Marta Etcheverry, es una de esas artistas plásticas que están en la ciudad de Venado Tuerto, que producen, interpelan, crean e integran esa vida cultural intensa y potente que bulle desde lo subterráneo. La decisión de asumirse artista, de jugar una apuesta por la creación, de poner en el centro la necesidad de expresarse, de inventar, no es la más simple.
El arte está cerca. Es un punto de encuentro, un momento en el que una comunidad pude observarse, reconocerse, percibirse. Es una forma de reconocimiento. En el arte están los testimonios de un momento, las respiraciones de un presente, los registros de las experiencias que habitan y transitan un espacio.
La relación de Venado Tuerto con el arte es, por lo menos, compleja. Poblada de grandes artistas, la ciudad teme saberse creativa, pareciera enfrascada en su idea de concebirse únicamente como un polo agropecuario, un centro de desarrollo capaz de impulsar un país entero, pero sin trascender las fronteras de su actividad específica. Esa particularidad la revistió de una dependencia notable respecto de las ciudades portuarias, los centros de irradiación de la cultura universal. Venado Tuerto es de las primeras ciudades que anhela insertarse al mundo. Esa imagen de polo agrobiotecnológico así lo impone. Sin embargo, las otras capas de la realidad local se van superponiendo por debajo. No se trata de los cafés céntricos, los bancos, las oficinas y las grandes empresas a la redonda. O sí, pero también la convivencia de otros cuerpos, otras vidas que se pasean por la ciudad, que dibujan sus recorridos por el centro, que arman y desarmar los barrios, que se juntan y estallan en manifestaciones colectivas, momentos de fusión que generan una novedad, algo siempre incómodo para lo convencional y esperable.
Entre esas capas se delinea la trayectoria del arte. Son esos mismos que andan viviendo la ciudad los que se ponen a elaborar una obra. Expresan, sintetizan, dicen, extravían, desordenan, organizan, describen, aluden, metaforizan, imitan o inventa, según sus particularidades, según sus intenciones, según el proyecto en el que se hallen. Pero están, hacen, arrojan algo que permanece en la ciudad, aunque no siempre se lo detecte. La vida artística, en singular la pintura, tiene un amplio recorrido en Venado Tuerto y cuenta con una serie de artistas destacadísimos. Distintos estilos, registros cromáticos, temas, compromisos y figuraciones. En casi todos los casos, el trabajo es silencioso, a la par de las otras actividades aceptadas, legitimadas con un orden laboral formal, un salario, a veces un patrón, horarios, puestos, obligaciones. “Desde toda la vida soy artista plástica, siempre estuve relacionada a lo artístico. Mi papá, Freddy Etcheverry era músico. Me acuerdo que usaba las remeras pintadas, época de hippie. Ya empezaba a pintar, no con una teoría, con una búsqueda dentro de lo que puede ser lo profesional. Y diría que hace 10 años que tengo puestas todas las pilas, por necesidad, por encauzar mi mundo interior”, cuenta Marta Etcheverry, una de esas artistas plásticas que están en la ciudad, que producen, interpelan, crean e integran esa vida cultural intensa y potente que bulle desde lo subterráneo. La decisión de asumirse artista, de jugar una apuesta por la creación, de poner en el centro la necesidad de expresarse, de inventar, no es la más simple. Los mandatos llaman a la búsqueda de la seguridad, los territorios firmes y de comprobada eficacia. Si la orden es la estabilidad, el arte implica un riesgo inoportuno. La posibilidad de lograr prosperidad económica, éxito comercial y trascendencia masiva, en muchas ocasiones, está ligada al modo en que el artista pueda introducirse en los circuitos encumbrados de las disciplinas, asumir un rol en el maestrean, volverse también una mercancía. Depende, además, de las condiciones del mercado propia de la actividad que desarrolle. El mundo de la pintura mueve millones, pero su distribución no sigue ningún criterio equitativo, ni meritocrático.
