Luciana Cejas estaba enfrente del banco Nación. Vio que de las cocheras salía una camioneta que, al doblar en la esquina, se le cae una caja. Ella lo notó y le gritó, pero el conductor no escuchó. Luciana corrió hasta la caja y se encontró que tenía 200 mil pesos. Decidió quedarse a esperar a que vuelva el dueño, que llegó unos minutos después, notoriamente alterado, buscando la caja. Un caso raro, de los que desmienten las versiones de egoísmo profundamente arraigado y rompen con las fábulas de individualismo y sálvese quien pueda que nutren los discursos mediáticos predominantes.
Luciana es empleada en Rosso Propiedades. Su familia también es laburante. “En el momento que estamos pasando hoy la necesitaba, pero no era mía. Mi mamá trabaja en el hotel Molino. Mi papá se tuvo que jubilar por un accidente doméstico. Somos una familia trabajadora”, cuenta.
Al volver a la oficina, le comentó a su compañera, todavía sin poderlo creer del todo. Ella estaba preocupada por llegar tarde. Sin embargo, minutos después, llegó su jefe y la felicitó. “Agradezco los mensajes que recibí, creo que eso es la mejor recompensa que tuve”, dice. Una pequeña anécdota de un gran acto, bastante inhabitual, pero reconfortante, algo de lo que forma el tejido social del que tanto se habla.
