(PR) Yo vivía sobre calle Uruguay. En ese barrio transcurrió mi infancia. Ydiríaque fue infancia normal: hice la primaria en el colegio 498 y el secundario en el Nacional. En esos años, estaba muy lejos de suponer lo que iba a pasar. Estudiaba perito mercantil con la esperanza de llegar a hacer una carrera terciaria. Me gustaba bastante la contabilidad y los números.
Los jóvenes que estuvimos en Malvinas, que no éramos militares de carrera, ingresamos al secundario en marzo de 1976. Y nos recibimos en 1980. Ese año nos sortearon al servicio, y dos años más tarde terminamos en Malvinas. Nuestro secundario tuvo mucho que ver con la trayectoria del último gobierno militar en la Argentina.
Era difícil imaginar cómo Malvinas entraría a mi vida. No era mucho lo que las maestras decían en la escuela. Recuerdo uno de esos manuales de antes en los que había algunas poesías de Malvinas. Y había consciencia de que las islas eran nuestras. Conocía la poesía “la hermanita perdida”. Y otra de Pedroni, un santafesino, que también hablaba de eso. Pero jamás pensé que terminaría como infante de Marina combatiendo para defenderlas.
En el servicio militar, el destino dependía de un sorteo. Los números altos íbamos a la Armada. En esta zona, si te tocaba Armada, era infantería de Marina. Por eso en el sur de Santa Fe no hay conscriptos que hayan estado en el Crucero Gral. Belgrano, como si los había del norte de la Provincia. Mi destino fue el Batallón Comando y Apoyo Logístico en Baterías, muy cerca de Puerto Belgrano, próximo a Bahía Blanca.
Recibimos una formación muy completa. Fueron dos meses de instrucción en el Centro de Instrucción y Formación de Infantería de Marina, muy cerquita de La Plata. Y luego nos dieron nuestros destinos finales en los batallones. El destino no deseado era Río Grande. Algunos de Venado fueron para allá. Cerca del que me tocó estaba el Batallón N° 2, que es el que hizo la misión de recuperación de Malvinas. Hay varios venadenses que estuvieron destinados ahí.
Nuestra compañía era de misiles antitanques. Por eso no íbamos a ir a Malvinas. Debido a las características del terreno, no habría necesidad de enfrentar tanques o vehículos anfibios y, por lo tanto, nuestro batallón no participaría. Pero el Batallón de Infantería de Marina N° 5 precisaba cubrir un posible desembarco inglés en la zona de Sapper Hill. Entonces nos convocan a un grupo de 20 soldados con la misión de integrarnos al BIMN° 5 y cubrir ese posible desembarco muy cerca de Puerto Argentino.
Llegamos en un Hércules. Ya salimos mal porque arriba del avión había un camión con combustible. Con el movimiento, el vapor era impresionante. Llegamos a la una de la mañana. Ni siquiera sabíamos a dónde íbamos a ir, si a Malvinas o a una base del sur. Cuando desembarcamos, el viento frío y la llovizna nos sorprendió. Era plena noche, no se veía nada. Lo primero que hicimos fue cambiarnos y ponernos la ropa zona sur: un overol completo con pluma de ganso. Nos metimos a un hangar a pasar la noche y recién al otro día nos dimos cuenta que había un montón de soldados que también habían llegado.
Era oscuridad, frío, llovizna. Un anticipo de lo que pasó después. Un clima donde se veía poco el sol y la lluvia pegaba de costado. Al otro día nos llevaron a Puerto Argentino, donde estuvimos tres días. Y después al lugar de combate en Sapper Hill, un cerro a unos cuatro kilómetros. Me di cuenta que estábamos en la guerra unos días después, el 1 de mayo, cuando vimos en el horizonte tres siluetas de buques ingleses. No sabíamos qué estaban buscando y qué iba a pasar porque era de día. Pero fue enterarnos que los ingleses estaban en la zona.
Después, empezamos a sentir sus bombas. Tiraban al aeropuerto, no a nosotros. Estuvieron tirando una hora hasta que aviones argentinos los atacaron. Recuerdo el humo en uno de ellos. Un rato después muere el primer piloto argentino de Mirage, derribado por la propia fuerza, por equivocación. Sucedió dos veces, fue reconocido por la Fuerza Aérea. Dicen que, en esos casos, la culpa es del piloto y no del que dispara con una antiaérea, porque tienen los lugares precisos por donde deben pasar.
Las primeras noches dormíamos en carpas de dos soldados, pero nos hicieron ir a los pozos, a unos metros. Le pedimos al jefe dormir en las carpas, porque en los pozos no se podía. El cabo primero Muñoz, chaqueño, fue a hablar con el comandante del Batallón N° 5, pero le dijo que los ingleses estaban encima. A la noche, en medio del silencio, empezó el bombardeo. Ya no iban al aeropuerto. Venían sobre nosotros. Sentías “bom”, “bom”, y después un zumbido. Deben haber pasado dos horas así. Al otro día, las carpas estaban llenas de esquirlas. Las bombas habían caído contra unas rocas. Un camión que tenía el equipo de audio se había prendido fuego. Era chatarra. Así que ampliamos los pozos y se transformaron en nuestras casas.
Nuestros misiles no fueron utilizados porque los ingleses no desembarcaron ahí. El principal desembarco se produjo en San Carlos, a bastantes kilómetros de ese lugar. Nunca vimos un tanque, porque se usaron muy pocos. Nosotros habíamos enfocado todos los misiles hacia el mar, y cuando llega el momento del combate cuerpo a cuerpo, los ingleses aparecieron desde el otro lado. Es el último combate, la noche del 13 de junio, en Tumbledown. Fue uno de los combates más tremendos. Los ingleses estaban del otro lado de la colina. A nosotros nos dijeron que preparáramos las municiones porque al día siguiente lanzaríamos un contragolpe. Esa fue la palabra que usaron, y pensamos que por fin se iba a terminar.
Y no sé si fue el destino o qué, pero entonces llegó la orden de la rendición. Una parte de los soldados siguió combatiendo, fueron conocidos como los locos de Sapper Hill. Habíamos perdido una guerra a la que nos metieron de prepo. No era nuestra vocación y quizás no estábamos preparados en lo físico y en lo material. En ese momento, se juntó la bronca con la alegría. La bronca, porque nos rendíamos y nuevamente las islas iban a estar en manos de ingleses. No habíamos conseguido lo que fuimos a buscar. La alegría, por haber zafado y por volver a ver a nuestras familias.
Nos dieron un franco muy cerca de regresar al Batallón. A Venado llegué de noche. Nadie sabía que iba a volver. Entré por un pasillo, golpee la ventana y lo que más presente tengo es el lío que se armó en el barrio. A las tres de la mañana, los vecinos viniendo a saludar. Y recuerdo la imagen de mi vieja, que había perdido los mismos kilos que perdí yo en Malvinas.
Ilustración de Manuel Fernández