El arte se industrializó, se hizo negocio y hoy competencia financiera. Esos son los límites, cercanos y lejanos, entre los que se produce una obra. “En una época en Venado estaba La Quimera, en la que era directora, que se dictaban cursos de pintura, de porcelana, llegamos a tener 80 o 90 alumnos en esa época, que era rarísimo. Estaba Rosita Masorechia, Marta Bustos y otros, venía gente de Rosario. Hacíamos muestras de antigüedades de la gante del barrio y de artistas, pioneras de lo que era el arte y la educación de varias disciplinas en un mismo espacio. En ese momento en el mismo lugar funcionaba un espacio en donde se realizaba enmarcado de cuadros, que me fue llevando a la parte creativa, los colores, mirar obras, descubrirme en ese proceso. Fui reinventando”. La creación en círculos “Todas mis obras y todas las cosas que he hecho, tiene un propósito y un mensaje. Cuando por primera vez se muestra estas obras, no había advertido que desde la primera hasta la última obra, era mi proceso de vida, circular, porque tenemos una tendencia a repetir y superar. Y si hago una lectura de las obras, tienen ese mensaje. Empiezo con la búsqueda y termino con el círculo de luz”, apunta. Piensa su actividad como un “círculo de luz”, una permanente recreación. Es un viaje interno, despojado de lo exterior. Así la obra cobra una dimensión catártica, una aspiración optimista de inmunidad ante el mundo.
“El motivo del título, por siempre sostenido, que nada nos perjudique, que nada nos perturbe, solo la luz por nosotros pasará”, lee un fragmento del texto que acompaña sus presentaciones. Me doy cuenta que empezó mi obra con caos y crisis, y a medida que se fue desarrollando, he ido evolucionando y así he crecido. El despertar en la búsqueda de lo que vamos a tener y ver después qué sucedió”, agrega. Esta muestra itinerante “Somos un círculo de luz” se expondrá desde el 15 mayo en el Espacio Cultural de Jorge Gionco, director y docente en El Galpón de Banfield. Muralista y escultor, trabaja en la Secretaria de cultura de lomas y es profesor en Banfield teatro ensamble docente, al sur del conourbano. “Espero que pueda volver a mostrarse en Venado, porque está bueno que nos involucremos con los artistas que están acá, que es lo que sostiene nuestra identidad”, asume. En los últimos años, en Venado se generó una comunidad de artistas que, estrechando vínculos, empezó a desarrollar actividades en conjunto y movilizar el ambiente de la creación local. Cuando esta muestra estuvo en la delegación de la Provincia de Santa Fe, en Buenos Aires, espacio al cual fuimos varias veces artistas de Venado, hubo un gran reconocimiento a la ciudad por el crisol de artistas que hay, y buenos. Eso habla de que durante años se ha cultivado el arte. Yo tomo como referente a dos personas, que me acompañaron y reconozco su trabajo: Claudio Priotti y Angélica Rochón ”, afirma al respecto. Etcheverry pasó tres años por el taller de Angélica Rochón. Actualmente sigue participando del espacio de Claudio Priotti. “Soy una persona muy curiosa, vivo investigando, nuevos materiales, técnicas, reconozco los valores de Venado, pero me nutro de varios lugares”, dice. “Este año expondré una nueva muestra no vista aún que vengo preparando, desde meses, “color y ritmo” que ya tiene la crítica del pintor de Valencia (España) José Manuel Abalos y del Galerista Ecuatoriana Mirko Rodic. Esta Muestra se presentará por primera vez en la Delegación de la Provincia de Santa Fe en Buenos Aires , en el mes de agosto, todo un orgullo el haber sido nuevamente invitada”, comenta.
El arte y la realidad
La dicotomía entre el arte y la realidad, el tipo de compromiso asumido por el artista, las consecuencias estéticas, los modos de enfrentarse a la producción de una obra y el lugar que la cotidianeidad ocupa, son ejes vertebrales de los debates que se vienen desarrollando desde hace décadas. La expresión, la descripción, la figuración, el imaginismo, la alusión poética o el hecho descarnado, el sincretismo o el objetivismo, la fantasía y la historia, fueron manifestándose en diversas corrientes que nutrieron las tradiciones artísticas. En la producción artística local, también se reproducen esas tensiones. “Yo creo que todos vivimos insertos en la realidad que nos toca. Hay personas que de pronto no se involucran porque sienten el deseo y la impronta de actuar o copiar sobre algo que ya está hecho. Es difícil plasmar la realidad si uno no la vive y la siente intensamente. Yo diría que el 90% de los artistas, plasman la realidad que les toca, estámos verticalmente atravesados. Es un medio que permite transmitir, para transgredir a veces lo que otros no quieren ver. Ese es el mensaje que dejaría, que nos permitamos transgredir inventar o reinventar lo creado despojándonos del juicio o prejuicio de lo que dirán los otros”, cierra la artista plástica.