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Mar de vidrio: Secretos que duelen y quieren sanar 

(PR/Norma Migueles) En busca de dar un cierre final a la búsqueda de su identidad Julio H. Sosa, veterano de guerra santafesino, quiere conocer a su padre biológico luego de enterarse a los 44 años (hace 17 años) que el hombre que lo estaba criando no lo era. Un terremoto interno que lo sumió en un “mar de vidrio”.

El objetivo de la entrevista original era colaborar con una persona que buscaba a un padre que no conoció. En las redes sociales, esa necesidad de calmar heridas, ponerle el rostro a una idea -conocer verdades, saber ¿por qué?, – se multiplica, algunas con resultados, felices o otras no.

Una larga charla y posterior intercambio de posteos, permitió a Julio H. Sosa, desempolvar recuerdos, muchos de ellos dolorosos, pero necesarios para empezar a sanar heridas que aún lo emocionan, cerrar etapas y desterrar para siempre esa sensación de rechazo, que lo rondó desde la concepción. 

Una joven madre 

María Rosa Martínez vivía en el conventillo de los Bobbio, en Santa Fe. En la pequeña pieza que alquilaba tenía su ajuar y los utensilios que iban formar parte de su nuevo hogar con Mario Gonzáles, un joven policía con quien estaba de novio. Tenía 17 años y en su vientre crecía el hijo que iba sellar la unión de la pareja. 

Pero, no siempre los cuentos de hadas tienen un final feliz, Mario dejó a María Rosa y esta le arrojó los anillos y se quedó con el hijo. Él se casó luego con una reclusa. 

Nació Julio y la joven madre no podía afrontar la crianza, así que se lo entregó a su tía Rosa y el chico creyó que era su madre y sus hijos sus hermanos hasta los 8 años, durante ese tiempo sufrió malos tratos, insultos, abusos físicos y espirituales. Se convirtió en un niño tímido, callado.

Ahí fue cuando María Rosa lo llevó con ella y su esposo Beto, formando parte de una nueva y numerosa familia. 

Una vida feliz 

En el `82 formó parte del contingente de soldados que llegó a las Islas Malvinas, la Armada fortaleció su espíritu de supervivencia y pudo regresar a su Santa Fe natal.

Tras el retorno, Julio se casó con Susana Sandoval (falleció durante la pandemia) y la llegada de una hija puso una cuota de alegría en la pareja, ya que en simultáneo fueron adjudicados con una casa. Ingresó a trabajar en Bromatología, ahora Assal, y viajaba haciendo inspecciones por toda la provincia, hasta que por la nueva ley de jubilación ingresó al sector pasivo a los 49 años.

La pandemia se llevó a su compañera y en pocos meses a cinco familiares. Hoy Julio con 61 años es jubilado provincial, se fue a vivir con su hija Gabriela, y divide su tiempo confraternizando con sus camaradas veteranos, dando charlas y trabajando en ayuda social.

La sorpresa

Julio Sosa transitaba por sus 44 años cuando una tía, que vivía en el sur, pasó a visitarlos. En la charla la mujer dijo algo que alertó a su esposa, quien mientras Julio calentaba el agua para el mate, abordó a la anciana y le pidió explicaciones.

La mujer dudó, pero llamaron a Julio y de pronto disparó 

  • ¿Sabes quién es tu padre?.
  • Jorge Sosa – le respondió el hombre.
  • -Tu padre es Mario Gonzales, un policía, le dijo. 

Julio no entendió mucho lo que pasaba. El momento pasó, pero los pensamientos lo carcomían, “andaba como en un mar de vidrio”, todo lo que amaba y todo lo que él creía como familia “desapareció, no había nada en el horizonte” y solo le quedaba “suyo” la esposa y la hija.

“Pasaron un par de días surgió la ira, el enojo, me sentía solo”, los parientes ya no lo eran, sus 8 hermanos no eran hermanos, ni sus tíos, se sintió traicionado y no quiso saber nada con los Sosa, solo tenía un entrevero de apellido, que no significaban nada, “me sentía un NN”, manifestó. Las hermanas trataron de ayudarlo, reconociéndolo como “hermano mayor”, ya que todos tenían una única madre, “ahí me sentí un poco revitalizado”, contó. 

Habló con la esposa y acordaron afrontar la verdad. Su madre ya había muerto y ellos vivían a unos 20 kilómetros de la casa de su padre. Le avisó que iba a verlo y asegura que fueron los 20 kilómetros más largos de su vida. Ansioso llegó a la casa y le pidió a Beto hablar en privado.

¿Sos mi padre biológico? Le pregunto sin más y el hombre confirmó “no”. Al preguntarle por qué no le habían dicho nunca esa verdad, el hombre le respondió “tu madre nunca quiso”.

“Beto siempre fue y será mi padre, y mi hija al enterarse dijo: mi abuelo es y será Beto”, expresó. Más adelante, agregó: “No me enojé con mi madre, solo tenía 17 años, y en esa época y con circunstancias desfavorables igual me dio la vida y es algo que agradezco”.

De frente a la verdad Julio comenzó a contactarse con sus tías, hubo enojos porque se rompió “un pacto de silencio” en torno al nacimiento de Julio. Pero la familia estaba consolidada y los lazos se fueron restaurando.

La búsqueda

Hace 14 años Julio inició la búsqueda de su padre, «quiero conocerlo, saber si tiene familia, hijos, nietos», indicó. No pido ni reclamo nada, solo conocerlos», aseguró .

“Ya casi me había olvidado y reapareció el posteo y comenzó a girar nuevamente por la red. A lo mejor esta vez logro hallarlo”, reflexionó. 

Mario González fue policía en la Comisaría 1º, en calle 1º Junta y Av. Rivadavia y taxista en la Terminal de Ómnibus “Gral. Belgrano” de la ciudad de Santa Fe, por los años 1962.

«Mi madre, María Rosa Martínez, vivía en Calle Cruz Roja (Ex Rivadavia) Nº 1757, era un Conventillo de los Bobbio, entre Monseñor Zaspe (Ex. Buenos Aires) y Moreno de la ciudad de Santa Fe», aportó.

 

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