El kirchnerismo salió a la calle a mostrar fortaleza en lo que para algunos es el comienzo de un repliegue. Seguro del presente y con la incertidumbre de un futuro que ya llegó, el heterogéneo núcleo duro K marchó en lealtad a Cristina y empezó a despedirse de una gestión sin heredero definido. Desde Scioli y Randazzo hasta Máximo, los militantes, dirigentes y seguidores comenzaron el 1M a decidir hacia dónde reconducir la energía que el kirchnerismo siempre recobra cuando parece agazapado.
El kirchnerismo existe. Ahora mismo es una Plaza. Tiene vitalidad, densidad, historia: cada uno puede hacer su propio repaso. También tiene una coherencia, pero no es obvia ni lineal. Es una jubilada preocupada por un golpe blando y otra que se ríe de un supuesto autogolpe. Es un militante que quiere votar a Taiana, se prepara para votar a Scioli y mientras tanto, da clases de apoyo escolar en una villa de Merlo. Es una joven que habla de una conductora, justifica “la orgánica”, imagina una resistencia, pero no se siente peronista. Es un trabajador que está en la Plaza porque piensa con el bolsillo y porque no piensa con el bolsillo, y clases medias que, renegando de su clase, refuerzan su progresismo clasemediero.
Es una columna de intelectuales, con bandera propia, que crean relato porque están convencidos de que este proyecto político es más que eso. Y es también un grupo de intendentes leales y otro que hoy está acá, como ayer estuvo allá, con sus colectivos y su gente, pero que está a pasitos de irse, no se sabe a dónde, porque quizá ese nuevo lugar no sea otro que este mismo. Son miles que creen, dicen estar enamorados, esperan las palabras de su líder. Y es una líder que desde hace un tiempo sólo tiene palabras para ellos.
En pocos meses, el kirchnerismo será otra cosa. Pero hoy, es una plaza colmada llamada 1M.Hoy es el comienzo de una retirada. Sin embargo, no hay despedida porque la preocupación no es ésa: no se vino pensando en el adiós, en el fin, se vino a mostrar fuerzas, a “bancar a Cristina” frente a las “operaciones” y a la marcha del 18F organizada por un grupo de fiscales en homenaje a Alberto Nisman. Después de zafar de un diciembre furioso, se cayó en un enero teñido por la muerte y el miedo.
Son multitudes. Están sobre Rivadavia, Avenida de Mayo, Entre Ríos, Callao y 9 de Julio. Vinieron a sentirse cerca después de temer que pueda pasar cualquier cosa, en la política que todos conocemos y en esa otra zona gris de la política que esta muerte acaba de revelar. Que pueda pasar cualquier cosa, también, por los evidentes errores propios. Ese es el clima, al menos, de este lado de la General Paz.
La UOM y la UOCRA también preparan sus zeppelines. Los infla un hombre sobre un camión estacionado en la esquina de Bartolomé Mitre y Rodríguez Peña que habla con dos pibes de la Federación Juvenil Comunista. La Plaza tiene su momento más álgido con anuncio del proyecto de ley para recuperar la administración estatal de los ferrocarriles (la famosa “salida hacia adelante”), pero sobre todo cuando Cristina se sale del libreto y responde, con enojo, con ardor, a los legisladores que le exigen por la impunidad de la AMIA, ausente hasta ese momento en cánticos, carteles o comentarios pasajeros. La gente festeja su espontaneidad, su oratoria, su solvencia en el tema. Pero también festeja su furia: “Vamos Cristina, contra esos hijos de puta”, grita al aire un pibe abrazado a su novia, y su novia le dice a su amiga, ¡cómo la quiero, boluda! Los que la siguen por la radio sonríen como nunca hasta ahora y uno que pasa caminando dice “¡es una bestia, una bestia!”, y la multitud responde toda junta, otra vez: “che gorila, che gorila”, mientras se agitan banderas y una mujer sola, llora en el medio de la Plaza.
El kirchnerismo transcurre, desde siempre, entre la debilidad y la fortaleza. De esa tensión se nutre: es David y es Goliat. Nació despojado de votos, con un país en ruinas y convirtió a ese contexto en su marco histórico de referencia. Tuvo su renacer después de haber sido acosado por el campo, golpeado por las urnas, amenazado por la crisis financiera. Y finalmente, tuvo un tercer período que lo inició con triunfo arrasador y lo transitó sintiéndose siempre acorralado: por grupos económicos, monopolios mediáticos, un sindicalismo opositor, los fondos buitre, una justicia corporativa. Siempre puso al poder del otro lado. Así, el kirchnerismo neutralizó durante doce años a todos sus enemigos y así, en esas batallas, quemó gran parte de las filas propias. Cristina se va del recinto. Su cuerpo se escapa de la combi que la traslada, saluda a los que quedan sobre la Avenida Callao. El resto se fue yendo de a poco, por su cuenta y en los micros que muestra la oposición mediática de los portales. En la línea B, los kirchneristas se siguen distinguiendo, van cantando, moviendo los trapos. Varias familias suben en la estación Carlos Gardel, quizá vengan del shopping o del cine, buenos refugios para un domingo de lluvia. Miran a los militantes como si miraran a la nada, desconociéndolos. El núcleo duro tampoco se fija en ellos, a pesar de que hubo un tiempo en que supieron cómo conquistarlos, en que conocieron sus gustos y deseos. Ahora, en este domingo de llovizna, no hay tiempo para eso, ahora se mira sólo a lo propio, en busca de lealtad, y entonces, ante esos ojos impávidos, la militancia sigue tarareando, como en la Plaza, “che, gorila, che, gorila…”.