Susana C. Otero (adaptaciones e ilustración) Dicen que dicen…que rodeando la laguna vivía el cacique Melín junto a su esposa y su hijo. Vivían felices, se amaban intensamente y se cuidaban unos a otros.
Su mujer, Nube Azul, adoraba a Melín de quien estaba perdidamente enamorada. El hijo de ambos, Cué, era un muchachito inteligente y cariñoso al que su papá le enseñaba el arte de la caza.
Tan enamorada estaba Nube Azul que cuando Melín hacía sus incursiones de caza, ella no hablaba con nadie hasta que él regresaba. Durante el tiempo que él estaba afuera, ella derramaba lágrimas de amor porque lo extrañaba infinitamente.
Sucedió que, en unas de esas excursiones de caza, un grupo invasor, queriendo adueñarse de tierras ranqueles, atacó al cacique Melín y a su grupo el que también integraba Cué. La contienda se llevó a cabo a orillas de la laguna y en la reyerta aniquilaron a todos lo que eran de la partida. Luego se dirigieron a la población. Nube Azul enterada de las malas nuevas ensilló su caballo, un tordillo brioso e inteligente y entre lágrimas y ayes de dolor, furiosa por las pérdidas de su amado Melín y su primogénito Cué.
En la urgente huida, Nube Azul fue herida mortalmente, sin embargo, su caballo la depositó en una isla perteneciente a la laguna. Ella estaba desbastada y sin fuerzas, ya no le quedaba aliento, la vida sin sus amores, ya no tenía sentido, en su agonía nombró a la laguna Melincué, la unión de los nombres de su pareja y su hijo.
Antes de dejar esta vida le deseó al pueblo que las aguas de la laguna crecieran tanto, pero tanto, que los campos fueran tapados y los invasores ya no pudieran habitar en él. Y así fue…, la profaecía se cumplió y hoy en día quienes son antiguos moradores del lugar, aseguran que, en noches de tormenta, cuando la lluvia arrecia y el tronar del cielo parece abrirlo en dos, el espíritu de Nube Azul sopla con todo su aliento para que el agua anegue una vez más el pueblo como castigo al invasor.