Venado Tuerto/Región- El Diario El Informe de Venado Tuerto es el medio gráfico (periódico) más grande del sur provincial. Su poder económico lo hace llegar a todas y cada una de las localidades y hacerlo con gran frecuencia y calidad de impresión gráfica. Es de los pocos diarios del interior en tener dos rotativas y darse el gusto de prestar sus servicios a un muy reducido número de medios de la región. Es una empresa poderosa e influyente. Su contenido periodístico es de calidad gracias al trabajo y esfuerzo denodado de los trabajadores de prensa que allí se desempeñan, que no siempre trabajan con la libertad que desearían y no reciben las remuneraciones y encuadres gremiales que deberían. Pero El Informe es lejos la máquina comunicacional más importante en poder de penetración de este sur provincial.
Su propietario es el empresario Jesús Vallortigara. Este, detrás de una apariencia de pretendida objetividad, viene dedicando sus páginas a reproducir, con alineamiento sistemático y crítico, las posiciones contrarias al Gobierno nacional y anti populares en las que suelen incurrir los diarios La Nación y Clarín, como si de un militante político se tratara. O como si fuera un mero suplemento ¿Pero por qué lo hace? ¿Convicción? ¿Interés? ¿Corporativismo? ¿Desprecio de clase? Un editorial de principios de noviembre echó un poco de luz a esta duda.
Lo que piensa Jesús
El lunes 12 de noviembre; en su página 3; el Diario El Informe publicó un editorial, a página completa, bajo la sentencia “sin independencia del poder legislativo, la república no existe”. Allí (en esta oportunidad sin esconderse) el que habló fue su propietario: Jesús Vallortigara. El texto apuntaba esencialmente a cuestionar el funcionamiento de las instituciones de la república y, en especial, a atacar el rol que juegan los partidos políticos en nuestro país. El editorial especificaba: “No a las re-reelecciones. Sí a la reforma constitucional para sacar de las cámaras de diputados nacional y provinciales a los partidos políticos y a las nefastas listas sábanas, y ocuparlas con ciudadanos probos e independientes, como así reza el espíritu de nuestra Constitución original, elegidos en forma directa y por circunscripción electoral, y hacer extensivo este principio a los concejos deliberantes” (N. del E: las negritas obedecen a la lógica del texto original). Llama la atención que el editorial de un diario que se asume como reservorio moral desconozca el texto de la Constitución vigente y las instituciones que ella consagra. El discurso anti política de El Informe asusta, ya que desconoce y tergiversa incluso el texto constitucional. El artículo 38 de la Constitución Nacional dice: “Los partidos políticos son instituciones fundamentales del sistema democrático. Su creación y el ejercicio de sus actividades son libres dentro del respeto a esta Constitución, la que garantiza su organización y funcionamiento democráticos, la representación de las minorías, la competencia para la postulación de candidatos a cargos públicos electivos, el acceso a la información pública y la difusión de sus ideas. El Estado contribuye al sostenimiento económico de sus actividades y de la capacitación de sus dirigentes. Los partidos políticos deberán dar publicidad del origen y destino de sus fondos y patrimonio”.
Sin embargo el dueño de El Informe reclama que estos salgan del Congreso y dejen lugar a “ciudadanos probos” ¿Quiénes serían esos ciudadanos probos e independientes? ¿Independientes de quién o de qué? ¿De sus propios intereses, de los intereses colectivos?
Un estadounidense moral

La solicitada de Vallortigara señalaba que “a lo largo de muchos años de mirar el desenvolvimiento de nuestro poder Legislativo, corroboramos que decididamente no funciona, o funciona mal ¿Por qué? Porque concretamente no es, como manda la Constitución, un poder independiente”. (…) “Aquellos que tuvieron la urgencia de imaginar un sistema de consolidación nacional, representados por Juan B. Alberdi con sus bases, seguramente se nutrieron de los contenidos constituyentes de EEUU (1776); la Revolución Francesa (1789) y de los pensadores liberales y antimonárquicos de esos tiempos” (…). Vallortigara sostiene que ‘a lo largo de muchos años’ el Poder Legislativo no funciona, pero en realidad está diciendo que este poder legislativo no funciona. Y no funciona como él cree es conveniente. Este Congreso, el que tiene una composición mayoritaria del Frente para la Victoria por efecto del aluvión de votos que obtuvo Cristina Fernández en 2011. ¿O acaso la legislatura opositora emanada de la elección de 2009 le parecía también un despropósito? Alude al sistema norteamericano y esa masturbación ideológica lo hace ocultar una parte esencial de esa democracia: el rol protagónico que ocupan allí los partidos políticos (primordialmente el Partido Republicano y el Partido Demócrata) y el juego de mayorías y minorías que tiñen todas y cada una de las discusiones en el Congreso norteamericano.

