Lucas Paulinovich para Pueblo Regional
Bibiana Pieli fue concejala de Venado Tuerto, ahora se desempeña como Directora de Educación de la Municipalidad. En el marco de las actividades por la reivindicación de los derechos de la mujer, que incluyó la movilización de un millar de personas en la plaza San Martín, contó su experiencia personal en el programa Dos en la Ciudad. No habló como funcionaria, como delegada pública, como vocera o como asistente. La historia que contó fue la suya. Es una figura pública, conocida por buena parte de la sociedad. “Yo padecí esta situación durante 14 años. No solamente yo, sino también mis hijos. Fue muy difícil. La primera vez que me animé a decirle a mi mamá que me pegaban, la primera respuesta fue ‘¿y vos qué hiciste?’. Si bien me enmudeció, también siempre pienso que es cómo la han criado a ella. Es la formación que tenemos cada uno, como formamos nuestra personalidad, nuestros conceptos. Por eso salir de esto es una cosa muy dura”, contó.
La denuncia, así, configura un marco de condiciones: visibiliza, hace posible la problemática. El carácter público de la figura denunciante, refuerza el contexto favorable, invita a la denuncia de otros casos silenciados. La denuncia, de esa forma, tiene una función social: sirve para que otras mujeres puedan enfrentar el problema, buscar ayuda, y también para que el problema de la violencia se vuelva cercano y tangible, se cobre conciencia de su lugar en la vida cotidiana. “Creo que el rol de los medios es fundamental, porque lo primero que tenemos que entender es que hay que lograr una transformación cultural. Ningún chico nace machista, las conductas machistas las tenemos hasta las propias mujeres, producto de una formación, de una crianza de pautas culturales que vamos recibiendo”, dice Pieli.
La decisión de relatarlo no es un acto espontáneo ni una salida fácil, sino que significa un largo proceso previo. Manifestación y manifestantes (las mujeres víctimas de violencia) se unen en la voz de quien relata su experiencia: “cuando yo estuve a punto de formar esta pareja, muchos me decían que no lo haga. Yo decía ‘qué mala es la gente’ y formamos la pareja igual. A los quince días ya empezaron los golpes. Entonces, lo que me dije fue: ‘si todos me dijeron que no me juntara, ¿ahora a quién le voy a pedir ayuda?’ Por lo tanto, me la empecé a bancar, aunque siempre me creí que era una mujer que no le iban a pegar, que no había un hombre que pudiera ponerme la mano encima. Pero después uno empieza a decir que ya va a pasar, a mentirse, a hacer terapias, peleándome con profesionales que me decían que no tenía solución. Seguí y no me animé nunca a contarlo puertas para afuera. Incluso el me amenazaba que me iban a tomar por loca, que iba a terminar en un psiquiátrico y él se iba a quedar con los chicos”.
En la época en que Bibiana sufría la violencia de su pareja, dos amigas, Elsa Fleiderer y María Rosa Vila, la invitaron a hacer un programa radial. Se llamaba “Sin máscaras” y ahí trataban el tema. Eso le permitió estudiar sobre el círculo de violencia en el que ella misma se enredaba, y pudo verse reflejada en esas historias. Era, en definitiva, su propia historia que se le aparecía de frente.
“El golpeador intenta aislarte de tus amigos, de tu familia, de tu entorno familiar. La persecución es permanente, que hace que uno no tenga vida propia. Y una como madre cede para que los chicos no vean situaciones de violencia. Una está permanentemente en tensión para mantener todo en orden para que no haya motivos”, describe lo vivido. La violencia nunca es una, y el golpe es solo su instancia final: antes hay una larga serie de modalidades por las cuales se forja la situación de subordinación. La violencia de género no empieza ni termina en la agresión física: está inserto en la estructura social, forma parte de la lógica de producción y reproducción material y simbólica. Es una relación aprendida, fundacional de la cultura. Está en la publicidad, en los discursos mediáticos, en las prédicas de algunos dirigentes, en la dogmática de las religiones principales. “La violencia psicológica va haciendo que el autoestima desaparezca, y uno como persona, no existe. No tiene fuerza, no tiene voluntad. Las mujeres que pasan por esto no pueden lograr tan fácil volver a pararse, porque el golpeador empieza a seducirte otra vez”, comenta.
La palabra, el poder decir, verbalizar, fue una manera de aflojar los mecanismos violentos que la subyugaban. Un primer paso para romper el circuito de sometimiento violento y una detección de las manifestaciones mínimas de la violencia: “yo tomaba un antidepresivo que en un momento salió una nota en una revista, y él así me dijo que tenía la prueba para encerrarme en un psiquiátrico y quedarse con los chicos. Te vas rodeando de temores. Hay muchas formas de violencia, como la violencia económica, o disminuirte, hacerte sentir que sin él no sos nada. Eso le pasa a muchas mujeres que no se animan a admitirlo, porque primero está el amor. Y así se cree que hay que bancar muchas cosas, y no es así”.
