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Hughes, el pueblo que reescribe su historia

hughes-antropologosUn grupo de antropólogos del Museo Gallardo trabaja en las afueras de esa localidad del sur provincial desenterrando objetos y siguiendo huellas casi invisibles para desentrañar secretos y develar otros relatos de la ruralidad de la Pampa Gringa. Cuentan con el apoyo de la comunidad y el aporte de maestras y alumnos.

Donde muchos ven basura, ellos ven joyas históricas. Donde la mayoría percibe una casona en ruinas, ellos encuentran un sentido nuevo a la historia de un pueblo. Donde para muchos la tierra sin cultivar es pura pérdida económica, ellos demuestran que cada territorio tiene algo para contar sobre el pasado y su mano extendida en la construcción del presente.

De eso que es invisible a los ojos de la mayoría se ocupa un grupo de antropólogos que desde hace casi dos años trabaja en las afueras de Hughes para desenterrar historias de la ruralidad santafesina, enriquecerlas con relatos orales de viejos pobladores y transportar ese conocimiento que surge de la propia tierra hasta el presente y darle un nuevo sentido a través del aporte de adolescentes, maestros y habitantes del lugar.

Esa es la rigurosa receta de trabajo que siguen los jóvenes investigadores que eligieron excavar en la memoria de ese pueblo del sur de la provincia cuyas raíces se hunden en los tiempos del poderoso terrateniente Justo José de Urquiza para avanzar luego por un camino en el cual se cruzaron hacendados ingleses e irlandeses con la construcción del ferrocarril y la llegada de bravos colonos que vinieron a trabajar la tierra.

«Existe una historia de la ruralidad en Santa Fe que está atada a la propiedad de la tierra y que hasta ahora no ha sido muy explorada desde lo arqueológico. Es posible y necesario hacer arqueología en Santa Fe, porque hay un montón de historias que contar que tienen que ver con la conformación de lo que es el territorio hoy» explicaron Germán Giordano y Soledad Biasatti, del Centro de Estudios e Investigaciones en Arqueología y Memoria (Ceam) de la Facultad de Humanidades y Artes de la UNR.

La excusa del centenario formal del pueblo que se cumplió el año pasado sirvió de disparador para comenzar a indagar más allá de las fronteras de la historia oficial de esa comunidad, cuya calle de ingreso se llama Felipe Hughes como homenaje al designado «fundador» de esa comunidad.

Pero como algunos contaban y varios sospechaban hubo vida antes de la llegada de los Hughes a la zona y de su donación de tierras para la construcción de una estación de tren.

Eso decían antiguos pobladores de la zona, y así lo corroboraron las primeras excavaciones arqueológicas realizadas en torno a una vieja edificación ubicada a unos tres kilómetros del centro del pueblo que funcionó como casco de estancia de algunas de las familias latifundistas europeas que se afincaron en esa zona.

La primera excavación alrededor del viejo casco se realizó en enero de este año. Así, un lugar que estaba abandonado y a punto de ser demolido para agrandar unos metros más el cultivo de maíz y soja de la zona pasó a convertirse en el centro de atención de todas las miradas del pueblo, lo cual incluyó que muchos de sus habitantes fueran a conocer el lugar por primera vez en su vida.

«Sentimos que la protección del patrimonio todavía es una tarea pendiente en la zona. La idea es que los habitantes puedan resignificar su lugar, y nos parece que este trabajo puede ser un quiebre significativo para que el pueblo pueda contar su propia historia», razonó Giordano, quien con justeza sintetizó: «El trabajo es una foto del pasado, pero también del presente de Hughes».

Otra versión

Hughes tiene, como casi todas las comunidades, una historia oficial que está escrita en un libro y que menciona que fue fundado en 1915 después de la donación de tierras de la firma Hughes a la compañía ferroviaria y al fisco provincial, que no fue desinteresada ni benéfica ya que le valió una generosa exención de impuestos por tres años por parte de las autoridades de la provincia.