(…) “En los primeros tiempos, los encargados de elegir a los representantes eran los propios gobernadores que, hasta ese momento, se arrogaban prácticamente la suma del poder en sus respectivos territorios. Hasta que aparece una alternativa superadora, que es la figura de los partidos políticos, polos de participación, donde se generarían las ideas y los programas, el que cada escuela filosófica entendía como mejores para este país en pañales. En definitiva, de los partidos políticos deberían surgir las mejores opciones para un poder ejecutivo, que por supuesto debería ser controlado, pero que no estaba pensado para controlar, elaborar y promulgar leyes. Acá debía aparecer la otra parte que también estaba en los enunciados constitucionales, el Congreso de los Representantes de la población, o como diríamos hoy del pueblo”, dice la solicitada.
Vallortigara marca una continuidad entre la forma en que los caudillos elegían a los representantes y la aparición de los partidos políticos; y señala esa evolución como una mera cuestión de cambio de protagonistas (en lugar de elegir uno, elegían algunos) pero omite la aparición, primero, de la democracia como sistema en el que ya no elige ‘uno’ ni ‘un grupo’ sino todos; y luego la irrupción de la democracia no fraudulenta con la Ley Sáenz Peña. Allí ingresa el pueblo como sostén directo de los partidos políticos y de aquellos que los representarán (no ya los caudillos, ni ‘los elegidos’). Y por ello no tiene parangón compararlo con una institución monárquica. Pero para Vallortigara esa inclusión de las mayorías a la hora de decidir es un dato menor: el cree en ‘algunos ciudadanos’.
El odio a la política y no solo a los partidos políticos
El editorial concluye: “Y así estamos, los partidos políticos se ocupan de competir por la función ejecutiva, pero como fue en aquellos primeros tiempos, también se encargan de conformar las listas de los que serán nuestros representantes. Y sí, uno del partido va como candidato a presidente; otro como candidato a gobernador; otro a intendente o a presidente comunal, pero no sólo eso, de la misma mesa del partido salen las listas de candidatos a diputados, senadores o concejales, con el nefasto formato de la lista sábana”. “Claro como el agua; de qué independencia hablamos cuando todos los puestos salen de las mesas de los partidos políticos”.
El tema, para Vallortigara, es la independencia que deberían tener los legisladores; pero en EEUU los congresistas no solo tienen vínculos y obligaciones para con sus partidos políticos y sus territorios, sino incluso para con las corporaciones. Ejemplo de ello es el hecho de que incluso está institucionalizada la práctica del lobby (utilización de la influencia, de la presión, etc.). Pero a él no le molesta la falta de independencia respecto a las corporaciones o los poderosos, solo respecto a la política y en Argentina (no en EEUU). La independencia a la que alude el sistema republicano consiste en que las cuestiones que allí se debatan se aborden desde la heterogeneidad de los distintos partidos e incluso desde la diversidad de pareceres dentro de cada partido político. La existencia de esta diversidad en nuestro país y en este último tiempo quedó claramente evidenciada en varias oportunidades: el debate por la resolución 125 de retenciones móviles en 2008, la estatización de los fondos de pensión, la expropiación de Aerolíneas Argentinas, la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, el matrimonio igualitario, la nacionalización de YPF, entre otras. En cada uno de estos debates y dentro de cada partido político existió multiplicidad de posturas. Lo cual demuestra que el oficialismo en el Congreso no siempre votó en sintonía con lo que se pretendía desde el Ejecutivo nacional, y que la oposición no siempre votó monolíticamente en contra de este (y en el sentido que Clarín, La Nación y El Informe reclaman). Allí radica la independencia y pluralidad. Si no se la ve es por negación de las virtudes de nuestra democracia chúcara.
