(PR) “Así te recuerdo. Te fuiste un miércoles 14 de septiembre hace 23 años, justo el día del boxeador, te extraño mucho”. Así recordó Mariano Cuello a su papá, el campeón del Mundo Miguel Ángel Cuello. Un artículo periodístico publicado por La Nación el día de su muerte, marcó que más allá de sus éxitos deportivos, lo que “El Lita” se llevó a la tumba fueron otros logros y galardones más importantes: “Agobiado por un problema en el gemelo de la pierna derecha, ya sin el título mundial en su poder, Cuello no dudó demasiado y se retiró. Nunca más, entonces, se preocupó y se angustió por la balanza; sumó asados, tranquilidad y kilos en Elortondo; se aferró a sus amigos, su chacra y sus animales. Así, en su mundo, vivió Cuello. Y fue feliz. Nada menos”.
En aquel artículo se señalaba: “Forzudo y macizo como los viejos gladiadores romanos; silencioso, observador y desconfiado como buen chacarero; así fue y vivió el santafecino Miguel Angel Cuello, que a los 53 años murió de un paro cardíaco en su pueblo natal, Elortondo, donde ayer por la tarde se realizó el sepelio en el cementerio comunal. Cuello, que nació el 27 de febrero de 1946, fue campeón mundial de los semipesados en la década de los 70, un momento dorado del boxeo nacional, cuando Carlos Monzón y Víctor Emilio Galíndez exhibían su grandeza por el mundo”.
“Gloria y ocaso. Y fue el 21 de mayo de 1977, en Montecarlo, cuando Cuello se consagró campeón mundial al ganarle por knock-out, en el noveno round, al norteamericano Jesse Burnett; una corona que perdió en la primera defensa con el mismo desenlace: por knock-out en el noveno asalto ante el yugoslavo Mate Parlov, el 7 de enero de 1978, en Milán”.
En aquel artículo La Nación remarca que “no fue el boxeo una elección vocacional para Cuello; lo descubrió por casualidad en el servicio militar y a los 20 años empezó su derrotero; y a ganar. Las zonas bravas de Virreyes y de San Fernando lo convirtieron en habitante del Gran Buenos Aires y en un ascendente peleador de asistencia perfecta al Club Avellaneda Central, donde el santiagueño Julio Juárez lo convirtió en el terror amateur de los 81 kilos”.
En otro párrafo se señala que “nunca tuvo apuros. La prisa nunca fue su mejor opción; ni para entrenarse ni para vivir; a tal punto que llegó tarde al estadio de Munich, en los Juegos Olímpicos de 1972, cuando debía medirse por la medalla de bronce con el yugoslavo Mate Parlov, justamente quien sería su sombra negra en el profesionalismo”.
“Cuello nunca toleró ser fondista los miércoles, en el Luna Park; como tampoco que la popularidad de Monzón, Galíndez y Miguel Angel Castellini arrastraran su buen momento. Se fue para Europa y se hizo campeón. Alemania, Francia, Italia y Montecarlo lo vieron ganador; así se incorporó al equipo del italiano Umberto Branchini y asesorado por un juvenil manager argentino, Osvaldo Nogueira, encontró lo que necesitaba: respaldo y en un grupo de fuerte peso en Europa, como Fernet Branca, aquel que vestía sus boxeadores con el pantalón negro y rojo”, dice.
Al hablar de “las costas del Mediterráneo” como el sitio donde más brilló, La Nación reseña que “al igual que Monzón, en su momento, se afianzó en las costas del Mediterráneo con su estampa de hombre fuerte y ganador. Sumó en su corta carrera, como si nada, 21 victorias, con 19 definiciones antes del límite, producto de una temida pegada. Sufrió una sola derrota; fue admirado por el jet-set y el actor David Niven se convirtió en uno de sus hinchas más acérrimos”.
El cierre del artículo resulta entrañable. Principalmente pare aquellos que tuvimos el placer de conocerlo y compartir alguna charla, asado, momento: “agobiado por un problema en el gemelo de la pierna derecha, ya sin el título mundial en su poder, Cuello no dudó demasiado y se retiró. Nunca más, entonces, se preocupó y se angustió por la balanza; sumó asados, tranquilidad y kilos en Elortondo; se aferró a sus amigos, su chacra y sus animales. Así, en su mundo, vivió Cuello. Y fue feliz. Nada menos».