Camino a la liberación
Hace 20 años nacía su nieta. Bibiana le pidió a su pareja que pasara a visitar a su hija, que es de otro matrimonio, con la que no tenían buena relación. Él reaccionó, y ella dijo basta. Cuando tomó la decisión de separarse y hacer la denuncia, empezaron otros problemas: el asecho, las amenazas y el hostigamiento. “La primera vez que sufrí la violencia física fue a los quince días, porque descubrí que andaba con otra mujer. Después se repitió la infidelidad. Y con el paso del tiempo, se fue desgastando mucho todo. Lo que más me hacía ruido eran mis hijos, en el medio en el que estaban criándose. Yo me quería ir por ellos. Pero lo más difícil era visibilizarlo, que yo vea el problema y me anime en poner en acto esa decisión de separarme y terminar con eso”, recuerda.
La mujer golpeada es una mujer rodeada, sitiada por el acoso al que se la somete, encogida, ciega: no puede ver hasta que algo produce la revelación, que todo cierre, que encajen las piezas, que sea momento del hartazgo.
“Empezó con un tratamiento para adelgazar con cuatro profesionales. Cuando me tocó el momento de entrevistarme con el psiquiatra, perdí la voz, me quedé muda. No podía contar lo que pasaba de la puerta para adentro. Yo ya había comprobado esto porque una vez mi hermano me vio con un ojo y la nariz negra, y yo le dije que me había caído. También paso lo mismo con vecinas. Uno siempre está tapando. Pero acá el psiquiatra me tranquilizó y pude contarle el miedo que tenía. Y empecé a hablarlo”. El acompañamiento profesional, encontrar un lugar donde estuviera permitido hablar, fue una vía para la evacuación: “no es una cosa que de un momento al otro decidís, yo hice una construcción previa. No es un impedimento el sustento económico o el apoyo de alguien. Cuando uno logra hacer internamente ese fortalecimiento y no la gana el miedo, se puede hacer. En este caso, yo tenía mi casa a mi nombre, un trabajo estable, un ingreso económico y tampoco me animaba. Pero cuando pude ver que esto podía tener un fin y tenía un acompañamiento, entonces empecé a dar algunos pasos, que no fueron fáciles, porque después nos encontramos con la sociedad que estigmatiza a la mujer”, detalla.
La mujer violentada queda reducida a un cuerpo sufriente, herido por los golpes y abandonado por el conjunto de la sociedad, que solo tiene estigmatizaciones para ocuparse de ellas, o por el Estado, incapaz de articular los recursos institucionales para dar respuestas efectivas. “Cuando estas anulado, no sos nada, no hay clase social. Durante toda la convivencia nunca me animé a hacer una denuncia. Yo tenía mucho miedo porque estaba haciendo una denuncia de una persona muy reconocida. Cuando salí hable con un abogado que me preguntó si tenía la copia, que yo no había pedido. Cuando volví para pedirla, no encontraron la copia. Había desaparecido”, cuenta Bibiana.
Ser mujer
Cada treinta horas es asesinada una mujer en la Argentina. Desde el 2008 murieron 1.808 mujeres víctimas de femicidio. Sólo en 2014, hubo 277 casos registrados. Santa Fe se ubica segundo en el ranking nacional: en los primeros cuatro meses del año hubo 10 femicidios, la misma cantidad que durante el 2014. El departamento General López aportó con el caso de Chiara Paez en Rufino. El 80% de los casos se cometieron en el entorno íntimo. Los datos surgen del informe que anualmente presenta el bloque kirchnerista del Concejo Municipal de Rosario, encabezado por Norma López.
Desde hace diez años, cada 28 de mayo se conmemora el Día de Acción por la Salud de las Mujeres y la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito. Esta organización nacional nuclea de forma democrática, plural y horizontal los reclamos por el derecho de las mujeres a decidir sobre sus cuerpos y su capacidad reproductiva. Fue una herramienta clave para el proceso de concientización que derivó en las marchas que a nivel nacional se realizaron el 3 de junio. Ese día se movilizaron centenares de miles de personas en distintas ciudades del país bajo una sola consigna: “ni una menos”. Fue un momento colectivo, de toma de las calles, de poner el tema en el espacio público, de cara a todos los actores. Fue una acción liberadora, lo que queda para después es la discusión de los matices, las condiciones concretas en que se dará esa libertad.
Una consigna siempre es abierta, con múltiples sentidos. La movilización permite que al problema se lo nombre, se lo reconozca y se le otorgue un lugar. Las tensiones políticas definirán las acciones siguientes. La función del momento colectivo es esa condensación.
En 2009 fue aprobada con amplia mayoría la Ley de Protección Integral de las Mujeres. Significó un paso fundamental en la lucha contra la violencia machista, sin embargo, aún queda pendiente la plena reglamentación de sus artículos, incluidos en el Plan Nacional de Acción para la Prevención, Asistencia y Erradicación de la Violencia contra las Mujeres. Es sabido: sin reglamentación, no hay ley. El diseño de políticas públicas para abordar la situación depende del presupuesto: en 2014, el Consejo Nacional de las Mujeres, órgano de aplicación de la ley, recibió 16.233.263 de pesos, un 0,0018% del presupuesto total de la Nación.