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Emilse, la fonoaudióloga carrerense que quedó atrapada entre Carreras y Rosario

Tiene 33 años, es fonoaudióloga y trabaja y estudia en la ciudad. El fin de semana largo del 15 de junio estuvo en su pueblo y al sábado siguiente le confirmaron que tiene covid. Tras el contagio de un camionero, hubo un brote de infecciones y se desató una ola de miedo y paranoia.

El fin de semana largo del 15 de junio Emilse se quedó en su pueblo, Carreras. Es fonoaudióloga y los viernes atiende pacientes en el Samco de allá. El resto de la semana se queda en Rosario donde reparte su tiempo entre otros dos trabajos y el estudio. El martes se enteró en el grupo de WhatsApp de sus amigas sobre un camionero del pueblo con coronavirus y se encerró en su casa. Al sábado siguiente le confirmaron que ella también tiene covid. Ella, sus padres y una amiga.

“Ni lo conozco”, aseguró sobre José, el camionero.

José es, como se dice en la jerga epidemiológica, el “caso índice” a partir del cual se produjeron todos los otros contagios: hasta la fecha, 56. Un efecto dominó que obligó a cerrar Carreras y a volver a la fase 1 de la cuarentena mientras buena parte del país disfruta, a veces algo descuidadamente, de la etapa del distanciamiento social.

Sin embargo, el caso de José desató una ola de miedo y paranoia que hasta llevó a la gente a rechazar los huevos que se producen en Carreras, como si estuvieran malditos. En realidad, los compradores habituales de los tres establecimientos avícolas de la zona, temen que estén “contaminados”.

Mortificado, el propio José pidió disculpas por enfermarse y enfermar. Como si lo hubiera hecho adrede. Es transportista y creen que se pescó el virus en un viaje a Buenos Aires para buscar, ni más ni menos, que leche para su pueblo.

Para Emilse lo peor del coronavirus no es  el dolor de espalda, la tos ni la pérdida del olfato. Es la pérdida de humanidad.

Cronología de una infección

Tras enterarse del positivo del camionero – el caso índice– Emilse escribió inmediatamente a su trabajo y canceló a sus pacientes. Decidió autoislarse. En ese momento no tenía ningún síntoma y hasta consideró que había exagerado con tanta precaución pero, confesó, si contagiaba a alguien no iba a poder soportar la culpa. Otra vez la culpa, la maldita culpa.

El jueves comenzó con un fuerte dolor en la parte baja de la espalda. Le llamó la atención pero lo dejó ahí. Trató de estirar, de moverse un poco para aliviar la tensión. Su último paciente por zoom fue a las 19.30 y se fue a acostar. A la noche empezó la fiebre.

Después del camionero, esa fue otra señal de alarma para Emilse. Y la confirmación que había hecho bien en autoaislarse. Lo próximo fue llamar al 0-800 de la provincia.

“Vino una médica muy amorosa que me dio paracetamol y me dijo que la llamara cualquier cosa”, recordó. La fiebre recién cedió con otra droga un poco más fuerte pero nunca pasó de los 38,3.

Al día siguiente, viernes 19, todavía algo golpeada por la fiebre y con la mascarilla puesta, fue a hacerse el hisopado. Le sacaron sangre y le hicieron una placa de tórax. Al principio pensaron que podía ser dengue hasta que el sábado el PCR confirmó covid.

“Nunca pensé que iba a dar positivo”, reconoció.

Emilse, que vive sola en Rosario desde los 18 años –tiene 33–, recibió la noticia en su casa. Y esta vez activó ella las alarmas: llamó hasta al remisero que el martes la trajo de Carreras a Rosario. Quería que todos se controlaran y creyente como es, rezó para que no pasara nada. Sus padres y una amiga dieron positivo, pero sus síntomas no fueron tan severos como los suyos.

Su caso fue casi de manual. Aunque todavía se sabe poco sobre el coronavirus, se logró asociar al covid la fiebre, la tos –que en ella no fue seca, sino con un poco de catarro–, la diarrea y la pérdida del gusto y el olfato.

A Emilse le tocaron todas. La fiebre le duró unos tres días y le volvió este miércoles. Recién hoy recuperó un poco el apetito y comió un sándwich con algo de sabor a sándwich.

“Yo siempre le doy para adelante”, resumió su carácter con voz redonda y buena dicción, propia de su profesión. Y de su carácter.

Historia de culpas y persecuciones

Para Emilse, lo peor de la enfermedad no fue el dolor de espalda, ni la fiebre ni la falta de apetito. Fue la falta de empatía.

El no entender, el miedo y la ignorancia. Pensar que los huevos de su pueblo pueden estar “malditos”.

Como los médicos, que de héroes pasaban a “personas non gratas”, los enfermos de covid también generan rechazo y escrache. Emilse por su parte, se las arregló para evitar el escrutinio del grupo de WhatsApp del consorcio, justamente porque no quiere ser la causa de un pánico injustificado.

Como tiene un balcón grande, ni siquiera saca la basura, la poca que genera la acumula ahí, al aire libre, hasta que pueda poner todo en una segunda bolsa y cruzar hasta el contenedor. Pero para eso, todavía falta. Tiene que quedarse adentro un poco más.

Por ahora busca dejar un “mensaje alentador” y llevar algo de tranquilidad entre tanto miedo, paranoia y caza de brujas. Estar enfermo, no es culpa del enfermo. Enfermarse no es delito (F: Rosario3- Foto ilustrativa).

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