Marcelo Valot, sigue reclamando por el caso de AG, la niña que tuvo en guarda durante un año y medio y luego fue vinculada con una familia adoptante. Pide ser escuchado por la Justicia.
Hace 8 meses, cinco móviles llegaron a la casa de Marcelo Valot y Mabel Di Césare, en Rivadavia. El objetivo de tal despliegue policial, era llevarse a AG, la bebé de dos años y medio que el matrimonio y sus dos hijas biológicas cuidaban desde hacía 18 meses.
La realidad es que A.G. iba a ser legalmente adoptada con una de las parejas inscriptas en el Registro Provincial de Adopciones (RPA), y por eso tenían que retirarla de la casa en la que vivía con su familia cuidadora.
Pero, lo que la ley y la justicia no contemplaron, es que no se trataba de un mero trámite judicial: en el medio quedó una bebé desarraigada por quinta vez de una familia y esta vez, de un núcleo que la maternaba con amor. También quedó un matrimonio y dos niñas desbastadas: Indira de 10 años y Aluminé, de 12 años . y un proceso de adopción en el que hubo más de un evento equivocado y desafortunado.
Marcelo y Mabel no se resignan, y siguen apelando y reclamando ser tenidos en cuenta en la etapa de adopción de AG. Es que no solo quiere reclamar por lo que sucedió, sino también por lo que ocurre en muchas familias cuidadoras que no son respetadas ni tenidas en cuenta y que crean lazos de amor y cuidados que luego, son arrancados sin la más mínima delicadeza, con el único argumento de cumplir con la ley.
La historia
A principios del 2018, cuando AG llegó a la casa de los Valot – Di Césare, lo hizo en un estado muy precario. Tenía muy bajo peso, descuidada, con muy pocas pertenencias y menos amor.
Con solo 10 meses, AG venía de transitar por 4 hogares distintos: el de su madre biológica, y el de tres familias cuidadoras , que evidentemente, no cumplieron con esa función.
De esta etapa, Marcelo tiene un recuerdo muy triste, que le sirve para explicar cómo era la situación de la nena , y cómo cambió dentro de su hogar.
«Cuando nos trajeron las pertenencias de Angie, muchas cosas venían en mal estado. De hecho, lo primero que hicimos fue descartar la mamadera que traía, estaba sucia, casi negra. Nosotros la vimos y no pudimos entender cómo le daban la leche sin higienizarla. Cuando se la preparamos, en una mamadera nueva que le compramos, la nena no la quería tomar. Pensamos en recuperar la mamadera que habíamos tirado, porque a veces los bebés se acostumbran a un objeto y no quieren otro. Ahí entendimos. Lo que le daban a Angie no era leche, era té. Por eso la mamadera de ella tenía ese color. Los primeros tiempos, tuvimos que mezclarle la leche con té para que la quisiera tomar»
En esta familia, AG comenzó a tomar leche «de verdad». Recuperó peso, aprendió a caminar, festejó sus dos primeros cumpleaños, comenzó el jardín y aprendió a decir mamá y papá.
Claramente, alguien tuvo que enseñarle a dar cada uno de esos pasos de nuevo, porque de la noche a la mañana, AG tuvo que entender que para decir las mismas palabras, otras caras. Como en una ficción en la que los guionistas deciden cambiar de actores para interpretar los mismos papeles, ante la mirada atónita de un espectador que no entiende de qué van esos cambios. Solo que en este caso, no se trata de una ficción, ni AG es una espectadora, como tampoco lo son las dos hijitas de Marcelo y Mabel, que también son pequeñas, y que no entienden por qué les quitaron a su hermana.
Si bien ellos sabían que eran su familia cuidadora y no adoptante, el tiempo que la niña pasó en su casa excedió, con creces, los plazos de la ley. Permaneció 18 meses en su hogar, cuando legalmente, ese periodo no puede ser superior a 3 meses.
Por otra parte, la desvinculación de la niña con su familia fue, en palabras del propio Marcelo, desastrosa.
«Yo he hecho adaptaciones con mis hijas mayores en el jardín de infantes, que duraban semanas. La adaptación de Angie con su familia adoptante, duró una hora. Literalmente, me la arrancaron de los brazos, de los míos y de los de mi esposa »
Sus hijas mayores no tuvieron asistencia psicológica de ningún tipo, y nunca, hasta el momento, fueron escuchados en el juzgado de familia, a pesar de haber pedido audiencias en más de una oportunidad.
Por el momento, no tiene muchas esperanzas de que eso suceda, pero sí asegura que va a seguir insistiendo y luchando. No solo por él, sino por un grupo de gente que se encuentra en las mismas condiciones y que tiene historias similares para contar.
Marcelo quiere que la ley cambie, que se tenga en cuenta estos vínculos que se forman de manera temprana y que se encuentran en los lazos que sostienen a los niños y las niñas en su primera etapa de vida.
Por el momento, está a la espera de una respuesta del máximo tribunal, pero, sea cual fuere el resultado, su lucha contra un Estado que no tuvo en cuenta el daño afectivo que toda esta situación le trajo a su familia, no se termina.
Fuente: El Litoral