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Juan Pérez el hombre que fue abducido por un ovni, ya no mira el cielo con temor

(PR/Norma Migueles) Juan Pérez tiene 57 años, el rostro anguloso, aniñado y a pesar de las pesadas labores que realiza con su familia en el campo con la crianza de animales, su cara tiene la tersura que dejó el ADN de la sangre de los pueblos originarios, de ellos heredó también el melodioso acento de la gente de la Mesopotamia.

La historia de Juan es harto conocida, en 1978, a los 12 años, cuando volvía al campito de la familia ubicado frente a la Estancia la Victoria, vio unas luces brillantes y se acercó. Esta curiosidad infantil cambiaría su vida para siempre, y el relato que repitió miles de veces y que ocasionó burlas y miradas sesgadas, fue llevado incluso al cine. Hoy todos lo reconocen como el “hombre de los ovnis” y los afines al tema lo contactan e intercambian experiencias.

Hace dos años Pueblo Regional visitó por primera vez a Juan, quien mostró sus cerdos, las cruzas con jabalí capturados en el monte, y el verbo en pasado conjuga adecuadamente porque Juan ya no caza. Ya no escapa de las “luces”, ahora las busca y las observa, predice sus movimientos y las descubre en el nuboso cielo de atardeceres. Ahora prefiere “irse al campo” y en soledad seguir haciéndose una y mil veces una pregunta ¿por qué a mí?.

Hace doce años

Hace doce años, cuando estaba trabajando con un grupo de correntinos en cercanías de Pergamino, tuvo su segundo encuentro. El relato es tan crudo y real, que el miedo se huele, porque este hombre que mide aproximadamente 1,90 mt y pesa más de 120 kilos, fue arrastrado por los “seres” grises, altos, etéreos, con grandes ojos sin pestañas.

“Mi mente decía que no, me resistía, y mi cuerpo daba un paso hacia adelante”, relata Juan y así fue subido a la nave colocado en una “mesa” donde su cuerpo se volvió transparente y las luces lo atravesaban. Juan lo vio desde otro lugar: “el cuerpo” se había separado de su mente y los extraños hurgaban en él.

Luego vinieron enfermedades, el hallazgo de un cáncer extraño, inexplicable, pero Juan decidió ignorarlos y seguir su vida de crianza de cerdos, cometido que lleva adelante con colaboración de parte de la numerosa familia: madre, padre y ocho hermanos. Trabajan juntos en forma colaborativa mientras escuchan alto la radio, les gusta la música alegre y la disfrutan.

 

El padre

Como en la mayoría de las grandes familias, el padre es una figura fuerte y central. El domingo 17 estuvo en una fiesta, el lunes se descompensó y a la tarde lo llevaron a la terapia intensiva. El diagnóstico era reservado y al corazón debilitado le costaba remontar.

Los hermanos le pidieron a Juan que fuera a verlo, pero él se negaba a ver a su viejo, fuerte y activo en una cama con tubos en el cuerpo. Y tomó una decisión, iba a probar si era cierto que tenía un don como le dijeron los hermanos guaraníes.

Siguió las instrucciones que le dio el “chamán”, limpió su mente y pensó a su padre en casa, como todos los días. “Quería saber qué pasaba, usé un pedacito del don. Se dio la ocasión y lo usé”. Al día siguiente se levantó como cada mañana con la certeza de que en pocos días el hombre estaría en casa.

Sus hermanos insistieron que fuera a ver al padre, la tristeza embargaba la familia. Sin embargo, al día siguiente el patriarca ya estaba en la sala común y el jueves tuvo el alta. En la mañana del viernes temprano Juan rumbeó hacia los chiqueros a atender los animales, al volver la vista vio detrás a su padre que con una maza en la mano lo seguía.

“Ese fue el momento en yo lo soñé, él a mi lado como todos los días yendo a trabajar”, resumió.

Las premoniciones

Juan admite que tuvo otras premoniciones. Le pasa cuando hay un tema que le interesa y se acuesta pensando en eso, pero no quiere hacer uso de ese don porque le gusta la vida sencilla que se ha forjado.

De hecho, el viernes, sábado y domingo al atardecer los discos brillantes aparecieron con frecuencia, un tanto simulados entre algunas nubes, o en la noche silenciosa. Juan los filma con el celular, pero no son visibles a simple vista, es más, cuando trata de acercar la imagen con el zoom se produce una interferencia y la imagen se diluye.

Pero ya dejó de huir de las “luces”, ahora las busca en el firmamento y las encuentra siempre vigilantes, un tanto ocultas, enigmáticas, silenciosas.

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