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viernes 29 marzo 2024
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CLAUDIO ACOSTA: CUANDO SU ALMA PIDE HABLAR

Claudio Acosta en Venado Tuerto, Peña La Coronada.

Los conciertos de Claudio Acosta son un tratado de meticulosidad, pasión y emoción. La meticulosidad aparece en cada una de las construcciones musicales que logra a partir de los recursos con los que cuenta sobre el escenario, combinando sin ampulosidad pero con suma eficacia arreglos, repertorio y pases de cierto histrionismo cuidado hasta el mínimo detalle. Por el contrario, la pasión no es un artilugio al servicio del show; es completamente visceral y constituye un terreno comprensible en su totalidad sólo para iniciados en el concepto más profundo de la santiagueñidad. De allí, desde esa mirada, se traduce en un sonido absolutamente despojado de complejidades pero altamente metafórico: en los poderosos pasajes “a capella” están los salitrales, en la guitarra de rítmica casi manierista está esa contraposición cromática violenta del paisaje santiagueño, en la voz del artista está la forma de contar de una cultura ancestral… La universalización, que desemboca en el terreno emotivo, surge del contenido de lo que Acosta cuenta a lo largo de los casi sesenta minutos que dura el show.

  “Antes se le cantaba mucho al paisaje, ahora hay una tendencia a cantarle a la preservación del paisaje”, dice al pasar, como si no asumiera que justamente él es uno de los que dio ese puntapié inicial a un estilo que cambia radicalmente la forma de ver el folclore de una provincia cuya principal virtud es haber exportado desde tiempos remotos el saber popular. Vaya a saber cuáles son las causas profundas de semejante paso. Lo que se puede conjeturar a simple vista es que Acosta no busca la raíz en medio del cemento porteño (poderoso imán que lleva a hordas de músicos del interior a arrastrarse golpeando las puertas del Parnaso citadino) sino que prefiere resignar algunos efímeros instantes de fama quedándose en esa tierra que es su “origen y su lugar”. Tal vez sea por eso que no ve todo en gris macadam, sino que se permite un horizonte que se incendia, un verde parduzco de monte que se va yendo, una planicie blanquecina sin finales, un hombre que es dueño de su alma, sin tanta máquina, sin tanta autopista, sin tantos carteles indicadores que permiten, prohíben o intiman a tomar la dirección correcta.

  Otras de las virtudes de Claudio Acosta es que las letras que interpreta, las propias y las ajenas, tienen algo de lucha épica. No importa que sea esa versión conmovedora de los estragos que están haciendo los intereses sojeros en el corazón de los montes de Santiago o una ronda infantil: todo está puesto al servicio de un único conglomerado ideológico que se resume en un concepto de rebeldía justificada que discursivamente siempre se mueve en el peligroso filo de navaja de la arenga. Pero el señor Acosta es lo suficientemente profesional, astuto u honesto como para dejarse seducir por esas mieles. Y en ese punto, en ese preciso punto, es donde emergen desde lo más profundo canciones que puestas en boca de otro artista sonarían a panfleto de los años sesenta. “Hay una historia común entre nuestros Pueblos”, dispara en una mesa de café, en una charla de madrugada o sobre el escenario. Lo dice convencido, que es la única manera en que un dicho sea digno, y después arranca con una chacarera que hace arder las pistas. ¿Cómo consigue atrapar la atención cuando se juega en la cornisa de las palabras que los progres tildan de políticamente incorrectas tanto como cuando reafirma su mensaje desde lo musical? Simple: integrando y no mezclando. Nada está liberado al azar en ese juego donde cada movimiento está enlazado con lo que sigue conformando un todo sin solución de continuidad. Si en algunos de sus shows, por esos raros caprichos de las producciones artísticas, otros artistas que no viven el Arte desde esa misma convicción se mezclaran, la magia se rompería sin la más remota posibilidad de encontrar nuevamente el camino.

  Acosta agradece siempre la posibilidad de estar en un escenario, sea donde sea, y tampoco en eso hay demagogia. “Vamos llevando nuestro mensaje allí donde nos invitan, muchas veces con sacrificio, con contratiempos, pero felices de encontrar amigos en cada lugar que estamos”, ratifica. Agradece porque siente que hay una posibilidad más de que alguien escuche un punto de vista intermedio, una historia no contada, una forma de ver las cosas que dista bastante de los ídolos glamorosos del folclore argentino preparados para la venta discográfica más que para el momento histórico que le corresponde a un trabajador del Arte. Criticar los shows de Claudio Acosta no es tarea fácil. Los aspectos estrictamente musicales se integran con los hondamente ideológicos de manera que ese Todo se convierte en un desafío que pone en el mismo plano a la inteligencia y a la emoción. Y es así que por un momento, el tiempo justo que dura el concierto, pareciera que el público y él tienen el mismo deseo, la misma necesidad, el mismo objetivo; aunque este señor – santiagueño hasta la médula – cante en una lengua que de tan propia termina siendo de todos.

Gentileza Estación Folclore

 

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