(PR/Norma Migueles) Como todos los años, este 9 de noviembre se conmemora el Día Mundial de la Adopción, por esta razón, Pueblo Regional recuerda una nota realizada en el año 2021 a la docente Virginia Guardia, quien logró adoptar a Brenda y Rocío, dos hermanas que vivían un verdadero «calvario» en su casa y ella les dio una nueva vida.
Si la felicidad tiene cara, sin dudas es la de las protagonistas de este ejemplo de vida y superación que llevan adelante dos niñas y una mujer que entendió el valor, primero de escuchar, después de creer y finalmente de dar amor para sanar heridas.
Empezando la historia de adelante hacia atrás vemos una resolución judicial que aceptó el trámite de adopción gestionado por Virginia para que, las hasta ahora sus dos hijas de corazón, Brenda y Rocío tengan la filiación y lleven su apellido legalmente.
La historia es el corolario de largos trámites de una mujer que aceptó el desafío de asumir el papel materno sin haber tenido hijos biológicos y que afrontó batallas legales, no sólo para que la paquidérmica estructura judicial avanzara con el trámite de adopción, sino también defendiendo en el fuero penal la estabilidad emocional de las niñas de quienes habían sido sus abusadores y las rondaban.
Al final, las tres mujeres recibieron su premio y ya están ligadas por lazos parentales. Ahora prefieren mirar el futuro como familia. Virginia y Rocío planean irse alguna vez de Venado Tuerto, pero Brenda no está muy convencida.
“Después de una larga lucha somos legalmente familia. En este momento no puedo dejar de agradecer a cada una de las personas que nos han apoyado en este camino. Hace más de 7 años que transitamos la vida juntas, con momentos hermosos y otros no tanto, alegrías y tristezas, mucha risa y algunas lágrimas, aciertos y desaciertos, pero siempre juntas y con mucho AMOR”, reflexionó Virginia.
“Soy consciente que como madre tengo mucho por aprender y trato de ser todos los días un poco mejor. Quiero que sepan que me hace muy feliz que sean mis hijas. Ahora, sólo le pido a Dios que sean muy felices y nos siga concediendo buena salud. Gracias a Dios por haberme elegido como su mamá. Gracias, gracias, gracias”, agregó.
SIETE AÑOS ATRÁS
Hace poco más de siete años, la docente Virginia Guardia estaba en la secretaría de la Escuela de Educación Técnico Profesional N° 402 «Manuel Belgrano» ordenando sus horas cuando entró Brenda, una alumna de la institución, con una crisis nerviosa. Entre lágrimas y llantos, le confió el calvario que sufría en un hogar donde su mamá no quería que estudiase y no la protegía del acoso de un padrastro abusador.
Las pruebas estaban marcadas con rojo sangre en el cuerpito de la niña por las palizas que le propinaba la mujer. Brenda constantemente reiteraba que quería estudiar y no seguir la vida de su madre.
Impresionada por lo que vio, Virginia fue a dar clases y al terminar la jornada Brenda fue enviada a su casa, porque no habían logrado las herramientas necesarias para sacarla -junto con su hermana más pequeña- del hogar dañino.
«Justo estaba entrando a dar clases de matemáticas al curso donde estaba la niña y en ese momento me cruzo con la tutora y le pregunto cómo había quedado esa situación que me había impresionado mucho. Las noticias no eran buenas porque el equipo socioeducativo determinó que para sacar las chicas de la casa alguien las tenía que alojar», recordó.
EN EL LUGAR Y MOMENTO ADECUADO
«Era viernes, venía el fin de semana y yo seguía impactada por las novedades. Me encaminé otra vez al aula, di un paso, me volví, miré para arriba, me encomendé a Dios y le dije a la tutora: me las llevo yo», señaló Virginia. «Pensando que ese fin de semana íbamos a tener que estar encerradas, a la chiquita la fueron a buscar a la escuela y en ese momento me preguntaron si estaba segura de la responsabilidad que iba a tomar y mi respuesta fue: ¿sino quién, si no tienen a nadie?», puntualizó.
«Me las traje por un fin de semana y el lunes, en Niñez y Adolescencia, me dijeron que a Brisa, por su edad, podían llevarla al hogarcito de Elortondo, pero Brenda no podía ir y su destino podría ser otro lugar y me había pedido varias veces que no las separaran porque la hermana se iba a morir», contó la mujer.
«Si me quedaba con las nenas unos días más tenía que pedir licencia y al preguntar en la Región como podía hacerlo, me dijeron ‘por adopción’ y allí me enteré que así habían encuadrado otros casos de docentes que habían tomado bajo su cuidado chicos en situación de vulnerabilidad», añadió.
Por último, Virginia con suma felicidad, expresó: «Primero ordené mis horas para poder tener más tiempo en casa. Las chicas se quedaron conmigo y después me empezaron a llamar mamá y a hablar el tema de la adopción. Así comenzamos este camino larguísimo, pero que tuvo este final tan hermoso para las tres».
Extracto de la nota original publicada el 17 de julio de 2017 en Pueblo Regional.