapadas, cajetillas, extranjeros, gentes varias.
Es muy difícil moverse y son muchos los que ven la marcha en los televisores de los bares cercanos. “Eso es Rosario, imaginate lo que deber ser acá” dice uno, a media cuadra de la Plaza de Mayo, mirando imágenes desde la vereda. Si bien las marchas son fenómenos que han nacido para las cámaras, nos dice Benjamin; para quienes transitan la realidad televisada no existe otro lugar donde buscar qué es lo que pasa.
Si uno para la oreja, lo que le llega sigue el rumbo de lo esperable. Quizás por eso es menos impactante este miércoles de febrero, aunque muchos ya quieren plantearlo como un antes y un después. No hay que temerle a las marchas, sino tratar de interpretarlas, transitarlas, ver cómo nos impugnan. Oler qué es lo que allí se cuece, y puedo decir que esta sopa está rancia.
Se escuchan frases contra el gobierno, la Presidenta, la Cámpora. Algunas más ofensivas, otras menos. En el subte una mujer pide unas monedas, y una señora refunfuña a media voz para que vaya a la Rosada y se las pida a Cristina. Subimos al vagón completo por quienes vienen de marchar, y un hombre dice en voz alta «ahora a guardar los celulares”; en esa eterna sensación de inseguridad, hasta rodeado de sus pares.
Después aparece el juego de las diferencias en escena, y uno piensa en esa marcha y las propias y en qué cosas permanecen o no en la manifestación pública. Y por eso la batalla del paraguas es sintomática de este encuentro, permite observar la poca solidaridad para con los otros que por este espacio transitan. Golpes y empujones, entre quienes enarbolan cual estandarte objetos inútiles con los cuales dicen evitar mojarse más. Esa sensibilidad por el espacio que ocupamos todos no se construye con un par de marchas, y se les nota a la legua la ausencia. Ni permisos ni perdones, atropellos las más de las veces, o supina ignorancia de la amenaza de un golpe paragüero ante el otro.
Con todo, han salido nuevamente sintiendo que debían manifestar públicamente su desacuerdo con el gobierno, y con un pedido de justicia de fondo un tanto difuso. Ante quién y por quiénes pedir esa justicia, qué significa Nisman para ellos. Y que se suma a los penares varios que vienen acumulando. “Somos golpistas frustrados, porque cuántos dicen que vamos haciendo y ella sigue”, dice una señora, entre divertida y resignada.
Son saldos de una democracia un tanto endeble pero consolidada, que permite estas expresiones sin que tiemble el gobierno o se sienta una repercusión negativa en la economía. Son meritos también de esta construcción política y de la conducción de la Presidenta, que con una cadena nacional este mismo día muestra fortaleza y expone los asuntos que en esta coyuntura debemos afrontar.
Tendremos que ver si a quienes quieren más les alcanzará con esta faceta testimonial que hoy han alcanzado, o si buscarán otros caminos para lograr esa débil estabilidad deseada. Son varios los intentos que han desplegado como para creer que no veremos algunos más.
Fuente Agencia Paco Urondo