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Juan un tipo de campo y una historia de ovnis que prefiere olvidar

(PR/Norma Migueles) Juan Oscar Pérez, cazador y trabajador rural cumplió este 9 de julio 55 años. Rodeado de sus padres, hermanos y sobrinos celebró con sencillez y humildad el homenaje gastronómico que le preparó su hermana mayor y recibió con beneplácito un celular de alta tecnología que le compró la madre.

¿Qué tiene de diferente este gaucho entrerriano, corpulento y de hablar pausado? Es el “chico que a los 12 años estuvo en un OVNI” y su historia se convirtió en el filme documental TESTIGO DE OTRO MUNDO en 2018 con guión y dirección de Alan Stivelman, con ayuda del astrofísico Jacques Vallée. Son otros tiempos y aquello que fue motivo de burla, hoy es respeto e interés en una sociedad que entiende que la presencia de otros seres ya no es una fábula.

Esa historia que se ha repetido en otras oportunidades, la última vez hace apenas dos años atrás, lo persigue y mantiene vigente el temor a las “luces” que aparecen, sin importar donde esté. Juan dice apenado “siempre me encuentran” y agrega, “los perros les tienen miedo, hay noches que aúllan desesperados”.

Esto significó a lo largo de estos cuarenta años un derrotero por distintas provincias, pensando que “ellos”, “ no me van a encontrar”, pero si lo hallaron y le recordaron su real existencia, en San Luis, en La Pampa y también nuevamente en el campito en Venado Tuerto en el que vive la familia, frente a la estancia La Victoria.

En algunos momentos ralea el relato y prefiere hablar de él, como ser único e individual, no como un hecho anecdótico, sobre el que asegura si tuviera que cambiar algo en su vida, preferiría que no hubiera pasado.

UN NIÑO GUARANÍ

Cuando Juan vino a Venado, lo mandaron a la escuelita del entonces barrio Tiro Federal, su acento entrerriano pausado mezclado con un poco de guaraní, generó que sus compañeros se rieran y lo llamaran “indio”, convertido durante esos años en el centro las burlas de la escuela.

Luego ya no quiso asistir mas a ese establecimiento y los padres lo mandaron a la establecimiento rural de El Empalme, allí encontró la paz que como niño merecía y terminó sus estudios. Pero la marca de la discriminación y la burla sufrida en la infancia marca todavía hoy un rictus de amargura y opaca los ojos renegridos.

Pero el universo le tenía preparada otra celada la pequeño guaraní, que gustaba de la caza y la pesca “ no por maldad” sino como sustento. A los 12 años Juan, trabajaba en el campo cuando vio una luz muy fuerte y una casilla de metal y entró. Durante años sostuvo su historia y todos creyeron que estaba loco. “La única que me creyó fue mi madre”, asegura.

Entrando en la adolescencia, cinco años después “las luces” volvieron aparecer cuando volvìa de la ciudad a la casa, y sus padres fueron testigos de esa extraña luminosidad una noche en plena oscuridad.

Y esta experiencia, que llenó su corazón de ansiedad y temor, dio inicio a un nuevo calvario, porque nuevamente la gente se empezó a reír, a descreerle, a tratarlo de fabulador y burlarse. Y la herida siguió abierta.

OTRAS MIRADAS

Hace más de una década el psiquiatra rosarino Néstor Berlanda –miembro del equipo del hospital neuropsiquiátrico Agudo Ávila, investigador en etnopsiquiatría, estados ampliados de conciencia, culturas precolombinas, y aplicación potencial de plantas sagradas en psicoterapia- se interesó por el caso de Juan. Esto lo ayudo a entender y responderse preguntas que no sabía cómo afrontar.

Comprendió que tiene la capacidad de percibir cosas que otras personas no, como los extraños visitantes que cada tanto se le acercan. Pudo sentir el orgullo de su sangre ancestral que lo lleva a esa vida en contacto estrecho con la naturaleza. Y también pudo aceptarse a si mismo como un ser único pero también integrado con otras personas que se interesan en su experiencia y le creen como el cineasta Alan Stivelman.

EL AGRICULTOR

Juan sufrió un accidente que le dejó una discapacidad en una de sus piernas. Así que volvió al hogar paterno, donde viven sus padres, una hermana mayor y un hermano. Se dedican a la crianza de cerdos y otros animales como forma de sustento.

“Me gustaría que la gente me preguntara que hago ahora, como soy y no que me conozcan sólo por los encuentros”, deslizó y narra a continuación sus excursiones de caza, la pesca con una lanza de hierro dentro de la laguna que conoce como la palma de su mano.

En las parideras hay cerdos y también jabalíes ya domesticados porque fueron criados de cachorros. Por el patio corretean gallinas gordas de diverso plumaje y una gran cantidad de perros, la mayoría de ellos galgos, que son usados en la caza. Para Juan son sus “hijos”, a sus pies siempre hay uno echado. Más allá en los corrales hay cabras, una vaca y los pequeños jabatos que corretean por los caminitos embarrados.

Ellos faenan cerdos y los venden, también hacen las tradicionales carneadas y usan para alimento propio los productos que elaboran, carne, chacinados, grasa, algunos de consumo inmediato, otros al freezer.

Juan se muestra relajado y dispuesto a contar decenas de anécdotas, protegidos del viento norte en el quinchito de caña. Las gallinas de hormonas alborotadas se hacen oír en el patio.

La tarde cae y también van llegando los hermanos, uno de ellos, Anselmo, es casi gemelo con Juan, con la misma voz suave y aniñada ý la sonrisa tímida. Llegan las tortas, la picadita y el feliz cumpleaños familiar. Los animales se van acercando a los corrales, porque llega la noche y como todos saben, en el campo y a la intemperie a veces pasan cosas que mejor no saber.

 

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