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Lucas López: el delantero al que la vida le dió otra oportunidad en familia y libertad

lucas
(por Jota Eme Esse para PR) Lucas López asomó en la década del ’90 como un delantero potente y goleador de la Liga Venadense. Formado en el club Ciudad Nueva, del que se declara hincha, vistió diferentes camisetas y con altos y bajos redondeó una interesante carrera en el fútbol regional, haciéndose un nombre propio por sus virtudes futbolísticas y por protagonizar unas cuantas anécdotas. Sin embargo, el partido más difícil no lo jugó en una cancha, sino que estuvo cuatro años privado de su libertad en la alcaidía de Melincué, acusado como partícipe en un homicidio. Pero salió y hoy se lo nota centrado y tranquilo, disfrutando de su mujer y sus hijos, con un trabajo formal y despuntando el vicio del fútbol, que inclusive este año lo llevó a jugar algunos partidos en la Liga. Hoy, el grito que más disfruta Lucas es el de libertad, por encima de aquellos inolvidables gritos de gol.

El atacante formó parte de la primera camada de jugadores de Ciudad Nueva en Primera División. “Estaba Bobby (Carlos Villalba) de técnico y me dio la oportunidad con 15 años de jugar, junto con Araya, Tatín Salcedo, Brioso y un par de muñecos más”, recuerda. Rápidamente se destacó y pasó a Centenario, equipo dirigido por Dionisio Rubio, que tenía a Marcelo Sevilla, Raúl Zabala, Panza Majul y otros jugadores importantes. Ahí tal vez se vio la mejor versión de López: “Estuve un par de años, en uno salí goleador y al otro salí segundo, fue en el ’97 y ’98, tenía más o menos 20 años y al equipo le fue muy bien”.

Lucas Lopez saca

Luego pasó a Peñarol de Elortondo y posteriormente se le presentó la posibilidad de jugar en Matienzo de Rufino un torneo provincial en Córdoba, cuando aquel equipo jugaba en la Liga de Laboulaye. “Fuimos con Rosati y Titi Foressi, jugamos contra Estudiantes de Río Cuarto, Mitre de Baldissera, toda esa zona, y fuimos campeones con el Loco Merodio de técnico”, rememora.

Sin embargo, la estadía en el club no fue sencilla, porque en el primer fin de semana en el que concentró en Rufino, estiró un poco la noche y lo escracharon en un periódico local, diciendo que el refuerzo Lucas López había sido visto a las 6 de la mañana en un boliche.

De regreso en la Liga Venadense, Lucas vistió por primera vez la camiseta de Sportivo Avellaneda, jugó un par de años y luego fue convocado por Omar Majul para un recordado equipo de Sacachispa, en 2002. “Estaban jugadores como el Mono Zapata, Foressi, Zabala, Canquina Junco, el Tanque Rojas”, repasa. Ahí perdieron por penales en un partido desempate con Jorge Newbery, en un 2-2 en cancha del Saca. “Fue un año hermoso, se hicieron las cosas bien y se disfruta mucho más, estaba Charly Cormick y otra gente que hacía que todo fuera mejor. Ese fue uno de mis mejores años”, asegura.

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Luego alternaría entre Avellaneda y Sacachispa, clubes con los que terminó muy identificado. En uno de esos años, el técnico del Rojo, Juan Quinteros, le había cerrado las puertas del club, entonces Lucas siguió en el Saca. Cuando se enfrentaron los dos equipos, el delantero hizo un gol y no tuvo mejor idea que ir a dedicárselo al entrenador rival, zapateando arriba del techo de chapa del banco de suplentes de Avellaneda, en un partido que se jugó en la vieja cancha de Rivadavia.

Después me pasó lo que me pasó y este año jugué unos partidos en Avellaneda, pero con 38 años tampoco vamos a pedir demasiado, lo que tenía que hacer en el fútbol ya lo hice y no me puedo quejar porque gracias a Dios me fue bien”, afirma.

De todos modos, Lucas admite que “podría haber hecho mucho más en el fútbol, pero la conducta no te ayuda mucho, el tren pasa una sola vez y si no lo aprovechás, estás hasta las manos. Es así”.

 

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Chances perdidas

A la distancia, Lucas López se arrepiente de no haber sido un poco más profesional. “Tuve oportunidades y me han llamado de todos lados, por ahí a esta altura del partido voy a ser sincero, la conducta mucho no me ayudaba. Ahora te querés matar, me arrepiento porque es muy lindo estar en el fútbol, pero por ahí era de faltar a alguna práctica o no cuidarme los fines de semana, estar boludeandoy no darme cuenta de las cosas lindas que tiene el fútbol, que además económicamente te ayuda, más cuando las cosas te van bien”.

