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Puentes del Alma en el Impenetrable: “Nosotros nunca fuimos a la escuela, queremos una escuela”

Las desigualdades sociales en Argentina son moneda corriente, aunque los medios de comunicación sólo se acuerden del tema cada tanto. Los altos índices de mortalidad infantil entre comunidades aborígenes del Chaco, Salta, Formosa o cualquier otra provincia llegan a la tapa de los medios cuando algún interés político así lo requiere. Pero deja de ser noticia cuando se causó el efecto deseado. En el caso de Puentes del Alma una de esas noticias esporádicas publicadas en los diarios sirvió para poner en marcha la maquinaria de la solidaridad. Así tomaron contacto con la comunidad de Miraflores, ubicada en el departamento General Güemes de la provincia del Chaco.

El lazo entre Puentes y la población de Miraflores comenzó en el año 2006, cuando un grupo de la entidad venadense volvía de uno de los viajes a Salta.

El primer contacto entre Venado Tuerto y el Impenetrable chaqueño fue entre Patricia Lugaro, una de las referentes de Puentes, y un sacerdote chaqueño, el padre José Luis: “Yo le pregunté si era cierto lo que había salido en el diario sobre las muertes por desnutrición, y él me dijo que sí, pero que no me iba a contar nada, que tenía que ir y sacar mis propias conclusiones. Entonces organizamos el viaje y el 21 de noviembre (de 2006) partimos seis personas para Chaco”.

Para describir las marcadas diferencias sociales que todavía existen en muchos puntos del país, Lugaro narró un hecho que vivieron en pleno viaje: “En la ruta, de ripio, muy fea, nos encontramos con un accidente muy grande entre un criollo que iba en una camioneta y dos aborígenes que iban a pie durante la noche. La camioneta atropelló a los dos aborígenes y los dejaron tirados. Justo pasamos nosotros y tratamos de socorrerlos, y la ambulancia se llevó a los criollos y dejó a los aborígenes. Esa fue la primera y tristísima experiencia que tuvimos en Chaco, porque tardaron dos horas en volver para ir a un lugar que quedaba a diez minutos, y llevar a los aborígenes que después nos enteramos que habían muerto los dos”, relató.

La misión solidaria continuó con la experiencia de conocer a los habitantes del Lote 58. “Cuando llegamos el cacique de la comunidad no podía mirarnos a los ojos porque ellos pensaban que íbamos a pedirles algo. Como pudimos le fuimos contando que éramos de Santa Fe y queríamos ayudarlos. Ellos hablan wichí y muy poco español, entonces tenés que armarte de paciencia, hablar despacito y escuchar, eso es fundamental, entonces vas entendiendo”.

El lento diálogo con el cacique finalmente dio sus frutos: “Cuando entendieron que no íbamos a pedirles nada, sino a ver qué necesitaban, este hombre levantó la vista y me dijo ‘nosotros nunca fuimos a la escuela, queremos una escuela’”.

En las últimas semanas fue inaugurada la escuela en torno a la cual subsisten alrededor de 32 familias, contra las seis o siete familias dispersas en el monte que encontraron en 2006. La primera docente trabajó gratuitamente durante dos años hasta que se creó el cargo. A la escuelita asistían en un principio ocho niños y seis adultos, y en la actualidad van 42 niños, 12 adultos y 12 niños en el jardín de infantes.

 

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