(PR/Franco Santinelli) Si en el rubro de la gastronomía venadense consultamos por Norberto Oscar Albarracín, seguramente nadie va a poder darnos una respuesta concreta. En cambio, si hablamos de Amarillo, seguramente muchos sepan a quien nos referimos. Ágil y habilidoso, se mueve como pez en el agua por el restaurante. Sándwiches, cortados, platos varios y postres, llegan a las mesas acompañados por su sonrisa y su chispa; características que junto al respeto y la humildad distinguen a esta amable persona, que hoy comparte una charla de café, con nosotros.
Amarillo nació el 1 de julio de 1958, es padre de un varón y dos mujeres, que le dieron 3 nietos. Y es, en actividad, el mozo mas veterano de Venado Tuerto. Hace 35 años comenzó en el rubro de la gastronomía, como algo complementario a sus otros trabajos. Fue tornero en una fábrica, y luego hizo logística en el ex banco BID. Hasta que en 1995 la entidad cerró sus puertas y se dedicó tiempo completo a laburar de mozo. “Yo trabaja de mozo para hacer un dinero extra. En el restaurante legendario “El Trébol” (calle San Martín y Chacabuco) y también en el restaurante del Club Centenario”(calle Casey, donde ahora hay un supermercado), dice Norberto, que hace mas de 25 años trabaja como mozo en el Centro de Empleados de Comercio.
Un niño inquieto y jocoso
De chico era muy rubio y terriblemente travieso. Cuando tenía 4 o 5 años, vivía al lado del club Pueyrredón (lugar al que concurría muy a menudo), y los patios lindaban uno con otro. Al aparecer en el lugar, todas las personas exclamaban: “Estamos todos bien, todos tranquilos, pero ahora llegó el amarillito y empieza a correr por todos lados”. Así llegó el mote que lo acompaña toda su vida. “Nadie me reconoce por como me llamo, mis compañeros me cargan y me dicen que debo ser el único mozo sin nombre”, se ríe y contagia a la moza que trae el café.
Viene de una familia vinculada a la gastronomía, “Mi abuelo fue mozo toda la vida, trabaja en el Riviera, en esa época este trabajo era distinto. En los años 70, los mozos de Venado Tuerto eran muy requeridos. Mi abuelo muchas veces viajó a Mendoza o Mar del Plata a hacer la temporada”, explica Amarillo. Aunque este trabajo ahora es su vida, no siempre fue así. “Yo lo veía de chico y pensaba que nunca iba a ser mozo, porque cuando todos están de fiesta, vos tenés que trabajar. Pero bueno, casi por casualidad empecé y todo lo que conocí me encantó”, mira y prueba la espuma de su cortado en jarrita.
La labor de un mozo
Es astuto, para moverse entre mesa y mesa, y también para reconocer a cada cliente. “Yo llego a la mesa y siempre hago algún comentario o algún chiste, con eso me doy cuenta de que manera tengo que atender a la gente. A veces al verlos entrar, yo ya se con que humor vienen y de que forma hay que atenderlos”, afirma. Amarillo es perspicaz y cautivador, su manera de trabajar es siempre la de entrar en confianza y que los clientes se sientan bien, que pasen un buen momento. “Y con tantos años en el rubro me ha ido muy bien, ya me reconocen como un personaje dentro de la gastronomía”, comenta simpático.
Amarillo dice: “La forma de los mozos cambió, hay cosas que se fueron perdiendo. Antes había que quedarse hasta que los clientes se iban, ahora no hay tanta tolerancia con la gente”, explica con mucha calma, bebe un sorbo de café y añade: “Este es un trabajo que hay que hacer por vocación, tenés saber que se trabaja muchos feriados. No es un trabajo que pueda hacerse por obligación. Sábados, viernes a la noche… Imaginate hacer este laburo con mala cara, imposible”, se relaja sobre su silla demostrando que él se siente a gusto con su trabajo, y que además puede hacer que las personas a su lado pasen un buen momento. “Si este trabajo no te gusta, es mejor que no lo hagas”, concluye.
“Mi característica principal es que puedo llevar 5 o 6 platos de una vez, soy muy hábil con las manos”, se jacta de sus cualidades este buen mozo. Antes la costumbre era servir a la gente en la mesa, sobre todo las pastas, lo que se denomina trinchar, o sea servir el plato con una cuchara y un tenedor. “La pasta venía en una bandeja y luego se servía directamente en la mesa. En mis comienzos, los mas viejos te enseñaban, y yo aprendí a hacerlo con mucha elegancia. Por otro lado, nunca anoté en un cuaderno las comandas, cuando lo haces todos los días, con los años se genera una memoria, no sé como explicarlo”, piensa y agrega. “Y si por ahí me confundo y bajo un plato que no es el que me pidieron, al oír el reclamo les digo: te probé para ver si estabas atento”, comenta con una mirada cómplice.
El mas viejo no sé, pero el mas lindo seguro
Cuando se tocó el tema de los años de trabajo su personalidad brotó nuevamente: “Calculo que soy el mozo mas viejo en actividad… No sé si seré el mozo mas viejo, pero el mas lindo seguro”, las carcajadas no se hicieron esperar. “Se que algunos están trabajando”, continúa: “Porque con la jubilación por ahí no alcanza. En realidad yo soy oficial tornero, empecé bastante tarde en este rubro, pero me adapté muy bien”.
Al hablar sobre cuestiones que se quedan por siempre en la memoria dice: “Anécdotas tengo miles, hace 29 años que trabajo en el Centro de Empleados. Pero la relación que formé con todos ahí, las vivencias que tuve, los lugares que conocí, eso es lo lindo”, levanta la vista y sus ojos brillan. “Con este trabajo tuve la oportunidad de conocer Uruguay, España. Cuando viajábamos con los grupos de deportistas yo tenía que atenderlos, pero en el momento de entrenar yo podía recorrer y conocer todos los lugares que quisiera”, en cada momento Norberto hace saber que está muy emocionado con las cosas que le tocaron vivir junto a la gastronomía. “Yo soy una persona agradecida con la vida, por todo lo que me dio este laburo. Yo siempre rescato lo bueno que me ha pasado, la gente que conocí”, y en tono reflexivo vuelve a su café.
Es sabido que un mozo carismático tiene mas chances de recibir buenas propinas, y en el caso de Amarillo nos encontramos con uno de los mejores. “Todo esto tiene mucho que ver con la amabilidad de los clientes de Venado y la zona, yo he atendido al adolescente, al papá y al abuelo de muchas personas. Siempre con el respeto que todos nos merecemos, algún que otro chiste para entrar en confianza y hacer que las personas pasen un buen momento”, habla siempre con mucho respeto, como si sus virtudes fuesen algo que las demás personas forjaron en él.
Una propina exclusiva que recibió fue la remera de Todd Jadlow, jugador estadounidense campeón de basquetbol con Olimpia en la famosa temporada 1995/96. “Las propinas también son una parte importante del trabajo, cuando el mozo es entrador la mayoría de las veces las propinas son buenas, pero eso no importa demasiado, yo realmente soy millonario en afectos”, dispara, directo al corazón, Norberto Amarillo Albarracín.