“Mis huesitos están limpios”. Con esa frase y una sonrisa gigante me recibe Santino en el departamento de Barcelona donde pasa sus días de tratamiento y remisión. Hay alivio en la casa. Cecilia y Juan –su mamá y su papá- hace menos de 24 horas recibieron la noticia de que su hijo está “casi curado” y con muy buen pronóstico para los meses que se vienen.
Me siento un afortunado porque llegué a visitarlos en el mejor momento desde que llegaron hace varios meses y lo hice pisándole los talones a las buenas nuevas de los médicos que lo atienden en el Hospital San Juan de Dios de esta hermosa ciudad española. Ahora el ritmo de la familia es otro porque además de los controles permanentes que tiene que hacerse el nene, hay que sumarle que ya empieza a ir al colegio, come todo el tiempo como hace meses no lo hacía y tiene energías de sobra para montar el monopatín o la bicicleta y echarse a andar por la plaza que está justo a la vuelta.
Quién es Santino
Santino tiene cinco años, es de Río Cuarto (Córdoba) y fue diagnosticado a fines del año pasado con un neuroblastoma, un tipo de cáncer que en general se da en niños y adolescentes. Había metástasis en por lo menos nueve lugares distintos de su cuerpito y necesitaba un tratamiento urgente que no existe en la Argentina y solo es posible en Estados Unidos o España. ¿El costo? Un imposible para cualquier familia argentina: casi 400 mil euros que se deben depositar de forma completa para acceder a la terapia.
Los Vergara y sus hijos nunca habían viajado en avión y ni siquiera tenían pasaporte. Tampoco semejante cantidad de plata. En medio del shock por la noticia de la enfermedad y de lo que necesitaban juntar de plata, tomaron la decisión de que iban a viajar a España lo antes posible. Diciembre fue el mes bravo, intenso, vacilante.
La colecta por Santino
Cecilia cuenta que pensó que no iban a lograrlo. Juan –en cambio- se tuvo fe. En 42 días lograron juntar la plata porque estuvo lo mejor que tiene nuestro país: la solidaridad y la gente. O sea, nosotros todos, nosotros mismos. La familia se convirtió en un Quijote armado conteniendo y buscando la plata.
Los vecinos de Río Cuarto armaron cadenas eternas para sumar peso por peso. Los compañeritos de jardín de Santino salían todas las tardes a la plaza y con alcancías pidiendo ayuda a los vecinos. Las mamás y los papás se vestían de Papa Noel para que sea un diciembre solidario. El país entero ayudó a la hazaña.
Sin más tiempo que perder, Cecilia dejó su trabajo, Juan vendió el pequeño negocio, armaron las valijas y se marcharon a buscar la salud que estaban necesitando para su hijo. Más allá del dinero hubo gestos inmensos de acompañamiento. Unas monjas españolas prestaron el departamento y hasta una vecina cordobesa que vive en el mismo piso sorprendió a los recién llegados con unas ricas empanadas para que no extrañaran tanto.
El matrimonio no se cansa de agradecer que todos hayan hecho posible este presente de Santino. De los nueve focos de metástasis solo queda uno y casi difuso. El nene hace vida normal y ya pasaron los días de fiebre, decaimiento y debilidad.
Cuando les propuse visitarlos en Barcelona para contar cómo es el después de semejante avalancha solidaria me dijeron enseguida que sí y me imploraron que no dejara de hacerlo porque todavía tienen mucho para agradecer.
“Queremos que la gente sepa –dice Cecilia- cómo está Santino hoy, qué paso con el diagnóstico, qué nos espera hacia adelante. Es necesario que la gente sepa qué paso con lo que ellos hicieron posible”
Juan acota que además necesitan contarlo porque es una inyección de confianza para muchas mamás y muchos papás que tal vez en este momento necesitan ayuda para el tratamiento de sus hijos. “Queremos que todo lo que pudimos hacer en conjunto con miles de personas pueda animar a otras personas que recién están empezando el camino de la ayuda”.
Mientras charlamos cosas de grandes, Santino ofrece papas fritas y me desafía a una vuelta en monopatín por el barrio. Todavía no tiene amigos y yo me convierto en Peter Pan por un rato siguiéndole la corriente. Extraña a su abuela y a su gato. Cuando le pregunto por sus compañeros de jardín me dice que no sabe si lo recordaran. Entonces saco mi celular y le muestro un saludo sorpresa de esos locos bajitos que lo esperan en el lugar de donde nunca se debería haber ido.
Después de más de tres horas de visita me despido agradeciendo el encuentro porque Santino fue esta mañana mi gran maestro. Fueron tres horas donde pasé de la risa al llanto, del juego a la reflexión y de Barcelona a nuestra hermosa Río Cuarto. Los abrazo, bajo a la estación de subte Valdaura y sigo mi ruta. Pero ese nene sigue presente en mí porque no puedo borrarme sus palabras: “Mis huesitos están limpios”.
Fuente: TN