“A mí me gustaba mucho más como persona que como jugador…”
—Che pa, ¿murió el Diego?
Hacía tanto tiempo que la presagiábamos, que la muerte de Diego nos tomó por sorpresa. Y nos llenó de desazón; capaz por eso, recibir ese WhatsApp de mi hijo menor fue como bajar una persiana. Uno no sabe bien de dónde ni cómo, pero la tristeza es algo que se aloja en un costado del pecho y en la garganta, al fondo. Digo, para quienes tuvimos con su figura alguna vinculación afectiva: “Andamos por la calle mirándonos, y a todos se nos murió el mismo familiar”.
Como suele ocurrir con los grandes mitos, no hay cierre posible; su forma final no termina de suceder, se sigue expandiendo y recreando en una larga continuidad por otros medios. Aparición-desaparición que abre —nos abre— viejos recuerdos y nuevos interrogantes.
No para seguir hablando de él (si eso fuera posible, ya que todo parece haberse dicho) sino para intentar comprender lo que Diego fue y es en nosotros. Metáfora imposible que cada uno recupera y reconstruye como quiere o como puede.
Entonces, detenernos en algunas huellas, algunas claves, algunas escenas que podrían ayudarnos.
- Talento
Lo evidente, lo que vino con él, lo que todos reconocimos, lo que asombró: su talento, su don. Un pie incomparable para relacionarse con la pelota, armonía corporal, belleza estética, cualidad física, habilidad, potencia, destreza. Luego carácter, fortaleza anímica, determinación, inteligencia, adaptación, picardía, ambición, egocentrismo, genialidad. Temprano supo eso que casi nadie experimenta: ser diferente, distinto. Poder hacer (mejor) lo que los demás no pueden. Saber cómo y poder ejecutarlo. Iba a necesitar, claro, incorporar muchas más cosas que las fue cumpliendo y agregando: madurez, desarrollo, orientación, aprendizaje, entrenamientos y fundamentalmente —como dijo Beckenbauer con su elemental sobriedad alemana cuando le preguntaron qué iba a necesitar el juvenil Maradona para ser el mejor—: “Compañeros”.
Para nosotros, en nosotros, sintetizó el punto más alto de una tradición genética, de un tejido social y de una tradición cultural aplicada y expresada en el fútbol, de algo que pudiéramos llamar argentina.
- Origen.
Nacido en Lanús en 1960 pero creciendo en Villa Fiorito. Tiempos en que la pelota estaba en todos lados como un bien común; en la vereda, en la escuela, en un baldío, adentro de un galpón, en los patios. Y de ahí, a un fútbol que se agitaba como una respiración y se compartía con naturalidad, como por ósmosis.
En una familia humilde, con carencias. Pero en un territorio social todavía no tan degradado y fragmentado como el de hoy. Aún los más pobres —y aún de una forma marginal— podían reconocerse habitando (o intentando habitar) una misma comunidad.
La educación pública y las escuelas auspiciaban espacios de convivencia, de relación, de igualación entre desiguales, que se transitaba con expectativas de progreso. Con eso, Diego pudo criarse sin resentimientos y, además de la pelota, pudo asistir a un colegio, en un entorno familiar que lo contuvo, lo acompañó y lo amó.
Debut en primera división a los 16 años frente a Talleres de Córdoba. Enseguida la selección nacional, casi un mundial en el 78. Y su primera gloria al año siguiente en Japón, brillando con el juvenil. Nos levantábamos a las 6 de la mañana para ver ese afinado equipo de promesas que ganaba y gustaba. En medio de una Argentina militar, sangrienta, arrinconada, atormentada; él era una estrella bebé iluminando ese firmamento gris; ínfimo espasmo de felicidad en el silencio del país jardín de infantes.
Jugaba mucho y hablaba poco en público. Su carita adolescente y soñadora, su sonrisa tierna, lo hizo rápidamente un mimado de todos. Salido, además, desde las inferiores de un equipo “chico” de la capital, Argentinos Jrs., que no despertaba ni celos ni rivalidades. Representaba también el valorado y tramposo sueño del pibe que se hace desde abajo y “triunfa”. Y el fútbol era un camino posible para ese pasaje. Comprarle una casa a su familia, esas cosas que sueña la gente. Su mamma era una santa, su papá el asador de los equipos y su novia, la del barrio de siempre. ¿Quién no lo iba a querer?
- Destino
En el 81 llega a Boca y en el 82 al Barcelona. En España también ese año debuta en los mundiales. Su nombre deportivo comienza a resonar por el mundo. Dos años después recala en el Nápoli y hace de Nápoles una ciudad universal.
