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Relato Tres, Leonardo Durán: ¿cómo se siente ser venadense y que te lluevan bombas y balas durante Malvinas?

La vocación militar despertó cuando entraba a la adolescencia. No tenía familia militar, pero siempre me llamó la atención la milicia. Al llegar el momento, no lo dudé y me inscribí en el Colegio Militar. Era 1979. Estábamos en cuarto año cuando se decidió la recuperación de Malvinas. Nos faltaba completar el ciclo, pero los tiempos se adelantaron. En el comedor del Colegio Militar, se leyó el listado de subtenientes y se dijo el destino. Tuve la gloria de caer en el Regimiento N°12, como jefe de la segunda sección de la Compañía de Infantería C. Ser destinado al Regimiento de Mercedes, Corrientes, con su historia nacida al fragor de las luchas independentistas, fue totalmente aleatorio y venturoso. A otros compañeros les tocó quedarse en sus asientos y no tuvieron la oportunidad de combatir en Malvinas.

Cuando nos movilizaron solo sabíamos que era hacia el sur. Salimos del Regimiento sin tener certeza si nos tocaba ir a Malvinas. Nuestra primera misión fue trasladarnos a la frontera con Chile, a la espera de algún inconveniente. Aquello era todo incertidumbre. Pero se vivió con una gran alegría y responsabilidad. Cuando recibimos la noticia de que debíamos retroceder sobre nuestros pasos hacia Comodoro Rivadavia y embarcarnos hacia Malvinas, lo festejamos. Como soldados queríamos participar. Al pisar el pavimiento del aeropuerto en Puerto Argentino, apoyé rodilla en tierra y besé el piso.
Los primeros movimientos fueron bastante caóticos. Tuvimos que organizarnos de improviso. Hicimos una marcha de aproximación al pie del Monte Challenger. Y el 30 de abril nos trasladamos definitivamente hasta Pradera del Ganso. Lo recuerdo como si fuera ahora: el 1 de mayo. Primer ataque aéreo inglés. El sentimiento me presenta una foto de aquel día: ver caer las primeras bombas y decir “carajo, estamos en guerra”. Todo lo demás habían sido comentarios, maniobras y movilizaciones. Pero oír las bombas cerca de nosotros fue la percepción de que todo había comenzado.

Es cierto que hubo errores logísticos y hubo falta de elementos. Pero fueron suplidas con el ingenio y el coraje. En esos días, en los pozos de zorros, lo más duro era la espera del combate. Tuvimos tres días de combate contra veinte de esa angustiante y sublime espera del soldado. Esperar matar o morir en combate. Es un clima angustiante. Las actividades que hacíamos, los soldados las vivían como una preparación, pero como jefe de sección las ordenaba con la segunda intención de mantener vivo el espíritu. Para que la angustia no nos capturara. Eran cosas sencillas, pero fundamentales: mantener la higiene personal, estar afeitados, hacer algún cambio o lavado de ropa. También la construcción y mantenimiento de los pozos de zorro, el racionamiento, la limpieza del armamento, las prácticas de tiro para mantener la aptitud y la mente ocupada.

La foto insiste: bombardean la zona. Nos refugiamos con los soldados Frías y Videla en un pozo. En un momento, sentimos un estremecimiento. Frías sale y cuando vuelve dice que la bomba cayó a poco más de un metro y medio. Era un proyectil de mortero. Nos salvamos porque el pozo estaba bien protegido. Las ametralladoras automáticas disparaban con munición rasante. Eso provocaba una acción psicológica: los tiros no solamente se escuchan, sino que se ven. Pasaban por arriba de la cabeza. En esa circunstancia me arrastré hacia el extremo derecho de la sección y los hice girar de frente a la ametralladora. Logramos ponerla fuera de combate. Siempre lo recuerdo como un ejemplo de la disparidad de fuerza que compensamos con ingenio y decisión.

Todos los días montábamos un servicio de guardia por grupos. Sabíamos que estábamos en combate y que podíamos recibir un ataque inesperado. Hasta el 27, 28 y 29 de mayo. Cuando ocurrió la batalla. Duró alrededor de 40 horas de combate y lamentablemente se la desestimó por la misma razón por la cual su importancia es decisiva: fue la primera que libró una unidad del Ejército en Malvinas. Al caer prisionero de guerra, nos llevaron a los galpones de esquila en Ganso Verde. Y nos hacían realizar las peores tareas, como salir a recolectar cuerpos.

La Convención de Ginebra no contempla que los prisioneros hagan trabajos de alto riesgo. Pero nos encomendaron hacer un traslado de munición. Al salir del galpón me mostraron una pila de cajones mal estibados. A primera vista se notaba que había mucho peligro. Pedí autorización y hablé con nuestro segundo jefe. El me explicó que los ingleses habían amenazado con que si no hacíamos esa actividad iban sacar a los prisioneros a dormir a la intemperie. Me preguntó si la munición era argentina. Le dije que sí. Entonces me ordenó que lo hiciéramos. Hice formar a los soldados en dos hileras y tomamos los cajones uno de cada lado con sumo cuidado. Los ingleses sabían del peligro porque nos seguían a una distancia prudencial. En el segundo viaje de acarreo, los primeros soldados apoyan una caja sobre la pila y se produce una explosión que nos hace volar a todos por el aire. Pierden la vida tres soldados: Barrios, Rodríguez y Ferrao. Y otros diez caemos heridos.

Yo era un subteniente recién recibido, al que le faltaba un golpe de horno. Había aprendido que uno combate hasta morir. Aunque entendía la rendición, porque no había más que hacer. Seguir combatiendo hubiera sido incrementar las bajas sin sentido. Pero el sentimiento era desgarrador. En el fondo, sabíamos que no fue cómo se diría después. Ellos tuvieron sus dudas y sus dificultades. Tal vez su imagen nos vendía otra cosa, pero pasaron situaciones difíciles. Muchas de esas historias nos la fuimos enterando más tarde. Es un mito que vinieron a pasar y se encontraron con gente de brazos caídos. Nosotros opusimos resistencia al pie de la colina, sin saber lo que pasaba del otro lado. Como el final resultó adverso, el Regimiento de Infantería N°12 fue vapuleado. Que se opuso una resistencia importante lo indican las horas que duró. Pero como fue la primera capitulación, la historia fue implacable. Como siempre. (Entrevista Alejandro Videla, redacción Lucas Paulinovich).

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