(para PUEBLO Regional On Line: Lucas Paulinovich/Pablo Tomás Almena. Foto: Santiago Córdoba)
“Nosotros lo sentimos igual que Rubén y David, fue un orgullo y muy emocionante darle la posibilidad de compartir a nivel social. La elección que ellos hacen de compartir y de casarse para estar juntos y es el sueño de toda persona, con un compromiso que va más allá de las palabras. Nosotros los acompañamos desde el cariño y el amor que le tenemos, y a nosotros la elección de mi hermano no nos cambió en absoluto. Como así también nos tocó decirle a mi abuela de 87 años sobre la elección de su nieto, y eso provoca un montón de sensaciones. En el caso de mi abuelo, que pensábamos que por una cuestión estructural del pensamiento lo iba a tomar mal, porque vivimos en una sociedad lenta en aceptar estas cuestiones, y él dijo que no podía juzgar a nadie y que iba a disfrutarlo con él porque era su forma de ser feliz”, comenta Viviana, hermana de Rubén, uno de los protagonistas de los cinco matrimonios igualitarios celebrados en Venado Tuerto desde la sanción de la ley que hace dos semanas cumplió cinco años. El diario El Informe tituló que solo “cinco matrimonios se habían celebrado en cinco años”, para quitar mérito a esta conquista de la sociedad argentina que se transformó en ley por impulso de las ONG y acompañamiento, entre otras fuerzas políticas, de los sectores mayoritarios del FPV y del PS dentro del FPCyS. Pero la enorme conquista implica que al menos 10 familias venadenses hayan recibido el reconocimiento del Estado y la sociedad de su derecho a ser felices. Los derechos de las minorías negadas, son mil veces “más derechos”.
La posibilidad ganada, obviamente, repercute en los círculos más cercanos del beneficiario, facilita, de alguna manera, una descompresión, diluye en parte la enorme presión social sobre el diferente, las marcas y señalamientos con que la homosexualidad era corrida al ámbito de lo pecaminoso e imperdonable. “En el caso de mi familia fue muy particular, porque mi hermano siempre cuidó mucho su intimidad y su visual hacia la sociedad, porque todavía estamos muy lentos para entenderlo. Nosotros podemos compartir ampliamente el momento con la persona, pero no sé cómo habrá cambiado para ellos con respecto a la sociedad. Sé que tratan de mantener grupos, porque todavía estamos muy crudos. Nosotros somos muy abiertos, pero no todos lo ven de la misma manera. Hay que aprender a no juzgar, todavía para denigrar a alguien se utiliza lo gay como insulto”, describe Viviana.
La libreta de matrimonio, en este caso, funciona como un símbolo, no solo del amor compartido por dos personas, sino también del reingreso a lo social: con la rúbrica institucional, los homosexuales entran en la legalidad, son aceptados, incluidos, dejan de ser parias. Se derrumba la ofensa implicada en su acto: lo enfermo, a partir de entonces, deja de estar en el que decide algo distinto a lo aceptado, y pasa a quien es incapaz de tolerar la diferencia.
El derecho de ser lo que se es
El clima político vivido en los últimos años, con intensos debates inscriptos en el seno de la sociedad, con lugar para la irrupción de manifestaciones y expresiones, propicio para la afirmación de identidades alternativas a las convenidas, favoreció el curso legislativo de la iniciativa y generó una temperatura social amigable para la consolidación de las demandas de las minorías. El anacronismo y la testarudez discriminadora, de todas formas, no fueron purgadas del todo: aún subsisten las posiciones que reniegan de la ley y que insisten con sostener un modo de vida ideal como única dimensión de lo correcto y admisible. “Que Rubén y David puedan haber firmado su amor con la libreta, que es solamente un símbolo, pero para ellos es asegurar muchísimas cosas, internamente también. A mí me duele mucho ver que haya un político que quiera representarnos y diga que ser gay o lesbiana es una enfermedad. Más enfermo está el que piensa eso”, delinea Viviana. La ley, como momento de consumación, vuelve a la sociedad e impacta en ella provocando distintos efectos. El resultado de esa interpelación permite desacartonar hábitos, disolver usos sedimentados, barrer con manías y prejuicios que precipitaron en la mentalidad común: la sexualidad se trepó a lo más alto de la escena pública y debilitó las rígidas formaciones que la tradición y la costumbre habían ido erigiendo y ya no se cuestionaban: qué hacer con el sexo, cómo vivirlo, de qué manera definirse, cómo experimentar la sexualidad, a partir de qué asumirse. En ese proceso de ampliación se extendieron los márgenes para desarrollar libremente la vida y se dotó de legitimidad la cobertura y el reconocimiento de los derechos.