Y llega 1986, el mundial en México. Lo que sabemos, sus goles, su épica ante Inglaterra, el campeonato. Le tocó en suerte ser el protagonista del momento en que los saltos tecnológicos aplicados a los medios de comunicación hacen del fútbol no ya un negocio internacional sino un commodity global.
Diego fue el primer gran producto de la globalización. La imagen perfecta, en la historia perfecta de una narrativa feliz. Nunca nadie había sido un rostro y un nombre tan famoso hasta entonces. Nadie padecido tantas cámaras asediando cada uno de sus segundos. Un cotidiano sin descanso, sin posibilidad de repliegue, sin intimidad. Rodeado por una cantidad de pantallas sin antecedentes, durante un lapso inusual: siempre.
Los griegos antiguos tenían dos palabras para definir el tiempo, una era kronos y otra kairos. kronos representa el tiempo cronológico, el que se mide en horas; reglado, progresivo, horizontal. kairos representa el tiempo de calidad, transcendente, vertical. El de la oportunidad, el de la inspiración, el del acontecimiento. Es el tiempo de los héroes, el «tiempo de Dios». El punto de encuentro entre la providencia, el cosmos, la persona y la historia. Un instante radiante que se inmortaliza. Eso fue para Diego México 86 y el estadio Azteca. Y para nosotros por extensión, que vivíamos esa gloria de convidados; formando –imaginariamente, sensiblemente– parte.
“¿La ilusión? —escribió Juan Rulfo—. Eso cuesta caro. A mí me costó vivir más de lo debido.”
En nuestro país, el gobierno de Alfonsín comenzaba su derrotero político. De la democracia de la ilusión a la del malestar. La inflación degradándolo casi todo. Del plan Austral al Plan primavera. La pobreza crece, hay paros, conflictos, disputas. Sin embargo, en el balcón de la Rosada, Diego con la copa del mundo en la mano, asoma cantando y suspende las disputas por un momento y nos une en un canto de paz.
Fue nuestro héroe. Y sabemos que el héroe es el elegido de un pueblo porque lo interpreta y lo representa. Y aunque no la elija, debe asumir esa misión que le es dada como atributo y que los acontecimientos eligieron por él. Y sobre la que no tiene la libertad de renunciar.
Fue amo y señor. Y fugazmente dios. De Villa Fiorito, sin saber cómo ejercer esa magistratura ni nadie a quién preguntarle, debió ir construyéndola solo. Mientras a la zaga de sus goles, su imagen cabalga por todas las ventanas de la tierra.
- Deriva.
Es rey. Y como todo rey, aunque sus decisiones sean justas, déspota. Porque no es posible someterlo a ninguna ley ordinaria. Es un Maradona que ya comenzaba a enfrentar críticamente al poder: a Havelange por sus negocios, a la FIFA por su arbitrariedad, a norte rico de Italia por sus privilegios, al Vaticano por el oro.
Y es por los 90 también, cuando la verdadera bestia hizo su manifestación: el consumo adictivo de drogas. Particularmente la cocaína, la droga oficial del establishment, mostraba su furia blanca. Y el ambiente se contamina un poco más. Recuerdo al escritor Daniel Ballester contando su experiencia: “la cocaína te desampara el alma porque te arranca de a pedacitos el lenguaje y te come el inconsciente… es el agujero de ozono del cerebro”.
Es también el aire político conservador expandiéndose. Los asesores presidenciales en Latinoamérica dejan de ser los sociólogos y ahora son economistas finos y pragmáticos. En nuestro país Menem asume, prepara el camino despiadado y declara que “no es existe otra manera de decirlo: el país está quebrado, devastado, destruido”.
Para el mundial del 90 en Italia, en el estadio Gisueppe Meazza, un Menem oportunista lo nombra asesor y embajador deportivo de la Argentina ante el mundo. En marzo del 91 dio positivo a la cocaína en un partido contra el Bari y lo suspenden por 15 meses. Un mes después, a todas las usinas periodísticas de Buenos Aires una voz desconocida llama y pasa una dirección, un mensaje, una hora y un apellido: “Anota Franklin 896, Caballito.A las 3 de la tarde detienen a Maradona”.
Efectivamente, la policía llegó y detuvo a un Diego entumecido, delante de todas las cámaras. Al salir, bromea por lo bajo “una vez que me escapo de mi mujer, mirá lo que me pasa…”. Pero ya en el patrullero confiesa “no aguanto más… me quiero morir”.