Desde su experiencia personal, inclusive se anima a dar consejos: “Vamos a tratar de que no pase lo mismo con mi hijo y algún otro pibe, aconsejarlo y decirle que donde tenga la oportunidad, la aproveche. A mí los grandes me decían lo mismo, pero me entraba por una oreja y me salía por la otra, como todo me salía fácil, parecía que me iba a durar toda la vida el fútbol. Pero bueno, ahora laburando y jugando algún fútbol 5 o los sábados a la tarde”, dice con un dejo de resignación.

Si bien estuvo “un par de años largos” viviendo del fútbol, hoy piensa que “tendría que haber aprovechado un poco más lo que ganaba y no boludear tanto. El fútbol me dio mucho, tengo muchos amigos, ahora con la tecnología del Facebook nos mandamos saludos o voy a las casas”, destaca.

Pero había cosas que Lucas no podía evitar: “Yo salía un sábado a la noche, pero como al otro día rendía bien y capaz que el equipo ganaba con dos goles míos, me confiaba. Pero los clubes grandes miran todo, y por más que tengas condiciones si no tenés buena conducta no te llaman. Igual nunca me faltaron oportunidades, incluso tuve una posibilidad para ir a jugar a Bolivia, ya tenía el pasaje para ir, pero me fui a un baile y me olvidé del colectivo, del avión y cuando vieron que era un irresponsable, nunca más… Me tenía que ir a vivir allá a instalarme y vivir del fútbol, mi vieja me quería matar, me echó de mi casa y todo, porque se hacen ilusiones y uno está en la boludez”.

 

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Todos los días iguales

Pero todo cambió una noche. “En un abrir y cerrar de ojos me encontré con un mundo que no es el mío, porque no ando robando ni soy ‘violín’, solamente me pasó que fui a un boliche, se armó un quilombo y el pibe que andaba conmigo mató a una persona y yo caí por andar con él. Este otro pibe se había ido a Tucumán y quedé como responsable, pero gracias a Dios la Justicia con el tiempo me dio la razón de que yo no fui y me dieron la libertad”, cuenta el goleador sin necesidad de preguntarle nada.

Fueron cuatro años en la alcaidía de Melincué. “No me hago el santo, pero no hice nada. Estos cuatro años te sirven de experiencia y salí un poquito más centrado. Muchos que pasan por esa situación salen peores, porque salís resentido con la vida, pero yo tuve el apoyo de mi señora, mis hermanos,mi madre y mis hijos, y eso ayuda mucho. Sin el apoyo de ellos, yo no sé dónde estaría”, admite.

Lucas López no anda con vueltas: “Lo peor que te puede pasar es estar tantos años encerrado en un cuarto de 2 x 2, pero lo pude superar. El día a día es difícil, son todos los días iguales, no tenés vida, estás muerto vivo, esperando que llegue tu libertad, y gracias a Dios me llegó”.

Vivir en la cárcel “es jodido, hay gente malvada que se dedica a robar o a violarcon la que tenés que convivir y no tenés que confiar en nadie, porque estás las 24 horas, tenés que comer, dormir y bañarte con ellos. Por ahí un día alguno se toma unas pastillas y se te terminó la vida, es jodido”. Aseguró que “tuve momentos bravos porque tenés que defenderte, tenés que hacerte respetar porque es otro mundo. En la calle vos discutís con alguien, te das vuelta,hacés 20 cuadras y no lo ves más, pero ahí estás las 24 horas con ellos y tenés que aguantar”.

Para resumir el sentimiento, Lucas es muy gráfico: “Son cuatro navidades, cuatro cumpleaños, es mucha historia. Familiares que se me fueron, pero por suerte los más cercanos no me fallaron ni una visita”, y cuando ya estaba privado de la libertad nació su hija Isabella, que “me ayudó bastante para salir adelante”.

 

Al fin libre

El día que salí no sé cómo contarlo, no lo podés creer”, afirma el delantero. Para colmo, la decisión del juez llegó de improvisto, porque Lucas fue trasladado a Rosario para ‘firmar un papel’, pero de forma inesperada le otorgaron la libertad, sin que lo supieran ni él ni su familia. De vuelta en Melincué, “dejé todas las pertenencias y salí caminando, y pasando el casino me levantaron mis hermanos que me fueron a buscar. Fue una alegría inmensa, llegar a casa, comer un asado…”, rememora.

Y después, volver a la calle para “tratar de insertarme en la sociedad lo mejor que pueda. Sé que hay mucho prejuicio, pero yo estoy tranquilo, Dios sabe lo que hice y lo que no, no soy ningún santo pero en esa no hice nada”, reitera. Se fue a buscar un trabajo y “don Ricardo Baravalle me dio la oportunidad de entrar en su empresa por tres meses y hoy llevo un año y estoy en blanco”, además a principio de año se animó a jugar algunos partidos en Avellaneda, pero hoy parece más motivado en ver jugar a su hijo Lisandro de 15 años, aunque no hay que descartar algún regreso a las canchas, esas que por ahora lo tienen cada domingo como espectador, porque el fútbol siempre fue una gran fuente de alegría.

 

 

 

 

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