(Lucas Paulinovich – PUEBLO Regional) Como si Alberto no fuera el jefe de Gabinete renunciante tras la 125, el Boletín Oficial publica una medida de perfecta redacción e inmejorables pretensiones, pero que instala una dificultad política cuyas consecuencias son imprevisibles. Un moco de sábado por la mañana.
El entusiasmo anti-oligarca que despierta la defensa de la decisión gubernamental, no despeja las dudas que se expanden sobre el escenario político. No alcanza con reproducir un Patio de las Palmeras en cada esquina para darle cauce a las contradicciones. El carácter netamente instrumental de las retenciones es obviado por unos y otros.
La preciosa consigna de la “batalla cultural” deberá alguna vez sumergirse en las profundidades materiales de esos antagonismos. Y no hace falta meter a fondo las patas en la bosta. Puede que alcance sencillamente con ocuparse de ciertos temas con algo de la criteriosa atención que pone la derecha cuando lo que busca es conocer y controlar para hacer buenos negocios.
Los medios partícipes del agronegocio aprovechan la zozobra y pretenden reavivar el clima 2008 al grito de “chacareros a las rutas y pueblos alzados”. Como aquella vez, una medida que implica una leve corrección, que no sería mal recibida por el sector, se transforma en un foco de conflicto por su implementación política. No hubo ni segmentación política ni estratégica. Fue tomar la medida y después convocar, creando un adversario uniforme en un espacio heterogéneo y con tensiones hacia el interior.
El aprendizaje de los años parecía indicar que era mejor hacerles creer que ellos toman las decisiones, pero Alberto confía demasiado en su capacidad de diálogo. El problema es la incapacidad de diálogo de las patronales agrarias, donde no rige la esencia racional de lo humano, sino la pragmática cabeza de tractor. Al pensamiento autoritario -y el campo es uno de los fundamentos del autoritarismo argentino- no le gusta que se le planten. No se puede gobernar lo que se desconoce. Los asuntos de estancia aún se dirimen a cuchillo y leche derramada.
El “sector” se está armando, y suena a ingenuidad ir a tirarle la cola al león. Las declaraciones tranquilizadoras que apelan a la «épica de la solidaridad» y las llamadas en respaldo por los procesamientos del juez repentinamente memorioso de San Nicolás, pueden servir para que esta vez la acepten sin que pase a mayores. Pero hay un primer mojón de conflicto que sería algo incauto no advertir.
En una sola mañana, se les traza una línea a los industriales, al agro y a la clase media turista, a la vez que se arriesga con el peligroso juego del plantón a Moyano. Puede que sea para tragarlo como al jarabe, de un saque y sin pensar. Habrá que ver si eso da más margen de conversación o achica el resto a favor para negociar.
Si en 2008 la tensión se intensificó por un prejuicio negativo respecto al campo, ahora se ingresa al problema por el prejuicio positivo de creer que se puede dialogar después de mojarles la oreja. Suponiendo que se trata de un mínimo intento para desgastar la hegemonía intrasectorial del complejo cerealero-oleaginoso y estrechar la alianza con la industria de la carne -que aceptó mejor la actualización de retenciones a cambio de mantener y ahondar la exportación a China-, puede que, por la reverendísima cuestión de las formas, el acertado objetivo estratégico se vea frustrado por un inocente error táctico.
A veces no hace falta mostrar lo que todos medianamente sabemos, y es mejor hacerlo. Son vicios del porteñismo ilustrado, cuando la pedantería del intelectual se para y pisotea a la implacable rusticidad de la práctica. Toda la dinámica y enrevesada realidad del interior reducida a un puñado de categorías manejables con destreza académica. Pero esas “invenciones de la teoría” suelen terminar en el default político. Si no se aprenden de los errores del pasado, se puede derivar en que del frasco de clase del “gobierno de los CEOs”, pasemos al frasco del saber del “gobierno de los profes”.
Como en todo inicio de mandato, las grandes corporaciones intentan poner sus condiciones y darle su forma al nuevo gobierno. El mercado hace lo suyo, como el campo, la industria, la iglesia y los sindicatos. En esa superficie farragosa transitan las primeras jornadas Alberto. Estas medidas técnicamente idóneas, pero políticamente mal ejecutadas, muestran síntomas de un “caputismo” -de Dante- que avisa sobre un riesgo de alfonsinización acelerada: aquella alegría sonsa de “cantarle la justa” a la Sociedad Rural de visitante, mientras por debajo se pudre con los sindicatos, se sublevan los militares, se orquesta una Tablada y se prepara el golpe de mercado.