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“Yo era un edificio que se venía abajo, tenía unos cimientos horribles de dolor, angustia y soledad”

(PR/fotos y nota Pablo Salinas) La más céntrica esquina de Venado Tuerto desde hace unos meses tiene un nuevo paisaje cada mañana: Daniel y sus carteles invocando a Dios. “Yo soy el camino, la verdad y la vida”, Atte Jesús, reza (nunca mejor dicho) una de sus pizarras.
A la sombra de la Catedral, día tras día, “El Dani” trata de acercar su palabra a quienes se animan a escucharlo. Treintañero, pero con canas prematuras que se entremezclan son su cabello rubio, carga en el lomo una pesada mochila que se comenzó a llenar con la muerte prematura de su madre. En la madrugada del 31 de diciembre de 1998, un grave accidente de tránsito en la Ruta 8, cerca de Arias, provocó la muerte de Estela Maris. En esa tragedia fallecieron nueve personas, y Daniel sufrió graves heridas.


“Yo venía muy lastimado desde hacía mucho tiempo cuando en un accidente murió mi madre, pero desde esa base de estar roto comencé a construir”, cuenta Daniel con una nueva entereza que lo llevó a abrir su corazón para pensar en el prójimo y tratar de ayudar sin limitaciones.
En su currículum vitae Daniel reúne experiencias de distinto orden: es historietista, tiene un libro de poemas publicado, durante varios años fue armador en el desaparecido diario El Informe, prepara panes caseros y prepizzas, y cuida enfermos durante la noche.
Sobre su pasado describe: “Yo era un edificio que se venía abajo, tenía unos cimientos horribles de dolor, angustia y soledad”. Así, a los tumbos, llegó a los 33 años, emblemática edad en la historia de la humanidad.
“A los 33 años me enamoré de alguien, esa experiencia no funcionó, y en ese momento sólo pensaba en morir, que es algo que me venía de muy chico, porque yo a los 10 años ya no quería vivir más, estaba muy cansado de la vida”, relata y abraza la pancarta como si fuera un escudo protector.
En ese momento una conexión espiritual le abrió una nueva puerta a la vida: “Creo que Dios me había llamado muchas veces al Evangelio, a creer en él, a seguirlo, y yo lo había rechazado. Yo nunca quise ser evangélico, siempre quise volver a la iglesia católica”.
Una visita a su tío Manuel (hermano de su madre) que vive en San Pedro (espiritualidad en su máxima expresión), le reordenó las prioridades.
“Hacía como diez años que no lo veía, y como yo me iba a morir decidí cumplirle la promesa de visitarlo, y me fui con la plata que me quedaba, que alcanzaba para el viaje de ida nada más. Nunca me dijo que era evangélico, sino no iba, pero me comenzó a predicar el Evangelio, me habló de Jesús, me preguntó si me quería entregar a Cristo”, explica, se acomoda el pelo, cambia de posición, y acomoda la pizarra sobre el pecho.
A través de las redes sociales, que no pueden estar ausentes en estos tiempos de posmodernidad, Daniel recibió la señal que esperaba: “Le pregunté a Dios si quería que le dijera que sí a mi tío, y al abrir Instagram me encontré con un meme de Jesucristo haciéndome una señal de aprobación. Ahí sentí que algo me marcaba el corazón, como el hierro candente con que se marca a los animales, sentí que subía a otra dimensión, y a partir de ahí comencé a asistir a una iglesia evangélica”, detalla con fe plena en la salvación divina.

Vivir en la calle
“Yo estaba muy mal, me quería ir a vivir a la calle, mi papá nunca me echó, pero yo quería vivir en la plaza, quería ser un linyera. Y después, donde yo pensaba vivir, comencé con los carteles a agradecerle a Dios que me había salvado la vida”, señala con voz fuerte, sin timidez, para que lo escuchen los que lo rodean.
“Cristo viene pronto”, fue su primer cartel, y con esta convicción cada mañana, haga frío o calor, Daniel trata de transmitir su verdad a los venadenses que pasan por la esquina de Belgrano y 25 de Mayo.
“Yo les cuento mi testimonio a los que pasan, a algunos les hablo de Dios, y otros me hablan a mí porque hay mucho dolor, mucha gente con problemas económicos, familiares, problemas de vicios”, alega y cuenta que en su casa cobija a algunos de estos “descarriados” que por alguna circunstancia de la vida están sin techo.
La paz espiritual resuelve algunos problemas, pero hay otros más terrenales que también están presentes en el día a día. “Al principio me sostenía con los ahorros de los trabajos que tenía, porque comencé con esto en el verano, y luego algunas personas me comenzaron a ayudar, principalmente mi padre, porque al dedicarme de lleno a esto ya no tenía más ingresos y de algo hay que vivir, pagar las cuentas y ayudar a la gente que estoy cobijando en casa y dándole de comer”, completa, saluda y sigue caminando con su cartel al frente: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”, Atte Jesús.

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