Sin embargo, existían cuestiones poco claras respecto a lo que había pasado antes de esa fecha fundacional, como mostraba la existencia de una foto que data de 1899 donde se ve la casa que luego fue de los fundadores, y que formaba parte del casco de una estancia que había sido de la compañía Inglesa Durham S A, dedicada a la crianza de ovejas y de toros de raza: «Comenzamos a investigar más allá de lo que contaban los libros de la historia local porque en realidad ya habían pasado muchas cosas antes de 1915, antes de la estancia de Hughes», señaló Biasatti.

Según Giordano, probablemente quienes construyeron el casco de estancia fueron los inmigrantes ingleses Bolland, que compraron las tierras hacia 1886 con la intención de trabajar las tierras lindantes. La zona, como toda la Pampa Gringa, era objeto de especulación inmobiliaria por parte de la oligarquía de la época que buscaba acopiar tierras y extender las fronteras productivas en el centro del país.

Incluso el propio Urquiza —uno de los terratenientes más poderosos del siglo XIX, con propiedades estimadas en un millón de hectáreas— extendía su largo brazo hasta el sur de Santa Fe.

En base a estos datos y a los primeros indicios orales y materiales recogidos en el lugar, el equipo del Ceam (que se completa con Fernán García, María Belén Molinengo, Bruno Rosignoli, Gustavo Fernetti y Fausto Battaggia) presentó ante el gobierno provincial un proyecto de investigación arqueológica y pidió permiso para excavar, tras lo cual encaró los primeros trabajos, que rápidamente dieron frutos al aparecer materiales de época como pedazos de cerámica, objetos de hierro, fragmentos de vidrio y otros indicios de que la casona había sido habitada antes de los Hughes.

Al mismo tiempo, los investigadores fueron avanzando con el estudio de documentos, planos y escrituras para complementar el trabajo de campo y sumar ladrillos a la construcción de esta historia, que además tiene el plus de buscar complicidad y ayuda en toda la comunidad.

«Trabajamos con un enfoque de construcción colectiva de la historia partiendo del punto de saber qué pensaban los pobladores del lugar de su propia trayectoria», relató Giordano, quien agregó que esto significa sumar a la metodología de investigación a las historias de vida como elementos clave para desempolvar lo que pasó.

Desde el principio el proyecto de arqueología incluía a la comunidad como parte necesaria para completar el relato histórico y situarlo en el presente, lo que en la práctica significó la participación tanto de la escuela de Hughes como de la propia comuna.

Silvia Bercovich, secretaria de Cultura de la localidad, contó que a raíz del Centenario se formó una comisión museo ya que por ahora Hughes no tiene un lugar físico que ayude a contar la historia local. «La idea es que la primera colección del futuro museo salga de este trabajo, al que apoyamos», relató.

Otra pata fundamental fue la participación de la escuela secundaria local con el trabajo de los adolescentes primero en el sitio de las excavaciones, y luego en un laboratorio montado en la propia escuela para poder limpiar y clasificar los objetos que fueron encontrando.

«Nuestra idea era que los chicos de primer año de la secundaria fueran parte activa del proyecto, por eso se llevaron piezas encontradas para limpiarlas previo a un trabajo de capacitación en técnicas arqueológicas. Apostamos a la generación de conocimientos colectivos», explicó Biasatti.

Para las maestras la apuesta por los chicos como aprendices de arqueólogos fue pura ganancia. Según explicaron Marta Capponi (directora) y las docentes Anabela Benito y Eugenia Valenzuela de la Escuela Secundaria 224 Patagonia Argentina, la experiencia les permite vincular varias materias entre sí y avanzar en la enseñanza de los métodos científicos con trabajo en el terreno. «Los chicos están superentusiasmados porque hacen un trabajo concreto y a nosotros nos abre el espectro de prácticas educativas. Todo cierra», dicen a coro mientras subrayan que el factor emocional que significa trabajar con su propia historia es un valor agregado que renueva el entusiasmo.

«¿Cuál es la verdadera historia de los pueblos? ¿Hay otra historia por contar? Esto nos sirve para desarrollar en los chicos el espíritu crítico», mencionó a modo de conclusión una de las docentes.

