(PR/Norma Migueles) Sin dudas, el homicidio de Juan Carlos Salinas marcará un punto de inflexión en la comunidad de Venado Tuerto y, obligadamente, lleva a replantearnos como sociedad hasta dónde puede llegar la violencia al momento de afrontar diferencias entre vecinos.
Salinas falleció tras 20 días de estar internado como consecuencia de un puntazo que recibió en el hígado, ataque que, cuanto menos, no fue espontáneo ni producto del calor de una discusión, ni tampoco de una gresca: su homicida pidió que lo fueran a buscar en un auto que no que era el de uso habitual; salió de su hogar con un casco de motociclista y se lo puso cuando bajó corriendo frente al domicilio de Salinas, donde éste se encontraba hablando con el empleado del agresor, quien salió corriendo «justamente» cuando su jefe llegaba y sin mediar palabra lo acuchilló en el vientre mientras lo empujaba de la vereda hacia la vivienda.
Luego de esta situación, el homicida se alejó corriendo hacia el vehículo que manejaba un empleado-amigo que lo esperaba cruzando la calle Caseros. Todo esto quedó registrado en las cámaras de las cercanías y duró sólo tres minutos.
Este viernes, con grandes muestras de dolor, la familia veló su muerto y el barrio sintió el impacto de ese dolor porque era un vecino de años, tal como dijeron sus hermanos, integrantes de una familia que siempre vivió en inmediaciones de Pringles y Caseros.
La impotencia anida en sus corazones porque no hay explicación lógica para lo sucedido que, enmarcado en una cadena de acontecimientos, en definitiva marcó el funesto derrotero de una persona que acostumbraba a solucionar los problemas que ocasionaba pagando, inclusive lo volvió a decir el día de su imputación, «si rompí la cañería (de la comisaría) pago los daños».
Este sábado, en las paredes de la casa del comerciante Kevin P, imputado como autor material del homicidio de Salinas, aparecieron pintadas que muestran la impotencia y el dolor de la gente, que sigue preguntándose «hasta dónde seguirá esta escalada de violencia».