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Quedó en coma por un accidente, lo despertó una sonrisa y se recibió de abogado en silla de ruedas

“Era un Jueves Santo. Bajé del móvil, llené con agua caliente el termo en una estación de servicio que está a la salida de Tunuyán, me volví a subir y salimos a la ruta. Fue la última vez que caminé”. Juan Aguirre recuerda la madrugada del 17 de abril de 2003 como lo que fue: una bisagra en su vida, marcada por la desgracia de perder la movilidad de sus piernas y, al mismo tiempo, por una segunda oportunidad.

La escena continuó con el auto del Ministerio de Seguridad de Mendoza saliendo hacia la ruta en dirección al Norte, un recorrido de apenas 300 metros y el accidente. “Nos chocaron de atrás, el impacto hizo que mi compañero se cruzara de carril y de frente venía una Trafic. Después ya no recuerdo más nada”, detalla Aguirre, que trabajaba en la Policía provincial, pero ya tenía claro que su horizonte profesional era ser abogado. Meses antes había completado los estudios preuniversitarios en la Universidad de Congreso.

El choque mató al suboficial que iba de acompañante, mientras que el conductor sufrió heridas en las piernas. Juan Aguirre -31 años entonces- padeció fractura de cráneo, un neumotórax en el pulmón derecho y una lesión medular irreversible: “Estuve unas tres semanas inconsciente más dos meses en terapia intensiva en el Hospital Militar. Mi estado era gravísimo y a mi esposa no le daban muchas esperanzas. La iban preparando anímicamente para darle la noticia de mi muerte”.

Cuenta Aguirre que fue “la mano de Dios” -dice ser muy creyente- sumada a sus ganas de vivir lo que le permitió, de a poco, exhibir signos de recuperación. Una mañana abrió los ojos y redescubrió la sonrisa de Soledad, su compañera de toda la vida. Sin embargo, Aguirre todavía no se había enterado de que ya no volvería a caminar.

La noticia que cambió la vida de Juan Aguirre: “Tuviste un accidente muy grave, no vas a poder volver a caminar”

“Me comunicaron la noticia cuando estaba por pasar a sala común. Me lo tenían que decir ahí porque, si me descompensaba, estaba en terapia”, apunta este hombre de 50 años. Y sigue: “Recuerdo que mi esposa me tomó la mano. Tenía a un médico al pie de la cama y el otro a un costado”.

Entonces, uno de los médicos miró a los ojos de Aguirre y le habló: “Tuviste un accidente muy grave. No vas a poder volver a caminar”.

El hombre lloró al escuchar la noticia y dentro suyo se liberaron las emociones más desgarradoras: “Tuve mucha rabia, impotencia, dolor, tristeza, llanto. Toda esa mezcla. Obviamente, varias veces me cruzó por la cabeza el deseo de haber muerto esa noche”.

Era una etapa que debía transcurrir. Aguirre era joven, tenía cuatro hijos -Cristian, Juan, Paola y Matías- y un quinto -Gabriel- en camino. Tenía a sus padres -inmigrantes que llegaron de Bolivia y se afincaron en Mendoza- que lo educaron en el esfuerzo y le enseñaron a no rendirse ante la adversidad. Tenía una familia entera y amigos dispuesto a acompañarlo.

Hubo, también, momentos de negación“Pensaba que iba a ocurrir algo milagroso y me iba a poder parar. ‘Yo tengo que salir de esto’, me alentaba a mi mismo”, recuerda Aguirre.

Estuvo al borde de la muerte, salió adelante y cumplió el sueño de recibirse de abogado: “Me di cuenta de que la silla de ruedas ya era parte de mi vida”

Luego de tres meses en sala común y un fuerte tratamiento psiquiátrico, Aguirre fue trasladado al centro de rehabilitación de la Fundación San Andrés, situada junto al Parque San Martín, en la capital mendocina.

“Ahí comencé la etapa de clickMe di cuenta de que la silla de ruedas ya era parte de mi vida. Coincidí con gente que había sufrido lo mismo que yo. Empecé a cruzarme con otras historias de vida”, relata. “Conocí a Marcos, un amigo que vive en silla de ruedas hace muchos más años que yo, y que casualmente vive en la misma manzana de casa. ‘Tenés que seguir, hermano. Dale que se puede’, me decía”.

Las recaídas en el ánimo, sin embargo, también eran parte del renacer. “Fue duro salir a la calle. Me perseguía. Pensaba que la gente me estaba mirando como algo raro, o con lástima. Me costó mucho”, recuerda. Y continúa: “O me encerraba o salía, ésas eran las opciones. Decidí salir”.

Por aquellos días, el sueño de convertirse en abogado volvía a florecer. Pero las secuelas físicas del accidente seguían haciendo mella en el presente de Aguirre y minaban su futuro: “Retomé dos veces y no pude continuar. Me habían colocado una placa para fijar la columna, pero me empezó a lastimar y se me había formado una herida fea en la espalda. Hasta que a fin de año me dijeron que debían operarme”. Corría el año 2006.

En adelante fueron siete años en los que Aguirre vio crecer a sus cinco hijos y nunca perdió la ilusión de retomar los estudios. “Teníamos varios gastos. Los chicos, la escuela. No podía destinar un dinero extra para cursar abogacía”, cuenta.

En 2013, la Universidad Siglo 21 abrió una sede en Tunuyán, a siete cuadras de la casa de los Aguirre. “‘Acá está la oportunidad’, me dije. ‘¿Tenés ganas?’, me preguntó mi esposa. ‘Por supuesto’, le respondí. Y me anoté. Arranqué en marzo”.

Dos años después, el protagonista de esta historia obtuvo el título intermedio de procurador. “Tener ese diploma colgado en la pared me animaba a ir por más. Y en 2018, finalmente, me recibí de abogado. Ya no hubo más paréntesis. La tercera fue la vencida”, se enorgullece.

El poema de Mario Benedetti que fue su inspiración: “No te rindas”

Las obstáculos, sin embargo, nunca dejaron de ser parte del paisaje. “Me largué solito, a los tumbos, luego de no recibir respuesta de parte de los estudios jurídicos de la zona, a los que había enviado mi currículum”, cuenta.

Con su silla de ruedas, Juan Aguirre empezó a recorrer los pasillos de los tribunales y recibió sus primeros casos. “Me acuerdo que el primero fue de familia. El segundo fue un caso penal, y ahí dije ‘acá está lo mío, esto es lo que me gusta’”, rememora.

Según cuenta, el derecho amerita “una capacitación constante”, con lo cual Aguirre fue llenando de diplomaturas y actualizaciones las paredes del estudio montado en una de las habitaciones de su casa. Allí también se luce un poema de Mario Benedetti.

”No te rindas, por favor no cedas. Aunque el frío queme, aunque el miedo muerda. Aunque el sol se esconda y se calle el viento. Aún hay fuego en tu alma, aún hay vida en tus sueños. Porque la vida es tuya y tuyo también el deseo. Porque lo has querido y porque te quiero”, dice.

Para Juan Aguirre es una bandera y encierra el mensaje que quiere dar en el final: “Mi vida es eso. Y es lo que siempre trato de transmitir: no hay que rendirse, ¡jamás!”.

 

 

Fuente: TN

 

 

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