(PR/Norma Migueles) Dios los cría y el viento los amontona, dice el viejo dicho, y los integrantes de la Agrupación Manos a la Tierra no los acercó solo el Huayra (viento) sino también el amor por la tierra y la necesidad de crear conciencia de cuidado ambiental.
Cada sábado por la mañana una decena de voluntarios (a veces más y a veces menos) se reúne a limpiar las malezas, dividir y fortalecer las plantitas que van surgiendo con el calorcito primaveral. Así se van descubriendo nuevos sistema de producción y nuevas especies que se adaptan rápidamente al microclima del pequeño vergel que han logrado forjar personas dispuestas a donar su tiempo libre por un mundo mejor.
No sólo crecen productos hortícolas y verduras, también ya prosperan y muestran sus frutos algunos frutales. Las aromáticas y las caléndulas distraen los insectos y evita que generen daños en los brotes nacientes.
El telón de fondo del terreno ubicado en Pellegrini y Azcuénaga es único y lo brinda un bello cercado de campanillas moradas que rivalizan con los distintos verdes de las verduras.
En el medio de los almácigos, removiendo la tierra o quitando los gramones, los voluntarios comparten charlas, saberes, proyectan actividades, pero sobre todo ofrendan su amor inalterable a la madre tierra, que es homenajeada cada 31 de agosto con una ceremonia ancestral.
Cada uno aporta en forma voluntaria las horas de trabajo que quiere o puede, sobre todo en la semana, cuando hay que ir para activar el riego si hace falta. Pero también y sin mezquindades está siempre abierto el abrazo franco, el oído atento, el respeto por la opinión del otro y a veces al silencio cuando es necesario.
Necesario y presente es Luisito, el encargado de recibir los residuos reciclables que cada sábado acercan los vecinos, los que clasifica y ordena para que no se pierda la armonía del predio.
Entre palas, rastrillos y algún mate cocido energizante, también revolotean los pichones de los voluntarios, encantados en este enorme patio de juegos ingresan al mariposario de Marina y se «roban» los vasitos para hacer tortitas de barro o jugar con agua, trepan a los árboles, se esconden y van aprendiendo de sus padres la importancia de la «común-unión» con la naturaleza.