(PR/Pablo Salinas) En agosto de 1938, durante cerca de una semana, el venadense Viernes Scardulla tuvo al país en vilo con una fabulosa historia: decía haber encontrado el tesoro que el virrey Rafael de Sobremonte y Núñez había escondido en la zona de Pergamino en su huida de la primera invasión inglesa en 1806.
Scardulla debía el nombre de pila a su fecha de nacimiento: el Viernes Santo de 1903. El hombre que alcanzaría una efímera y escandalosa fama en 1938, durante su vida vendió porotos, cosechó maíz, fue curandero, criador de caballos de carrera, tenía filiación en el radicalismo y era un deudor empedernido. En Venado Tuerto se lo consideraba un vago, lisa y llanamente.
También era muy apegado al juego. En septiembre de 1938 perdió en una noche 10 mil pesos, una fortuna para esos tiempos, de 100 mil pesos que decía tener en un inexistente Banco de Luján.
Otra de sus características, y que le permitía moverse libremente, era su condición de informante o soplón de la policía. Sin embargo, todas estas características eran desconocidas en la Capital Federal donde urdió la más grande de sus mentiras.
La gran mentira
En el libro de guardia de la división Defraudaciones y Estafa de Policía de la provincia de Buenos Aires se asentó que “el 5 de agosto de 1938, se presentó un hombre que dijo llamarse Viernes Scardulla, de estatura baja, de andar firme, robusto y seguro en sus dichos”. “Vestía sobretodo gris con las solapas levantadas y un sombrero de ala ancha que parecía más grande en su rostro anguloso”, según narran las crónicas de esos días. Había viajado a la Capital Federal a denunciar el robo de unos baúles que contenían unos 100 kilos de oro, monedas y unos 33 kilos de piedras preciosas. Decía que ese tesoro lo había encontrado con su cuñado Santiago Trucco, un par de años antes en el campo «La Blanquita», cerca del arroyo Las Garzas en la zona de Pergamino, y que le habría pertenecido al virrey Rafael de Sobremonte.
En esa denuncia decía que unos funcionarios del Senado Nacional lo habían estafado cuando lo invitaron a llevarle a su despacho en la calle Victoria (hoy Hipólito Yrigoyen 1920), el cofre con los lingotes, las piedras preciosas y las monedas de oro. «Lo hicieron abrir con un cerrajero y se llevaron todo el contenido. A mí me dieron 22 mil pesos, nunca más los volví a ver», dijo Scardulla a los policías mientras mostraba un documento firmado por el jerárquico empleado de apellido Monti (o Montes).
La policía no tardó en detener a Montes, que no era Montes ni doctor: era un estafador chileno de sobrado prontuario llamado Carlos Valdivieso, que no llegó a declarar: se tiró del último piso del Departamento de Policía, y murió a las pocas horas.
Una semana de mentiras
Tras una semana de mentiras, con personal policial y periodistas que se trasladaron a la zona donde supuestamente había hallado los cofres y la aparición de varios testigos que fueron desbaratando su historia, Viernes realizó su confesión, que figura en el prontuario 49.206 de la Policía Federal. Allí declara que hizo construir y envejecer los cofres por el artesano Pedro Bonfanto un par de años antes, y tramó la historia «a causa de un grave apremio económico familiar». La investigación estuvo a cargo del comisario Alfredo Rizzo, jefe de Defraudaciones y Estafa.
En las crónicas policiales y periodísticas se lo describía a Scardula como “un hombre sin mayor cultura, de mentalidad simple y naturalmente desconfiado”.
Viernes tenía 35 años cuando hizo su denuncia sobre el tesoro de Sobremonte.
El 12 de agosto de 1938 el jefe de Defraudaciones y Estafa expresó que Scardulla “había estafado a Antonio Buguet, en 10.400 pesos; a Vicente Artroner, en 47.000 pesos; a su suegra, en 16.000 pesos y a Amado Trucco, en 28.000 pesos”.
Viernes fue condenado por falsa denuncia y falso testimonio. “Lamento no haber hecho más lindo el cuento del tesoro”, decía cuando se emborrachaba.
Dialéctica envidiable
En 1948 y después de haber pasado un par de años tras las rejas, Scardulla regresó a Venado Tuerto donde se dedicó al «curanderismo», hasta que lo condenaron a cuatro años de prisión por «ejercicio ilegal de la medicina».
Luego se trasladó a San Luis donde abrió un consultorio bajo el nombre Juan Herrera, aunque nunca supo leer ni escribir.
Dueño de una dialéctica envidiable conseguía envolver a cualquiera que se paraba frente a él a discutir.
Viernes rápidamente abrió las puertas de un sanatorio privado en Gobernador Alric llegando a avenida Sarmiento, en la zona noreste de la ciudad de San Luis, donde concurrían cientos de personas de provincias vecinas, pero mayoritariamente del interior provincial, a quienes prefería porque era más fácil sacarle el dinero.
De todas formas, una vez por semana, preferentemente los viernes después de las 15, «curaba» gratis a todos los que fueran hasta la puerta de su casa.
Publicidad engañosa
Con las cuentas en rojo maquinó una acción para promocionarse ante sus fieles seguidores: le dijo a su esposa «voy a llamar al doctor N… (un prestigioso profesional de la salud de San Luis) para que te venga a ver, vos te haces la enferma y después vemos».
Mandó a buscar al médico que llegó hasta la casa, la mujer se hizo revisar y lógicamente no tenía nada. Una vez terminada la consulta, Viernes acompañó al facultativo hasta la puerta, estrechó su mano y con voz fuerte y firme, le dijo: «Vaya tranquilo doctor, yo se que todo va a ir bien». El gentío miraba asombrado lo que acababa de ocurrir: un profesional de la medicina visitaba a un curandero.
Aprovechando el momento Scardulla se dio vuelta y mirando a sus vecinos, vociferó: «Vieron, hasta los médicos vienen a hacerse atender conmigo».
Campesino crédulo
También en San Luis embaucó al propietario de un campo aquejado por varios males. Viernes se instaló en la propiedad del campesino durante dos días en que comió y durmió gratis. En un descuido de la familia anfitriona enterró en varios lugares cuchillos, tijeras y otros elementos.
Luego de un tiempo de meditaciones y «conversaciones con el Altísimo», y de sacarle cuánto dinero pudo, Scardulla viajó nuevamente al campo del hombre con una varilla que había cortado de un árbol en el camino. Ese elemento lo llevaría a encontrar la causa de las malas ondas que habitaban la vivienda porque, según dijo al enfermo, la varilla actuaba como detector de brujerías y hechizos malignos.
Junto a familiares del dueño de casa recorrieron varios lugares hasta que finalmente exclamó: «Miren cómo se mueve, aquí hay algo extraño. Alabado sea Dios», gritaba cuando pasaba caminando por el mismo lugar donde días antes había enterrado los elementos.
Viernes concluyó que los problemas de salud del hombre se originaron por un gualicho que le hicieron sus enemigos. Con la promesa de que nada malo le pasaría en adelante, se fue de la vivienda cargado de animales y dinero.
Las historias y vida de Viernes Scardulla terminaron en 1977, a los 74 años, en San Luis. “Yo no me puedo morir porque soy un hombre bueno y calavera”, aseguraba.