Al gobierno asediado por denuncias de corrupción, el caso le permitió desviar la atención para otro lado. El mundo comenzaba a ser un escenario hostil para Maradona: La FIFA, la camorra napolitana, ahora también la política local.
Fernando Galmarini, vocero del gobierno de la convertibilidad y de la enajenación del patrimonio público, que al día siguiente del episodio le retira el título de embajador, dice que “Maradona es una mala imagen para el país, una vergüenza para Argentina, y al gobierno le preocupa su mal ejemplo para los niños”. Y Julio Mera Figueroa: “La detención de Maradona demuestra que en la Argentina no hay impunidad”.
No más preguntas señor juez.
- Desenlace
Colombia golea 5 a 0 a Argentina, por eliminatorias en la cancha de River en el 93. Complica la clasificación y, sobre todo, hiere la autoestima nacional. Hay que recurrir a Diego, entonces, nuestro prócer de salvación. Se disfraza de Superman y vuelve a las canchas para la definición contra Australia.
El mundial 94 en EEUU era volver a su arena natural: los grandes eventos. Se preparó y llegó con la energía mental, las luces de su talento intactas y con un físico que todavía lo acompañaba a pesar de todas las abundancias.
Luego, otro dóping positivo. Un Diego definitivamente díscolo, rebelde, desafiante y abiertamente enfrentado con los dragones. Luego, otra suspensión, otra frustración. Y un lánguido día de duelo popular presintiendo una despedida.
Igual nosotros, el público, pedíamos más. Siempre más. En el 95 vuelve a Boca. En la cancha, algunos destellos de calidad. Éramos espectadores disimulando el peso grave de todo lo otro. Pero ya es un ángel deshabitado, algo lunático, caprichoso, irritable. Un rey con el alma triste. Que sugiere necesitar ayuda, pero no sabemos si la pide, menos si la acepta-ría.
- Agonía
Agón en su origen significa contienda, combate. Una lucha entre algo que se está acabando y lo que quiere persistir. Una agonía. Y el que está involucrado en este forcejeo es un alma sagrada.
A medida que su servicio deportivo se extinguía, iban apareciendo voces que sancionan lo que antes disculpaban, o aplaudían o preferían encubrir. Así es con nosotros, que nos llevamos tan conflictivamente con la gente que brilla; y Diego en la cartelera de nuestras novedades, durante más de 40 años.
Su corazón detenido resucita en Punta del Este, autoexilio en Cuba para una rehabilitación, Fidel Castro, Suiza para otra rehabilitación. Fue animador de TV, periodista, Director Técnico, sobreviviente, actor. Todo parecía demasiado poco. Y todo tutelado por su cercanía-distancia con las drogas.
Inventor de sí mismo y también destructor de sí mismo. Entre el amor innumerable y la tilinguería de las usinas morales; entre la potencia y la impotencia. Entre la eternidad y la desazón del cuerpo. Un Diego siempre original, siempre creativo, a veces desfigurado, muchas veces melancólico. Acompañado siempre, pero solo.
10.
Ahora, en el reino de Qatar de las Treinta y una noches, se ha desatado otro mundial de fútbol, mezclando en el olimpo imágenes del desierto milenario con piezas publicitarias de ficción futurista. La selección argentina tiene un equipo de pibes divinos, que juegan muy bien, que viven en el exterior y que han sabido construirse una brillante carrera profesional. Pero todo eso nos queda tan lejos nuestra vida cotidiana y común que, aun queriéndolos, aún si ganaran —o sobre todo si ganaran— uno podría preguntarse: ¿qué es lo que hay de uno en esa representación, en ese triunfo? E inmediatamente contestarse: casi nada.
Dos años atrás, el 25 de noviembre de 2020, en el vacío de los “dioses huidos”, se había cortado el tránsito en el centro de Buenos Aires, para que la gente pudiera llegar hasta Plaza de mayo (otra vez). Procesión religiosa, pero de un dios profano.
Yo caminaba por una calle lateral. Solamente un flaco con una camiseta de la selección iba por allá adelante. De a ratos llegaban los cantos que se agitaban en las esquinas cercanas. Y ya volaba el humo grasoso de los choripanes. Pienso cómo los afectos colectivos pueden formar o destruir un presente, y presintiendo la insalvable fragilidad de la condición humana.
Solamente un flaco con la camiseta de la selección caminando en la misma dirección, para despedir o para agradecer, igual que yo. Dos tipos solos por el cemento caliente y vacío. Hacia el funeral por una calle desierta.
Y no sé vos, Diego. Pero a nosotros, no nos dejes descansar en paz.
Marcelo Antonio Sevilla