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La danza y la electrónica, la exitosa fórmula para el amor de Elsa e Ítalo

(PR/Norma Migueles) La joven pareja de Elsa Marconi e Ítalo Perrera arribó a Venado Tuerto a principios de los años ’70. Primero, llegaron los padres de ella, quienes habían sido invitados a conocer la ciudad, cuya docente de Artes Plásticas, Etna Caramella -fundadora de la Academia Pedro Pablo Rubens- la describió como «un lugar hermoso, donde se pueden hacer muchas cosas».

Ítalo conoció a Elsita cuando ella tenía 16 años y desde entonces «nunca más se despegó de ella». A esa edad, ya era profesora de danzas en el conservatorio de su madre ubicado en la ciudad de Mar del Plata. Se casaron y luego de la mudanza la pareja solía venir a visitar a los padres de ella hasta que, finalmente, se instalaron también en el centro de la Pampa Húmeda santafesina, aunque nunca dejaron de extrañar el mar.

«Mis padres alquilaban un departamento en Castelli y Rivadavia, hasta ahí llegaba el pavimento porque después era de tierra. La primera vez que vine había tantos sapos en la calle que Ítalo subió el auto a la vereda para que pudiera bajar y caminar, sin pisar esa alfombra de sapos», recordó. «Mi papá fue el primer gestor en la ciudad, con oficinas en calle Alvear, entre Castelli y San Martín», puntualizó.

En esos años, la joven pareja hizo nuevos amigos, entre ellos Roberto Scott y Amanda, su esposa, Pochi y Teresita Pérez, con quienes iban a bailar los fines de semana.

Ítalo abrió su primer taller de electrónica y electricidad en el garaje de la casa ubicada en España al 800, donde vivía con sus suegros. Luego alquilaron un local para la gestoría y su taller para mudarse definitivamente al inmueble de avenida Hipólito Yrigoyen.

Elsa, por su parte, creó el Instituto de Arte que ya transita el 46º aniversario de su creación, dividiendo su tiempo de madre de Laura y Gabriela, y sus clases de danza en la vivienda de calle Rivadavia, donde aún vive, transformando el living en un hermoso estudio que se llenaba todas las tardes de niños y jóvenes.

Buceando en los recuerdos, la docente mencionó que cuando adquirieron esa vivienda era un lugar abandonado, pero con la colaboración de toda la familia la fueron mejorando, desmalezando, descubriendo el hermoso vitró que protege el pasillo que conecta la cocina con el salón. También construyeron la pileta a pedido de las niñas y así fueron forjando un hermoso refugio, tan íntimo y familiar que hoy las cenizas de Ítalo descansan en un lugarcito del bello jardín.

La prolija labor de la profesora y una formación artística y académica, permitieron que por el instituto pasaran centenares de niños y egresaran prestigiosas docentes, una de ellas, Jorgelina Riera, quien ya hace más de 20 años que es la directora artística, mientras que Elsa es la directora académica.

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