Ampliación de derechos, reducción de la hipocresía y la represión social
Hace 5 años, 33 legisladores decían que sí, y 27 se oponían. El asunto: el derecho a contraer matrimonio entre personas del mismo sexo y, por extensión, la posibilidad de ejercer libremente la sexualidad. La Argentina se colocaba, así, al frente de un movimiento global en el reconocimiento de los derechos de las minorías. Pasó a ser ejemplo a la hora de hablar de libertades. La exclusión, estigmatización y hostigamiento de los homosexuales y demás identidades sexuales minoritarias no dejó de ser un hecho fatídico, pero la instrumentación de la ley generó un marco legal que incluye derechos y permite un espacio más amplio para su ejercicio. Es, en definitiva, una herramienta.
Las 15 horas de debate en el Congreso Nacional fueron un compendio de los largos meses de discusión social que permitieron poner en tela de juicio los sólidos prejuicios que se fueron asentando en el sentido común, romper los esquematismos y conservadurismos que, desde una supuesta pretensión moral, negaban una realidad tan incontestable como la libertad misma: el reconocimiento legal fue la estocada formal de una situación que ya se daba de hecho. El amor forzó, por una vez, las reglas, y ganó.
Durante aquellas jornadas de discusiones y alegatos se pudieron escuchar y leer algunas de las manifestaciones más claras del pensamiento retrógrado de algunos sectores sociales. También se cristalizó la reivindicación de un colectivo organizado en defensa de los derechos de las minorías y se pudo tomar nota de las consecuencias provocadas por la persecución y estigmatización social. La población homosexual fue históricamente acosada, hostigada e invisibilizada: eran escoria que debía ocultarse, desviados que necesitaban corrección, herejes que merecían la condena eterna. La Iglesia Católica, referente máximo en la lucha contra la ley, llamó entonces a librar “la guerra de Dios” contra la normativa, y se movilizaron varios grupos religiosos para sabotear las marchas y manifestaciones en respaldo de la iniciativa.
En estos cinco años transcurridos, según la Federación Argentina LGBT, 9423 parejas pudieron oficializar su relación, constar con la seguridad jurídica que aporta el matrimonio, refrendar ante la institucionalidad pública su vínculo amoroso. Santa Fe es el cuarto distrito con mayor cantidad de matrimonios celebrados: 895. Detrás de la Ciudad de Buenos Aires, la Provincia de Buenos Aires y de Córdoba.
Puto, el que no hace lo que quiere…
En los pueblos y ciudades del interior suelen tener mayor vigencia y crueldad los mecanismos de disciplinamiento interno de las comunidades, es mayor el peso de la opinión pública. Es más difícil, en términos generales, asumir la transgresión, hacerse cargo de la ruptura, reconocerse como traidor del orden aceptado: ser gay es, asimismo, potencialmente más peligroso. En las grandes urbes, estructuradas como metrópolis, con más cantidad de habitantes y cercanas a las diversidades e influencias disruptivas o innovadoras, suele disminuirse la carga de los diferentes. Hay más lugares para esconderse, también. En los ámbitos urbanos más chicos, esa posibilidad se reduce al mínimo: la exposición se transforma en exhibición, la aparición pública en vulnerabilidad. La elección personal queda señalada como una irreverencia para con la comunidad: para ser, no hay que mostrarse. La visibilidad debe conformar los parámetros de lo tolerable.
En el último tiempo los movimientos por los derechos de las minorías sexuales supo poner sobre la mesa temas de discusión siempre obviados y silenciados, mostrar un escenario de múltiples voluntades que desplazaban los límites siempre estrechos y rebosantes de hipocresía que trazan los códigos de comportamiento. La moral es lo que se hace, y la conformación de un código, siempre es algo que llega tarde. La aceptación de la homosexualidad, sin embargo, en muchos casos llegó antes a la ley que a la vida cotidiana de una ancha franja social. La identidad sexual fue, de esa forma, una manera de cuestionar lo establecido, que era lisa y llanamente un orden discriminatorio y represivo de la diferencia.
Desde la sanción de la ley 26.618 hasta la fecha, en Venado Tuerto se celebraron cinco matrimonios. En muchos casos, la formalización de la relación implicó nada más que un trámite para conseguir el resguardo reglamentario y el reconocimiento de una situación ya concretada en la convivencia: un modo de protección. Al mismo tiempo, constituyó un desafío: ser libre es legal. “Las consecuencias jurídicas son las mismas que un matrimonio entre una mujer y un hombre, los mismos derechos y las mismas obligaciones. Incluso hemos anotado un bebé de una pareja constituida por dos mujeres: una tuvo su bebé y la otra era la pareja”, comenta Patricia Fleider, del Registro Civil de la ciudad, en conversación con el programa Dos en la Ciudad.
La reglamentación de la ley tensionó los alcances de la conciencia común, obligó a un replanteo general acerca de los modos de vida y las posibilidades de disfrutar la libre elección: “yo respeto la libertad de cada uno y es lo que eligieron. Ellos estaban muy felices por este logro, que más allá de lo personal, es que lograron algo para lo que venían luchando hace años”, dice Fleider.