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Página 12 habló del Macho Araujo: «tocando el cielo con los guantes»

El periodista Marcelo Scalona de Rosario12 estuvo en Venado Tuerto y así reflejó lo ocurrido en el periódico Página 12

Con eso en la cabeza, repasé toda la literatura sobre box escrita desde 1880 (Conan Doyle, «Rodney Stone»), hasta 2012 (Joyce Carol Oates,  De Boxeo») y en el medio Hemingway, London, Cortázar, Briante, Soriano, Pavlovsky, Bosch, Aldecoa y Gatica, el mono, de Favio.  Con todo eso llegué el viernes a la noche al Estadio Olimpia de Venado Tuerto para ver la pelea de la CMB por el título argentino peso liviano, entre quien era el campeón, el cordobés Javier Clavero y el campeón latino, crédito de la zona (Rufino), Elías «el Macho» Araujo.

 

El público empezó a rugir por Araujo. Algunos venadenses recordaban que hacía años que la ciudad no tenía un ídolo.

 

Me senté en el ringside, segunda fila, detrás del promotor del evento, Sampson Lewkowicz (EE.UU) y al lado del filósofo porteño Gustavo Varela. Más allá estaban las glorias deportivas de la ciudad, Walter Herrmann y el Colorado Lusenhoff. El estadio a tope. Ni un alfiler. Las tres peleas previas, como un augurio, fueron tremendas, sin respiro, lo que quisieras, uppercuts, crochets, hooks, laterales, mixtos, un knock out. Se televisaba a todo el país y a varios países del continente. Alta producción artística del evento, guión acorde y bebidas gratis a los periodistas.

En los intervalos, el público empezó a rugir por Araujo. Algunos venadenses recordaban que hacía muchos años que la ciudad no tenía un ídolo. Varios me dijeron, atribulados, que era una ciudad tibia o fría con sus cosas. Yo no lo creo, por eso vengo seguido, es un polo mítico de la cultura argentina, desde Sandra Russo, los Peirone de la Facultad Libre, «de la biblio», de Lote, Rodolfo Montes, Prola, Juanca Rodríguez, hasta hoy, con Nico Manzi, los Sevilla, algunos pibes (Juan Campos y Lucas Paulinovich) que hacen en Rosario la revista El Corán y el Termotanque, y el más especial de todos, Paul Citraro, un «mánager de locos» (Arlt), capaz de criar gorilas y después ponerlos a bailar «La muerte del cisne» en el teatro Ideal. Un personaje de Soriano que se escapó del libro y que es el mentor, el alma máter del boxeador Elías Araujo.

Empezó la pelea y ya me había tomado una cerveza y un Fernet. Estaba más nervioso que los boxeadores, hay una corriente de empatía igual a la del teatro: los tipos están a diez metros tuyos y van a representar un drama sin concesiones. No es como la vida: es la vida. Evander Holyfield adelgazó 7 kilos en la pelea que le ganó a Tyson y éste dijo (en Toda la verdad), que siempre tenía miedo de subir al ring (Tyson), pero que lo animaba que el otro también tenía miedo. Y eso contagia el box, te llega esa adrenalina del límite de la vida, del salto al vacío, de jugarse a fondo en tres minutos contra otro cuerpo en un tiempo y lugar exactos. Como la vida.

Empezó el combate de fondo (10 asaltos). Clavero, el campeón (hasta el viernes), lo tiró a la lona a Elías Araujo en el primer minuto del primer round. Lo agarró con las piernas juntas, distraído, y el golpe no fue furibundo pero sí oportuno y Araujo mordió el polvo. Eso cambiaría su plan de pelea. Un león al que le mojaron la oreja y se armó un combate feroz, durísimo, pero de toda nobleza. Dos grandes boxeadores, puros, graves. Clavero parece más quirúrgico y Araujo, el corredor de fondo, al estilo le suma una tenacidad y un rigor espartano que sacará provecho cuando la pelea se alargue. Del tercero al sexto round, Araujo le dio una verdadera paliza a Clavero, en el tercer round le revoleó la cabeza tres veces, con tres ganchos de abajo, tan duros y exactos, que no se comprende cómo Clavero no se fue al piso. Un gran boxeador el campeón saliente, por supuesto, lució castigado y sangrante, sin aire desde el séptimo round, pero en el décimo, estuvo a un tris de volver a tirar a la lona a Araujo y ganar el combate.

 

Clavero parece más quirúrgico y Araujo, el corredor de fondo, al estilo le suma una tenacidad y un rigor excelente.

 

Por el séptimo round, el promotor, Sampson, se da vuelta en la primera fila y mirándonos a Varela y a mí, buscando convicción, nervioso, nos pregunta si estamos de acuerdo en que Araujo va 2 o 3 puntos adelante. Dice, solamente, como si llamara un mozo, ¡dos o tres puntos…! ¿eh? Los venadenses, que no son fríos ni tibios, rugen y baja de las gradas un «y pegué, y pegué, y pegué Elías pegué…» que va lanzado contra Clavero y los dos meta y ponga. Clavero luce más golpeado, sangra, pero Araujo tiene el ojo derecho hinchado. No hay un solo golpe desleal en una hora, el árbitro y el médico atentos a cada circunstancia. Recién por el final me doy cuenta que las chicas promotoras (algún día tampoco habrá en el box), obviamente con poca ropa, tienen un cartel con el número del round, y del otro lado la leyenda «Ni una menos». Duele la burla y la hipocresía como una piña de Araujo.

Ya no queda agua mineral, otra vez cerveza, los golpes se sienten en los riñones, los nuestros, lo de todo Venado Tuerto y Rufino. ¿De qué está hecho un boxeador, de qué está hecho un hombre? Varela sabe pero no me lo dice, prefiere ponerse al lado del fotógrafo Javier Cebrero, pegados a la lona.

Holyfield quiso abandonar el boxeo cuando le robaron la medalla de oro en las Olimpíadas de Los Angeles (1984), pero su madre le dijo que en Grecia hubo un luchador que se llamaba Leónidas, que con solo 300 hombres, (aunque murieron), detuvo a miles de persas, y que ganar o perder es una circunstancias, que la épica está en pelear, en darlo todo y volver a darlo. Una generosidad parecida a la del soldado, a la del militante, como en las «Historias de Boxeo» de Eduardo Tato Pavlovsky, que supo juntar los dos dramas, el ring y el teatro. Holyfield fue el último gran campeón del boxeo mundial, y desde el viernes, Elías El Macho Araujo, es el nuevo campeón argentino de peso liviano CMB, por fallo unánime, por tres puntos. Ganó claramente, y como los gladiadores romanos, se fueron juntos abrazados, él y Clavero, porque comparten el destino mítico de Espartaco. El nuestro, y habrá revancha, en julio, todos la merecemos.

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