A Mauro Nahuel Novelino le encontraron 10 celulares en las distintas cárceles en las que estuvo. Al acceder a su contenido, los investigadores judiciales confirmaron lo que ya tenían en una causa judicial que se inició en 2021: con esos dispositivos seguía administrando la venta de droga en la ciudad de Venado Tuerto, en Santa Fe; compraba armas, municiones y precursores químicos; distribuía dinero y en una faceta romántica hablaba por whatsapp o por la red social Snapchat con Lucía Estefanía Uberti, su entonces pareja, presa en una cárcel de Rosario con una condena por ser “gatillera” de la banda “Los Monos”.
Del teléfono que más usaba en la cárcel federal de Resistencia, en Chaco, se descargaron 11.200 archivos de audio, más de 35 mil fotos y 570 videos. Gran parte de ese material llevó al procesamiento y envio a juicio oral de 31 personas por parte del juez federal de Venado Tuerto, Aurelio Cuello Murúa y del fiscal federal Javier Arzubi Calvo.
La historia de Novelino, de 32 años, y de Uberti, de 29, vuelve a poner en el centro del debate un tema que parece no tener solución: el uso de celulares desde las cárceles para cometer delitos. “Es un home office del delito, los dicen los fiscales. El 95 por ciento de los hechos graves de la ciudad se arman en las cárceles”, dijo la semana pasada el intendente de Rosario, Pablo Javkin.
Se sospecha que desde la cárcel de Trelew salió hace dos semanas una amenaza a Cuello Murua, Arzubi Calvo, al intendente de Venado Tuerto, Leonel Chiarella, al senador provincial de Santa Fe Lisandro Enrico y a la fiscal del Ministerio Público de la Acusación (MPA) Susana Pepino. “Va a haber balas para todos”, decía parte de la amenaza -que se realizó por un mensaje de whatsapp- junto con la foto de un arma. “Es preocupante que las amenazas se realizan desde institutos penitenciarios y hasta el momento no parece que estén tomando medidas al respecto”, reclamó Marcelo Gallo Tagle, presidente de la Asociación de Magistrados y Funcionarios de la Justicia Nacional.
En octubre de 2021 un grupo de fiscales federales y el procurador general de la Nación, Eduardo Casal, le enviaron al ministro de Justicia de la Nación, Martín Soria, y a la titular del Servicio Penitenciario Federal, María Laura Garrigós de Rébori, una serie de recomendaciones para controlar el uso de celulares en las cárceles. Fue tras un informe de la Procuraduría de Narcocriminalidad (PROCUNAR) que detectó 19 casos de jefes narcos que seguían operando desde sus lugares de detención. Nunca hubo una respuesta del gobierno nacional.
Novelino está condenado por narcotráfico y robo calificado y tiene causas por los mismos delitos y por asociación ilícita y amenazas. Estuvo preso en las cárceles de Resistencia, de Trelew y ahora está alojado en Marcos Paz, uno de los penales de máxima seguridad del país. Uberti, su ex pareja, está detenida en Rosario con una condena a 20 años de prisión por ser parte del grupo de gatilleros de “Los Monos”, la banda de narcotráfico más violenta de la ciudad.
Ambos desde sus lugares de detención continuaban manejando la venta de droga en Venado Tuerto, una ciudad del sur de Santa Fe. Y todo quedó demostrado en los celulares de Novelino.
El narco mantenía como operatoria la compra de cocaína en Córdoba a través de un policía jubilado y de Ingrid Roxana Florindo. En el celular de Novelino se encontró un video que Florindo le envió para mostrarle que le faltaba plata por la droga que le había vendido. “Acá tengo la máquina de contar el billete, que recién termino de contar, y hay 1.880.000 pesos. Faltan 120 mil pesos para los dos palos”, le reclamó la mujer mientras le exhibía los fajos de billetes.
Florindo también tiene una historia particular. Durante la investigación que hizo el fiscal Arzubi Calvo se determinó que la mujer había sido condenada por el Tribunal Oral Federal de Córdoba por el tráfico de 300 kilos de marihuana. Florindo estaba bajo arresto domiciliario pero se descubrió que lo violaba. Publicó en su cuenta de la red social Facebook fotos con un músico durante un recital.
Cuando la mujer volvió a quedar detenida la relación con Novelino la siguió su hijo, de 20 años. Se determinó que recibía órdenes de su madre, desde la cárcel en Córdoba en la que estaba detenida, sobre cómo continuar el negocio. Una estrategia era ofrecer mejor precios que el policía jubilado. También le ofrecían armas.
Novelino y Uberti tenían como costumbre firmar la droga que vendían. A los panes de cocaína le ponían sus iniciales “LN”. O la corona de un rey. También una tijera para graficar que esa droga estaba cortada.
Uberti le pedía a su hermana que sacara las fotos a los panes y cuando las recibía. Novelino las compartía con sus compradores. De los mensajes se determinó que ambos hablaban diariamente sobre la cantidad de material que tenían, lo que vendían, las deudas para cobrar y lo que tenían que pagar, los autos que compraban.
Juntos además tenían un negocio de venta de ropa en la ciudad de Rosario, que era uno de los puntos de venta de droga. Lo que ocurría en el negocio lo controlaban desde las cárceles con cámaras de seguridad que tenían en sus celulares. Las cámaras las pusieron por la inseguridad y el miedo a los robos.
Del análisis de los celulares también se encontró que Novelino compraba armas. Así surge de videos en los que le mostraban seis estuches con las marcas de las armas. “Ahí están las seis, amigo”, le dice el vendedor. En los contactos de su teléfono estaban agendados los nombres de “Sicario 1″, “Sicario 2″, “Perrito sicario”. Hablaban de “hacer un par de boletas” y con esas personas intercambió mensajes sobre los precios de lo que costaba un crimen o una amenaza. Ninguno de los hechos se concretó.
Las transcripciones de las conversaciones de solo un mes entre Novelino y Uberti que hizo la Fiscalía federal de Venado Tuerto ocuparon 5200 páginas. No solo hablaban del negocio de la droga. También tenían tiempo para la pareja. Todas las noches preparaban la cena y luego se unían a través de videoconferencias de whatsapp, Snapchat, o Facebook para estar juntos.
Era un momento de distinción en el que se divertían con filtros que usaban. Lo que quedó registrado en las fotos que guardaban.
Fuente: Infobae