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Un violador quedó libre por ser persona de riesgo y su vecina de 12 años se tuvo que mudar por los acosos del sujeto

Sofía está escondida desde el martes en casa de unos familiares, porque el vecino se obsesionó con ella, con ella sola, con nadie más, y no puede salir al jardín, tender la ropa ni andar en rollers.
El vecino tiene 71 años y está condenado por abuso sexual agravado.
Sofía tiene 12. La historia la hizo pública una amiga de la familia, ante la impotencia de todos por no tener respuestas de parte de la justicia.
Sofía no es su verdadero nombre, por supuesto. Vive -vivía hasta el martes- en Alderetes, Tucumán, con su mamá y sus dos hermanos. Al nombre del vecino sí lo vamos a dar. Se llama Gregorio Evaristo Leiva.

La familia de Sofía llegó al barrio en 2011, pero pocos años después se tuvo que ir. Les entraban a robar todo el tiempo, Leiva era violento y, además, se decía que era un violador. Entonces, abandonaron la casilla y el terreno que habían comprado y se fueron.
Leiva, efectivamente, era un violador. Su propia hija, de 14 años, lo denunció no sólo porque la violaba sino porque además la dejó embarazada y la obligó a dar a luz. La Justicia intervino y, cuando estaba por ser sometido a juicio, Leiva se fugó.
Lo hallaron un mes después, en Santiago del Estero. Fuentes policiales contaron que, cuando lo traían a Tucumán, Leiva iba contando que iba a matar a su esposa, su hija y después se iba a suicidar. Nada de eso ocurrió, fue juzgado y condenado por el abuso agravado de su hija. Fue al penal de Villa Urquiza.
Entonces, la mamá de Sofía decidió volver al barrio, porque todos los vecinos estaban contentos y el lugar se había pacificado. Logró, a fuerza de trabajo, demoler la prefabricada y edificar una casa que es chica, pero de material. Tiene un jardín amplio adelante.

Sin embargo, en junio de este año, los vecinos vieron llegar un vehículo del Servicio Penitenciario y bajar de él a Leiva, que entró a su propia casa. Preguntaron por qué y les dijeron que, por la edad,integraba el grupo de riesgo por Covid y el juez le había dado la domiciliaria.
Al principio parecía todo tranquilo pero, pronto, Leiva organizó la primera «juntada». Se puso a tomar con los amigos el 27 de junio y, cuando vio a Sofía en la vereda, comenzó a acosarla verbalmente. Las palabras son irreproducibles.
Sofía entró llorando y le contó a su mamá y a su hermana lo que pasó. La mamá salió y lo insultó, Leiva no contestó nada. No negó lo ocurrido ni se justificó. Nada, siguió tomando.
Y entonces, empezó la otra pesadilla de la víctima: lograr que le tomen la denuncia.
La mamá de Sofía fue a la comisaría de Alderetes pero ahí le dijeron que no le podían tomar la denuncia, que vaya al Patronato de Liberados; En el Patronato de Liberados le dijeron que no, que vaya a la Fiscalía; En la Fiscalía le dijeron que vaya a la Brigada; En la Brigada le dijeron que vaya a la Regional Este; En la Regional Este le dijeron que vuelva a la comisaría de Alderetes y ahí, sí, por fin, le tomaron la denuncia.
El acoso no paró. Sofía dejó de salir a la vereda, después, al jardín y después dejó de asomarse en la puerta porque cada vez que salía, aparecía él como por arte de magia (vive a la par) y la intentaba atraer para que vaya a su casa.

A la mamá de Sofía, cuenta ella, en la Comisaría le dijeron que no tenía sentido que siga asentando denuncias, porque la causa ya estaba en la Fiscalía de Delitos contra la Integridad Sexual y que ellos debían actuar. Pero la Fiscalía está cerrada al público.
La mamá de Sofía escribió, sin ser abogada, un escrito detallando todo a la fiscal y un montón de vecinos la firmaron, pero no pudo entregarla porque, claro, la fiscalía está cerrada al público y ella no tiene un abogado para que la presente por la vía virtual.
La obsesión de Leiva es sólo con Sofía. No acosa ni a su hermana ni a ningún otro niño del barrio. Los vecinos, cuando su mamá está trabajando, están pendientes de ella para que no le pase nada. Leiva, a pesar de tener tobillera electrónica, sale a la calle e incluso anda en moto.
El hermano menor de Sofía tiene 6 años y está manifestando conductas muy perturbadoras por el miedo con el que se vive. La hermana mayor tiene 17 y no la pierde de vista todo el día, con la ayuda de los vecinos. La mamá, único sostén de la familia, está en la disyuntiva de dejar de trabajar y quedarse todo el día a cuidarla. Pero si deja el trabajo, no comen. Por eso, cree que la solución podría ser una consigna policial.

El miedo de la mamá de Sofía es el siguiente: Leiva puede cometer el delito que quiera, porque ya está condenado y, si lo vuelven a condenar, va a seguir con domiciliaria porque nunca va a dejar de ser grupo de riesgo por Covid, por su edad.
Sofía está muy asustada sin su mamá. En el último tiempo, se había acostumbrado a dormir con ella porque tenía miedo de que Leiva entre a la casa en medio de la noche. Hoy, por teléfono, le pidió a su mamá que no duerma sola.
La mamá no sabe dónde recurrir ya. «Hace falta un policía, uno solo. Espero que la Justicia nos escuche, que no esperen a que yo tenga que aparecer con un cartelito que diga ‘Justicia por mi hija’ porque este hombre ya haya abusado de ella»

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