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¡NI UN PIBE MENOS!

(por Paula Rossi)
Un arcoiris se tiñe de gris y llora. Una plaza se queda inmóvil. Un dinosaurio de juguete descansa entre las telas y el humo. El tiempo se concentra en ese segundo en el que la vida, una corta vida, deja de serlo y se transforma en una muerte injusta y dolorosa. Una muerte, dos muertes.
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Un día después de las elecciones porteñas y en un incendio — que se dio por motivos aún desconocidos — en un taller clandestino del Barrio de Flores, fallecieron Orlando y Rodrigo; dos niños con sus derechos vulnerados a los cuales se los hacía trabajar con sus cortos años tornándolos — injustamente — cotidianos e inmunes a la situación. Dos niños que, seguramente, llevaban consigo esperanzas e ilusiones pequeñitas que poco a poco se irían convirtiendo en proyectos cada vez más grandes y concretos. Dos niños que reirían risas chiquititas si las negligencias que comenten los adultos no serían tan carnales y verdaderas, si la ambición de algunos empresarios textiles tuviera filtro y si esos “alguien” que tenían que hacerlo, hubieran escuchado alguna vez los cientos de reclamos que vienen de ciertas voces que para ellos son mudas: las voces de los vulnerables.

Una sonrisa menos. Una risa escondida menos. Un carcajada menos. Un abrazo menos. Un llanto menos. Unos ojos chispeantes menos. Una energía que fluye desde lo más profundo, menos. Una caricia menos. Una mano pequeña menos. Una alegría menos. Una travesura menos. Un cuaderno menos. Unas palabras menos. Un estornudo menos. Unos colores menos. Muchas cosas más, menos. Eso es la muerte de un niño: un juego que no se juega más.

Y en esta situación, hay que tener en cuenta que todo se amplía y se multiplica por dos, y se hacen infinitas las cosas menos, esas que van a desaparecer junto a dos nenes que ya no podrán nunca más abrir sus ojos y disfrutar del llano de la existencia en carne, hueso e ilusión; de eso que se merecen por el simple hecho de tener 7 y 11 años, y por mucho más.

Por Orlando, por Rodrigo y por todos esos niños a los que la sociedad los hace invisibles y los deja morir de manera abusiva, yéndose con ellos tantos componentes únicos para la vida, esos que solo los niños tienen y pueden dar; hoy pido para siempre:

¡Ni un pibe menos!

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