El colono

Dante Gori es un gringo grandote de frente ancha que condensa en su cuerpo la figura histórica del labrador que pobló la Pampa Gringa, el famoso «sujeto agrario» del que hablan muchos de los libros que estudian la historia productiva de Argentina.

Pasó toda su vida en el campo, viviendo en los terrenos y algunas de las construcciones donde funcionó la vieja estancia de los Durham luego vendida a los Hughes. Sus vivencias y experiencias lo llevaron a ser uno de los pocos que, casi intuitivamente, desafiaba la historia oficial que puso a 1915 como fecha de inicio de la vida en ese rincón del sur de la bota santafesina.

Gori cuenta que su abuelo se instaló en la zona en 1944, cuando todavía debían pagar alquiler por la tierra que trabajaban con agricultura y cría de ganado. Recuerda que en esos años aún existía el bañadero de ovejas, vestigio del uso que le daban a esas tierras sus primeros ocupantes luego corroborado por las investigaciones del grupo del Ceam: «El registro histórico avaló el relato oral de Dante», señaló Giordano.

También quedaban rastros de una antigua caballeriza y parte del piso de lo que había sido el galpón de los toros de los Durham: «Este descubrimiento se los debemos a los chanchos que criábamos antes acá, que de tanto hociquear el piso buscando comida llegaron hasta el antiguo piso» contó.

Para Dante, que alguien finalmente escuche las historias que acumuló durante toda una vida ante la indiferencia de buena parte de sus paisanos significa volver a vivir. «El campo tiene historia, y yo soy gringo de campo a mucha honra. Es muy lindo que los chicos de la secundaria se pongan a escuchar estas historias».

Por eso levanta la bandera de ese campo alejado del monocultivo y los pools de siembra, el que daba de comer a sus habitantes y generaba lazos de sociabilidad que se fueron oxidando con la transformación de los modos productivos.

«Acá la soja se comió el modelo de vida. Ahora no queda nadie en el campo, se fue perdiendo el estilo de vida que supimos tener», dice y ratifica una de las ideas que fundamentan el trabajos de los arqueólogos rurales: el pasado y el presente se unen en muchos puntos. Lo que pasó, lo que diseñó el territorio, ayuda a entender lo que pasa ahora.

El casco

La casona descascarada que da vida al proyecto de arqueología rural de Hughes sigue en pie con casi siglo y media encima de sus paredes. Su fecha de construcción es incierta todavía, aunque según el arquitecto Gustavo Fernetti —quien forma parte del equipo de excavación— el espesor de las paredes indica que pudo haber sido en torno a 1880.

«Los ladrillos son más chicos que los que se usaban en la época colonial pero más grandes que los de ahora, y el tipo de ventanas que tiene la edificación se dejó de usar hacia 1910», dijo el experto, quien agregó que con el correr de las décadas la casa tuvo varios usos.

Los últimos habitantes (familia Scaffino) estuvieron en el lugar desde la década de los 40 hasta mediados de los 80 del siglo pasado, cuando la casona fue abandona de forma definitiva y colonizada por algunos terneros que disfrutaban de la buena sombra y el fresco de su interior.

Las excavaciones por ahora se concentran en la superficie para intentar delimitar con la mayor precisión posible los cimientos de las antiguas construcciones y buscar pistas en torno al origen de ese núcleo productivo.

«Aparecen cosas que a algunos les pueden parecer basura pero que para nosotros son muy valiosas. Cada objeto tiene una historia que contar», apuntó Biasatti.

Como toda historia, tiene un costado oscuro habitado por relatos de fantasmas y luces malas que pocos vieron de primera mano, pero que muchos contaron tras pasar alguna noche entre las paredes del caserón.

El relato, repetido y consolidado con el pasar de los años, habla de ruido de caballos que van al trote y pasan muy cerca de las ventanas de la casa, viniendo de alguna parte desconocida y yendo vaya uno a saber dónde (F: La Capital, Jorgelina Hilba).

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