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El antiguo Melincué. Don Nicolás Coronel, hombre de fortines e indiadas

(PR/Andrea Acedo) En 1872, la zona era objeto de colonización, y se procuraba la instalación de una línea ferroviaria. Con ese objeto, la Compañía de Tierras del Gran Sud de Santa Fe y Córdoba fundó el pueblo y estación de San Urbano, nombre que perduró para la estación. Ahí vivió Don Nicolás Coronel uno de los primeros pobladores de San Urbano.

 

La Comuna fue creada el 3 de septiembre de 1886, y el trazado del pueblo fue aprobado en 1889, rebautizado Melincué. ​La colonización y el desarrollo de los ferrocarriles, fueron contemporáneos de una gran inmigración de colonos agricultores europeos. Melincué conservó una situación de cruce de las rutas de comunicación, por entonces ferroviarias, vinculándose, por varios ramales, con Villa Constitución, Río Cuarto, Pergamino y Rosario, entre otras localidades.

 

Roberto E. Landaburu, miembro de la Junta de Historia de Rosario en Venado Tuerto es autor de esta reseña y de numerosas publicaciones como el libro «Memorias de Frontera».

 

Tal vez aquello de Melincué les habrá parecido demasiado indígena a los vecinos de este pueblo. El hecho es que Melincué un buen día amaneció rebautizado y se llamó San Urbano.

 

A pocas cuadras del pueblo existe la famosa laguna de Melincué, cuya extensión abarca unas cuantas leguas y cuyas aguas -desde tiempos remotísimos- han gozado de gran renombre, debido al poder curativo que se les atribuye.

 

La laguna estaba dividida, hace años, en dos partes: laguna chica y laguna grande, por una lengua de tierra fértil. La laguna chica en el centro medía, cuanto mucho, un metro y sesenta centímetros de profundidad, mientras la grande alcanzaba los tres metros. El fondo de las dos era limpio, sólido, las aguas eran frescas, algo saladas, riquísimas de potasa.

 

Allá vivía don Nicolás Coronel. Un hombre que residió en San Urbano desde cuando existían los fortines en la región. El viejo don Nicolás, vivía cerca de la estación del ferrocarril en un ranchito escondido entre una espesa arboleda, que lo hacía invisible a la mirada de los indiscretos.

 

Había sido de los primeros pobladores de San Urbano. Con más de 77 años sabía decir: “Soy santafesino y nací en la costa del arroyo Pavón, donde fue la gran pelea. Pertenecía a los cuerpos fronterizos encargados de tener a raya a los indios. Entonces todo era llanura, sin un árbol. Cada mes, cuando la luna amanecía con el sol, la indiada pegaba el golpe y había que pelear no más”. Agregaba que por estos pagos llegaban siempre las indiadas del cacique Baigorria y Catriel.

Línea de Fortines Sur 1852-1876

 

Esos entreveros le dejaron varios recuerdos, relataba. Un lanzazo en el codo izquierdo, lo había hecho sufrir mucho porque le tocó el hueso. El otro no tanto a pesar de que le había sacado hasta un trozo de carne. Agregaba que estando en el sitio de Melincué varias veces le tocó vigilar desde el mangrullo, y había un cañón, que con su disparo daba aviso de cualquier novedad.

 

Un día, alrededor de 80 soldados pidieron permiso para salir del fortín y divertirse cazando avestruces, gamas, peludos, huevos de avestruces. De los 80 regresaron apenas 24. Los indios cerca del fortín Las Tunas (en el sur de Córdoba) los rodearon y desprevenidos los cazaron como ratones, decía. Afirmaba que la laguna de Melincué se enojaba y fuerte cuando venía algún forastero. Un testimonio que vale recordar.

 

Fuente y fotos:

VACCARI, A.; “A través de la República. Desde el antiguo Melincué”, Revista Caras y Caretas, Buenos Aires, Nº 1.079, 7 junio 1919.

Junta de Historia de Rosario.

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