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Casi se va a vivir a otro país, pero decidió invertir todos sus ahorros en un bar: “Quiero pelearla en la Argentina”

Le quedaban sólo $10 mil y un impulso imperioso sin dirección. A Juana Svica la atravesó una inquietud que rápidamente se convirtió en certeza: la necesidad de escaparle a la rutina y encontrar un desafío que la sacara de aquel letargo denso y somnoliento que le había quitado la sonrisa.

Invirtió lo poco y único que tenía en producir batas y pijamas para mujeres. “Vivo en San Justo y siempre trabajé en relación de dependencia. Por un lado quería tener la seguridad de un trabajo estable, pero también descubrir ese potencial en proyectos propios. Trabajaba en una oficina, ganaba $30 mil y el 70% del sueldo se me iba en los gastos del departamento”, dijo la joven de 26 años.

“No tenía nada. Mi ex pareja me compró una máquina de coser y yo se la iba pagando en cuotas. Fui a Once, me traje un par de metros de tela y confeccioné 12 batas. Me saqué fotos, las publiqué en Instagram y a los pocos días las vendí todas. Con ese dinero compré más tela e hice de otros colores”, recordó Juana, que se dedicó a ello durante gran parte de 2020, en donde cada peso que ganó lo reinvirtió para aumentar la producción.

“En la oficina donde trabajaba ganaba poco, no tenía mucha capacidad de ahorro. Entonces exprimí lo poco con lo que contaba para hacer las batas. No sabía coser, me enseñó mi abuela y mi mamá. Cuando llegó el verano realicé una inversión más grande: mi papá me prestó otros $20 mil, más lo que tenía de las batas y me puse a confeccionar pijamas. Cortaba la tela y un taller me los cosía. Vendí más de 200 en tres meses”, relató.

El éxito repentino afloró un “espíritu emprendedor que tenía guardado”. Juana apostó por dar un salto mucho más grande. “En diciembre del año pasado fuimos a un bar con mi familia, en Laferrere. Pensamos que esa idea que veíamos ahí podía funcionar en Ramos Mejía”, explicó.

Encarar dicha iniciativa modificó sus planes personales. “Mi ex novio tenía un dinero ahorrado y la idea era juntar lo suyo y lo mío e irnos del país. Quería emprender afuera. Pero me topé con la seguridad de no querer hacerlo. No solo por mi familia, si no porque quería jugármela acá. Mi postura no coincidió con la suya y su perspectiva no era similar a la mía. Por esto y otras cuestiones nos terminamos separando”, reveló Juana.

La ruptura le permitió dar un paso más hacia adelante: “Encaramos el proyecto con mis viejos. Busqué precios, locales para alquilar, pero tuvimos muchas trabas. Por ejemplo la de no tener garantía propietaria, porque somos todos laburantes, no tenemos casa propia y tuvimos que hacerlo con un recibo de sueldo. Por suerte encontramos unos propietarios bárbaros, tuvimos muchísima suerte con eso y estamos muy agradecidos”.

Darío, su papá, renunció a su trabajo en Migraciones, el cual tenía desde hacía 30 años, para colocarse a la par de Juana. Sandra, su mamá, también empleada del organismo estatal, continuó en su labor pero decidió vender el vehículo que compartía con su hija para incorporarlo al proyecto del bar. Darío hizo lo mismo con el suyo.

“Vica (ubicado en Avellaneda 374, Ramos Mejía) empezó como un bar de tragos de autor. Quisimos traer algo más palermitano que acá no había. Con las restricciones, cuando empezó a cerrar todo a las 19, debimos replantearnos todo desde de cero. Fue abrir casi de nuevo el local. Hacer una inversión que no teníamos pensada, como por ejemplo en vajilla o en una cafetera industrial que costó una fortuna”, sostuvo la joven.

Juana rememoró que en ese instante la pasó muy mal e incluso pensó en desistir de la apertura, perder el depósito del alquiler y dar marcha atrás. “No quería trabajar más en relación de dependencia. Tenía ideas, nunca pensé que iba a ser gastronómico, pero en ese instante dudé. Había tenido experiencias en hamburgueserías, empecé a maquinar la cabeza y dije bueno, pongo un bar, invierto en un bar acá en Ramos. No puede fallar”, contó.

En sus cálculos, la inversión total fue de US$25.000. “Y eso que la instalación eléctrica la hicimos con mi mamá. Del revoque de las paredes y la pintura me encargué yo. Todo para ahorrar, porque realmente no nos quedó ningún resto. Me acostaba a cualquier hora buscando precios de individuales, por ejemplo. Con mi mamá viajábamos por la Ruta 3 buscando las mesas más baratas. Fue todo a pulmón”, dijo.

“Vica”, el bar de Juana, abrió sus puertas durante los primeros días de agosto. “Me gusta atender a la gente y conocerlos. Tener a mi papá está buenísimo porque él es mucho más sociable. Él en el medio estuvo internado por COVID19 y fue muy duro. Pero estamos contentos y esperamos recuperar la inversión en un año. Calculamos que se dará así”, continuó.

“Mucha gente me preguntaba si estaba loca, que cómo iba a emprender. Entonces decidimos no contárselo a nadie, porque nos decían que estaban cerrando los locales, que cómo iba a renunciar a un trabajo estable. Yo no comparto irse afuera, pero lo respeto. Quiero pelearla en la Argentina. Y creo que si no te hallás acá no te vas a hallar en ningún lado. Obviamente respeto a los que se van a probar suerte afuera, pero yo estoy pensando en abrir otro local acá. Me gustaría que sea en la zona norte de la provincia de Buenos Aires”, completó.

Fuente: TN

 

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