Nadie la convenció de esta locura. Desde chica, cuando ni había televisión, ella veía en el cine esas películas, seguramente de guerra, donde los paracaidistas caían en medio de unas noches inventadas. «En cada uno siempre queda alguna ilusión, que se prolonga a través de la vida, la mía era esa», rememoró. Después la vida la fue llevando. Vinieron los hijos, los nietos, «las crianzas», como ella dice.
Pero eso no le impidió, ya siendo mayor, cumplir algunos otros sueños. En Puerto Madryn hizo buceo, también se arrojó en parapente, viajó en helicóptero en Ushuaia y hace diez años se dio el gusto de viajar a Cuba. «No quería ir a la parte turística, fui a La Habana, a conocer la Cuba profunda», cuenta. Volvió con la misma idea de ese país con la que había ido, la de un país y un pueblo castigados, aunque rescató muchas cosas. «Un día vi a un muchacho bailando, tan contento que no lo podía creer. Le pregunté cómo hacían para estar así, pese a todo lo que pasaba el país, y me respondió: «Nos pueden quitar todo, menos la alegría de vivir». Eso me quedó muy grabado». dice. Un día, «entre tallarines», les confesó el sueño de volar en paracaídas a Bruno Conti (20 años) y a Gaspar Sbrascini (23). Y ahí empezaron a pergeñar la aventura.
Bruno fue quien hizo las averiguaciones respecto de con qué empresa o institución podían hacer la experiencia.
El vuelo
Un viento constante aminoraba el mediodía de este domingo el efecto del sol quemante. El cielo estaba completamente despejado. Ilda llegó al aeroclub con una troupe de gente. Además de sus jóvenes compañeros de hazaña, se juntaron hijos, padres, nietos, novias y etcéteras, todos conocidos entre ellos por lazos familiares y afectivos, dispuestos a acompañar a «la abuela»
– «Abuela, qué coraje que tenés», le dijo una nieta.
Fuente: La Capital