Un legislativo sin partidos políticos
“El poder legislativo debe estar conformado por hombres probos, seguramente comprometidos con alguna ideología, pero independientes de los partidos políticos. Deben ser elegidos directamente por los ciudadanos en cada circunscripción y en forma uninominal, teniendo sus mandantes también el derecho de revocatoria en caso de incumplimiento de sus programas o propuestas, quedando en claro que cada banca pertenece al representante de cada circunscripción. No le pertenece a ningún partido, ni tampoco al mandante de turno en el poder Ejecutivo”.
¿Quiénes son esos ‘hombres probos’ a los que alude Vallortigara? ¿Los que piensan como él? Usted, Jesús Vallortigara, es “un hombre probo” que podría cumplir el rol legislativo de mejor forma que Darío Mascioli, Lisandro Enrico, Maximiliano Pullaro o Jorge Abello; por ejemplo? ¿Lo es, acaso, Pablo Miquet, su editorialista?
Detrás de toda esta cuestión contraria a los partidos políticos (porque toda esta argumentación de El Informe apunta a eso) se esconde un profundo odio para con las construcciones colectivas; propio de aquellos liberales que por detentar un lugar de privilegio económico y social creen que cada uno debe tejer su suerte individual sea como sea. Y los que no logren tejerla con éxito deben quedar en el camino, como en una suerte de evolucionismo social. Por ello desdeñan el rol del Estado, de los partidos políticos, de la democracia como forma de elaborar un proyecto común, superador de lo individual.
Raramente, a Vallortigara no le preocupa la falta de independencia del Poder Legislativo o del Poder Judicial respecto a las empresas y corporaciones. ¿Acaso un legislador que surge de otro tipo de grupo de pertenencia (Rotary Club, Centro Comercial e Industrial, Jockey Club, Opus Dei, Iglesia Católica, Iglesia Evangélica, etc.) no tiene las mismas ligazones de empatía e intereses comunes que un diputado o senador respecto a su partido político?
Síndrome de Estocolmo
El Informe reproduce los textos y sentires de La Nación y Clarín por varias cuestiones (según es nuestra hipótesis): por un lado está la marca ideológica que se inscribe en la postura liberal-conservadora de su propietario, anti estatal y anti política; que sostiene que el reservorio moral son los individuos como entes aislados, y que toda cuestión colectiva es perjudicial. Más aún si se enmarca en un proyecto popular (‘populista’ ante sus ojos) y justicialista. Se expresa profundamente antipopular, anti kirchnerista y anti latinoamericanista. También los reproduce por una cuestión corporativa, por sentir que se están atacando sistemáticamente los privilegios de clase, simbólicos y corporativos de los que goza. En este sentido se inscribe como hito fundacional su militancia en la cuestión de la resolución 125 en el año 2008 y como cuestión particular el repudio a la política de promoción de multiplicidad de voces tanto en el ámbito audiovisual (Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual) como en los medios gráficos (mediante los programas Rotativas Argentinas y la política de declarar la producción del papel de diario como de interés nacional y la redirección de la empresa Papel Prensa a través de la participación estatal en su directorio). Esas políticas de apoyo a los pequeños y medianos emprendimientos comunicacionales, ante sus ojos, van en contra del lugar de privilegio que detenta (y que preservaba el anterior orden social y político). Por eso su militancia en contra del Gobierno nacional. Finalmente por una mezcla de cholulismo y Síndrome de Estocolmo. Lo primero por creerse parte de un mismo continente que esas grandes empresas periodísticas, por sentirse próximo fruto de admiración y coincidencias ideológicas y de clase. Y lo segundo por padecer de ese enamoramiento que sufren aquellos que han sido secuestrados para con sus captores, puesto que aún resuena en la memoria de todos aquel período en el que el Diario El Informe estuvo cerrado por las presiones y abusos que ejercían precisamente Clarín y La Nación a la hora de venderle papel de diario a través de la empresa monopólica Papel Prensa en 2001. El ahogo financiero en el que quedó inmerso El Informe incluía los pagos por adelantado y una pesificación más que abusiva que le imponían precisamente las dos empresas a las que hoy cita textualmente: La Nación y Clarín. Por todo ello el de Jesús Vallortigara es un claro caso de periodismo militante.
