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viernes 17 mayo 2024
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El oficio más viejo del mundo en los inicios del Venado Tuerto

(Pueblo Regional/Pablo Salinas) A los pocos años de iniciado el poblamiento de lo que hoy es Venado Tuerto, también llegó el oficio más viejo del mundo. Las primeras casas de tolerancia y prostitución se instalaron en el naciente villorio a finales de 1880 y principios de 1890, y crecieron en número y prestación de servicios con la llegada del ferrocarril (1890).

“Leyendo viejos documentos y notas del Venado Tuerto primitivo, he podido comprobar la existencia de numerosas casas de tolerancia, nombre urbano con el que se las denominaba en los reclamos epistolares y notas oficiales”, describe el escritor e historiador venadense, Roberto Landaburu, en su libro “Recuerdos de Venado Tuerto”.

Por esos tiempos, se los denominaba piringos o piringundines, burdeles, firulos, quilombos, lupanares, casas de citas, casas de prostitución, casa de lenocinio y prostíbulos.

Según detalla Landaburu “con la llegada del tren en 1890, comenzó una actividad singular, manifiestamente prolongada, que se extendió en la década finisecular del siglo XIX, por largas décadas del siglo XX, y hasta el presente, con sus peculiaridades”.

Sobre la trascendencia que tenían estos espacios en los primeros años de Venado Tuerto, el historiador puntualiza que “el burdel se había convertido en este poblado, al igual que en las ciudades, en un sitio importante de sociabilidad masculina”.

En cuanto al lugar específico donde se concentraban estos comercios duramente cuestionados por la moral de los primeros pobladores, Landaburu detalla que “el radio de acción, durante largos 30 años, se extendía en espacios aledaños a la estación ferrocarrilera, principalmente sobre calle Buenos Aires (hoy Juan B. Justo), en el tramo desde Sarmiento a avenida Rivadavia, y sobre calles Garibaldi, Juan B. Alberdi, Cabral y Sarmiento, entre la actual Leandro N. Alem y avenida Santa Fe”.

En todo ese sector las casas de tolerancia alternaban con bodegones, fondas y boliches “en los que se bebía y timbeaba hasta altas horas de la noche”, y de paso la cercanía de la estación ferroviaria permitía estar al corriente de la llegada y partida de vecinos.

“Las fechas de remuda de las cortesanas traían cierta algarabía entre los hombres que frecuentaban los lupanares. Se daban a conocer entre ellos con antelación y allí se juntaban en la estación, para ir semblanteando qué tal estaba tal o cual recién llegada”, relata el escritor.

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